Pobre pueblo, mi pueblo pobre por Francisco J. Quevedo - Runrun

Pobreza

 

¿Qué será más triste, la pobreza de un pueblo o su ignorancia, que permite tanto engaño, como dijo El Libertador? Que somos un pueblo pobre lo demuestran las estadísticas, que somos un pobre pueblo lo demuestra que –como dijo El Libertador, Simón Bolívar– seamos dominados más por el engaño que por la fuerza. La pobreza nos priva de una buena comida. La ignorancia nos envenena.

Según cifras recientes, el venezolano promedio gana Bs. 6.376 mensuales. Extrapolando, eso significa que un 66% de los trabajadores, formales o informales, devenga entre Bs. 4.251 y 8.502 mensualmente. Cerca del 85% gana menos de dos salarios mínimos, y más del 27% se ubica por debajo de uno, mientras el CENDA coloca la canasta alimentaria en Bs. 11.040. Todo ello nos dice que solo 2,5% de la población trabajadora cubre el costo del “mercado” mensual para una familia promedio de 4,4 personas, promedio actual. Con estas estadísticas, no podemos sino concluir que somos un pueblo pobre, diga lo que diga el Gobierno.

Según Datanálisis, solo 2,2% de los venezolanos son Clase «A/B», 18,1% Clase Media, 36,3% trabajadores o Clase «D» y 43,4% serían Clase «E», léase marginales. La determinación de clase social tiene que ver con educación, la zona de residencia, el tipo de vivienda y con la fuente y monto del ingreso. Si conjugamos esta clasificación con la anterior, parece evidente que 80% del país no está trabajando sino pasando trabajo, y muchos dirán que nos quedamos cortos, dado el “momento histórico” que vivimos, término con el cual nos marean a cada rato, de paso.

Según cifras del INE, el venezolano mayor de 15 años tiene una escolaridad promedio de 8 años. Eso quiere decir que cualquier trabajador tenderá a contar con  grado de educación, y menos de 2% contará con algún nivel universitario. No es casualidad que la informalidad laboral alcance un 41%. Y recordemos que nos marean diciendo que el buhonero integra las estadísticas de “empleo”, no del desempleo. Así que –para el Gobierno–  “matar tigres” es un trabajo, y con sexto grado de educación, el promedio se lo cree. ¡Pobre pueblo!

Las mismas cifras nos indican que 53% de los venezolanos vive en barrios, pero no son pobres, dice el Gobierno. El presidente del INE resaltó –a tal efecto– que el número de “ranchos” disminuyó de 9,5% en 2001 a 9,1% en 2011. ¿A qué llamará el “rancho”? El último censo contó 8.216.443 viviendas, lo cual sugiere que 862.000 de ellas son ranchitos, donde deben hacinarse sobre 5.200.000 personas ó 17% de la población. ¿Y en qué tipo de vivienda vive ese 27% que no alcanza a ganar un salario mínimo? 76,7% de las viviendas del país son “casas”, “quintas” o “casas-quintas” (Nota: Solo 13,8% son apartamentos). Y así como nos preguntamos qué llamarán “ranchos”, vale preguntarse entonces qué llamarán “casas”. Nos dicen que una casita de bloque en un cerro o quebrada no es un rancho. Que somos un pueblo pobre lo demuestran los hechos, que somos un pobre pueblo lo demuestra la manipulación de los hechos.

El gobierno tiene su manera de medir, y disminuir así, la percepción de pobreza. Nos dicen que no solo se trata del ingreso, sino del acceso a la educación y la salud, al hacinamiento y otros factores. Pero, valdría la pena preguntarle a ese 27% de los trabajadores que gana menos de un salario mínimo cómo se sienten, si será que se creen ricos o pobres, porque para el presidente del INE, la pobreza extrema bajó al 6% y la pobreza general apenas supera el 21%. O sea que quien no gana salario mínimo no se encuentra en pobreza extrema. ¡Pregúntenle a él a ver qué dice!  

¿Y qué importa todo esto? Aparte de las implicaciones morales, por un lado de la pobreza, y por el otro, de la mentira y la manipulación, la marginalidad tiene graves efectos en el consumo, así como en las exigencias de calidad, en los salarios y en la productividad laboral, y hasta en lo político, la criminalidad y las relaciones sociales.

Un pueblo pobre no genera mercados que permitan economías de escala, lo cual encarece los productos que compra. No hay plaza para producir más y vender por menos. Un pobre pueblo no es exigente, se conforma con productos y servicios de mala calidad, siempre que se los vendan baratos, y con gobiernos malos y corruptos, siempre que le regalen algo, y –de paso– no paga impuestos. Y una masa laboral poco calificada deprime los salarios, porque sobra quien haga cualquier cosa por cuatro lochas. Y a esa fuerza de trabajo tampoco puede exigírsele mucho. No se le pueden pedir peras al olmo.

Además, ese pobre pueblo pobre polariza las relaciones sociales y agrava el requerimiento de programas paliativos y servicios públicos, como el aseo, el agua, la seguridad ciudadana y otros que pesan a su vez sobre el presupuesto de la Nación al cual no contribuye. A la final, una masa empobrecida y embrutecida es tanto una carga como una bomba de tiempo. Los políticos que apuntan el discurso hacia el “lumpen proletariat” ganan votos, pero espantan a la clase media, y a los inversionistas, y van cultivando un caldo amargo.

“El secreto de la libertad radica en educar a las personas, mientras que el secreto de la tiranía está en mantenerlos ignorantes…” dijo Robespierre. Pobre pueblo, mi pueblo pobre, así te quieren…

 

@qppasociados