A Quitarse La Máscara Que No Estamos Pa’ Carnaval Por Toto Aguerrevere - Runrun

mascaras

En los Carnavales de 1987, mi papá nos llevó a mi hermana mayor y a mí a un quiosco que quedaba en la esquina del edificio de la Corporación Andina de Fomento. Ese quiosco vendía máscaras, todas hechas de un plástico que estoy seguro está prohibido el día de hoy porque causa asfixia, amarradas por detrás con una liga. El quiosco estaba cubierto de máscaras con todo tipo de personajes, lo cual suponía un calvario para un niño con múltiples personalidades.

Mientras me decidía entre el Capitán Garfio o R2D2, mi hermana se probaba una máscara de Fresita y luego otra de E.T. Recuerdo que peleé con ella, reclamándole que E.T. era varón. Ella me respondió que E.T. no tenía sexo. Esa pelea se terminó abruptamente cuando le pregunté a mi papá en voz alta: “Papá, ¿qué es sexo?” Los dos hermanos salimos de ahí siendo E.T.

Con dos extraterrestres aplastados a las ventanas del carro, mi papá llegó hacia le esquina de la casa. Ahí estaban esperándonos lo que él llamaba “los pavitos necios”. Estos eran una banda de adolescentes de cuadra, dedicados a lanzar bombitas de agua a los carros que transitaban por la zona. Fue en esos Carnavales donde aprendí sobre tolerancia.

No había nada que le causara más placer a mi papá que subir los vidrios del carro y ver cómo los pavitos necios atacaban su carro con agua. Mi mamá, descubrí, no se lo tomó con tanta gracia. Al día siguiente salió con E.T. (alias yo) a bordo. Vidrios abajo, los pavitos la atacaron con otro tipo de armamento: huevos. Ahí decidí que mi mamá no necesitaba disfraz en Carnaval. Perseguir adolescentes por siete cuadras con gritos de “¡Me vas a pagar la peluquería!” rayaba demasiado en lo Cruella de Vil.

Los años pasaron y las máscaras se intercambiaron por las descargas Belmont. Ser otra persona en Carnavales no era necesario porque cuando uno está en la adolescencia se pasa un tiempo intentando ser otra persona. Ya en la adultez, hay otras cosas de los Carnavales que han cambiado. El quiosco de la esquina esa donde fui E.T. por primera vez ahora vende leyes; los pavitos necios no lanzan bombas de agua a los carros sino que se llevan el carro. Y de los huevos… en Venezuela hay escasez. Alguien lanza un huevo al aire y sale mi mamá con cien vecinos más corriendo a atraparlo.

Este año la época de Carnavales ha coincidido con la creciente ola de protestas en el país. Se supondría que los asesinatos, detenciones, denuncias de tortura y represión militar lanzarían a un país a un luto nacional y a un Estado a suspender actividades carnestolendas mientras se hace una averiguación exhaustiva de los hechos y se llega a la calma. Se supondría que estos Carnavales serían más diferentes que otros en el pasado.

El gobierno de Nicolás Maduro, sin embargo, se le ha ocurrido que el show debe continuar. El señor que baila salsa mientras su pueblo entierra, que profesa que la mayoría de las denuncias de tortura son fabricadas en Miami, y que aplaude a la gloriosa Guardia del Pueblo quién recién ayer golpeaba a mansalva a una mujer con un casco, ha decidido amarrarle a Venezuela la máscara de la alegría.

 

Así, una Venezuela jovial debe irse a las playas del territorio a gozar los días extra que con beneplácito se han otorgado para el deleite de todos. Como si fuéramos extraterrestres, a los venezolanos se nos ha colocado a la fuerza la máscara de la inocencia. Una donde la desinformación censura todo menos que un ente sin máscara, fascista, kilúo, escuálido, nazi, terrorista, hijo de E.T. le ha robado los Carnavales al pueblo. ¿Quién es ese personaje? Sabrá el Rey Momo.

Lo que no entiende el Gobierno, es que nos pueden poner todas las máscaras que deseen. Pero es solo eso, una máscara. Una nación sedienta de paz no puede disfrazar su luto por alegría cuando no hay ni papel para fabricarse un lazo de esperanza. Se les puede poner a hombres de verde una máscara-.casco que diga Guardia del Pueblo. Pero cuando lo que se ve es a una fuerza bruta atacando ferozmente a quienes prometieron proteger, se caen las máscaras. Eso no es un guardia; es un doberman con casco.

Esa es mi diferencia con este Gobierno, no se pueden disfrazar las verdades, porque todo Carnaval termina y eventualmente las máscaras caen. La Fiscal General puede disfrazarse de María Antonieta de Francia, aludiendo que no recibió a los estudiantes el 12F porque le iban a cortar la cabeza. Pero hasta la máscara de cordero que usó Diosdado Cabello ese día admitió que la marcha había sido pacífica. Nicolás Maduro se puede aferrar a la careta de Presidente pero lo único que demuestra es que es un colegial picado porque Rubén Blades no le cumple el capricho de ponerse la máscara de adulador.

Comprendo que hasta en los gobiernos es más fácil disfrazase que vestirse de verdad. Pero no puedo dejar mi casa en estos días de Carnavales, con la máscara del viva pepismo metida junto a la cerveza en la cava. No cuando hay más viudas que plañideras, no cuando hay más presos que loros en jaulas.

Estoy convencido de que Venezuela necesita líderes sin máscaras, dispuestos a enfrentar la realidad, por más que ésta duela, sin usar disfraces made in Cuba. No voy a ser yo el que se amarre de manera voluntaria la máscara del conformismo a la cara. Esa máscara que el Gobierno jura se vende en todos los quioscos de la República sin sospechar que en estos momentos, el conformismo está tan escaso como una máscara del año 87 con la cara de E.T.

@totoaguerrevere