Caldera habla de Andrés Eloy por Elías Pino Iturrieta @eliaspino - Runrun

Rafael_Caldera,_Caracciolo_Parra_Leon,_1972

 

Cuando me dispongo a escribir la columna de hoy, topo con un texto del presidente Rafael Caldera sobre el poeta y político Andrés Eloy Blanco. Supongo que los lectores sabrán quiénes son estas dos figuras de la fábrica de Venezuela civil y republicana. Sin embargo, como es habitual que uno se sorprenda por la debilidad de memoria y por la torcedura de recuerdos que imperan en la actualidad, conviene señalar que el primero fue copeyano y adeco el segundo. Los partidos que representaban se enfrentaron, la mayoría de las veces con extrema dureza, cuando se estableció la democracia después de la desaparición del posgomecismo, entre 1945 y 1948. El enfrentamiento sucedió en todos los rincones, pero especialmente en la Asamblea Nacional Constituyente que polemizaba sobre las urgencias y los desafíos de una época turbulenta. Me valgo ahora del texto de Caldera sobre quien fue entonces su adversario, con la seguridad de que no refiero un hecho trivial sin vínculos con nuestros días.

La Constituyente se reunió en un ambiente de hostilidad, recuerda Caldera. La campaña para la elección de los diputados no ahorró zancadillas ni adjetivos insolentes. Los mítines de Copei, URD y el PCV fueron atacados sin compasión por los revolucionarios, quienes obtuvieron un número apabullante de curules desde las cuales estuvieron dispuestos a imponer su voluntad. Como eran la voz del “partido del pueblo”, debían cumplir la misión de impedir la manifestación de los enemigos del electorado que los había favorecido con una votación impresionante. “El clima estaba preparado para que la Asamblea degenerara en hechos violentos”, agrega quien fue protagonista y testigo de lo que entonces sucedió; y en no pocas ocasiones la espereza determinó el rumbo de los debates y el trato entre los representantes. Aunque no dejaron de estar presentes, la tirantez y la agresividad fueron morigeradas por Andrés Eloy Blanco, quien presidió con proverbial generosidad la Asamblea.

Mejor las letras de Caldera que las mías: “Él fue el resquicio de comprensión necesaria para que aquel cuerpo desempeñara su función primordial, la de debatir ante los oídos del pueblo venezolano las cuestiones fundamentales de su organización política, que hasta entonces le habían sido total o parcialmente ajenas. El influyó, como ninguno, en mantener la unidad orgánica de un cuerpo dividido en fracciones abiertamente opuestas. Cuando la violencia verbal hacía parecer imposible la permanencia de la minoría en el seno de la Asamblea, él buscaba en los inagotables recursos de su talento la manera de echar, sin aparecer desautorizando abiertamente a sus más apasionados compañeros, un refrigerio sobre el espíritu atormentado de la Cámara, que era un eco del espíritu angustiado de la patria”.

De acuerdo con las reminiscencias de Caldera, cuando la cordialidad corría peligro, es decir, casi a diario, Blanco enviaba notas desde su escaño para que los suyos bajaran el tono de las intervenciones, o exageraba con gestos de perplejidad o, de preferencia, remitía con el ujier estrofas humorísticas que circulaban de mano en mano como antídoto para el veneno de las lenguas más afiladas. Son muchas esas estrofas que continúan provocando sonrisas. Caldera recoge algunas poco conocidas que se podrán leer dentro de poco, cuando circulen todos sus textos sobre la república civil que saldrán en breve de la imprenta, pero propongo como muestra la siguiente, redactada en medio de un debate enardecido pero, sobre todo, larguísimo. Se ha ausentado el vicepresidente de la Cámara, doctor González Cabrera, apodado “el mono” y quien también actuaba como director de debates. Corre el lápiz de Blanco con urgencia, para que los diputados lean: “Se ha perdido un mono, y yo/ le agradezco al que lo vea/ me lo traiga, pues si no/ la Presidencia se m…!”.

Andrés Eloy Blanco fue “el amortiguador de la Constituyente”, concluye su adversario en la Cámara. De ese amortiguador dependió la “unidad orgánica” de una deliberación fundamental. Pero no he comentado el escrito del presidente Caldera para ofrecer una lección de historia, pese a que no viene mal si refiere a sucesos dignos de republicano encomio, sino solo porque así la memoria me ayuda a lamentar que la Asamblea Nacional de hoy sea lo más parecido a un cuartel bajo las órdenes de un oficial de ínfima graduación, lo más semejante a una porción de gente en las manos de ignaro caporal.