EEUU y Afganistán: Una retirada con consecuencias por Víctor Mijares - Runrun

Por @vmijares

Son pocas las críticas, llueven los halagos, Obama es el líder del momento en cuanta red social se revise. No sólo ordenó dar de baja a “Gerónimo”, sino que además, para beneplácito de los liberales y del gran público, ha hecho lo que tanto ofreció: definir un cronograma de salida a la ocupación de Afganistán. Pero no se queda allí, el súper candidato-presidente amplía su discurso demagógico para arropar a los sectores más parroquiales del conservadurismo americano, y para ello apela a una versión suave del aislacionismo, pues, según Obama, ahora los EEUU se van a ocupar más de sí mismos. Esta desesperada búsqueda de aprobación ha hecho que se inicie un plan para revertir el proceso de “oleada”, que llevó al aumento por etapas de las tropas aliadas en suelo afgano, en un esfuerzo por hacer coincidir el calendario estratégico nacional con el calendario electoral.

La progresiva reducción de 33,000 tropas estadounidenses será acompañada por la de las 4,000 francesas, anuncio hecho por Sarkozy inmediatamente después del discurso del presidente americano. La retirada estratégica se ha puesto en marcha, y si bien es difícil poner en duda su necesidad, debemos destacar que los decisores políticos occidentales quieren minimizar ante la opinión pública los potenciales efectos geopolíticos de la política de repliegue. La guerra y posterior ocupación de Afganistán precedió a la que se realizó sobre Irak, en donde la retirada ya está en marcha. Estas dos guerras eran vistan por Teherán como una única operación, pues rodeaba al territorio iraní con casi 300,000 hombres en armas en el momento de mayor intensidad. La salida de los occidentales deja tras de sí frágiles y corruptos gobiernos en Bagdad y Kabul (al punto que los interlocutores en la negociación para brindar gobernabilidad a Afganistán no están en el gabinete del presidente Karzai, sino entre los mandos de la insurgencia talibán), abriendo una ventana de oportunidad para Irán y Rusia en Irak, y para Pakistán, China y Rusia en Afganistán.

El distanciamiento progresivo, y al parecer inevitable, entre EEUU y Pakistán (por el caso bin Laden y por el acercamiento estadounidense a India) coloca a Islamabad en una posición en la que su mejor alternativa es Beijing. Aunque sería difícil imaginar una alianza que incluya a rivales como Pakistán e Irán, por intermediación de Rusia y China, y alentados por el interés de socavar las bases de la presencia occidental en Asia, los dos gigantes, aliados circunstanciales, crearon hace diez años la plataforma para una alianza euroasiática en el futuro, la Organización para la Cooperación de Shanghái. De ser exitosa, la OCS sería la mayor pesadilla geoestratégica de EEUU, al marginar a la superpotencia del centro del tablero político mundial.

La retirada, siendo una decisión tomada y con apoyo popular, obligaría a las futuras administraciones americanas a fortalecer sus posiciones en los extremos del súper-continente, lo que implica revertir la política de bajo compromiso con sus aliados que ha seguido Obama. Pero una política de alto compromiso no se puede garantizar en un mundo cada vez más multipolar, pues los aliados cuentan cada vez más con alternativas, bien sea para mejorar su poder de negociación frente al aliado mayor, o para efectivamente salir de su esfera de influencia a la causa de la contaminación que pudo haber generado la desconfianza. Obama, empujado por una natural ambición personal, ha hecho poco por alterar el patrón de lenta pero progresiva degradación del poder americano en el mundo. Salga o no victorioso en 2012, sus sucesores tendrán que lidiar con los efectos geopolíticos de decisiones que dejaron en un segundo plano el interés nacional para favorecer el coyuntural y parcial interés electoral.