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Réquiem para el bravo pueblo, por Gonzalo Himiob Santomé

Banderas con chamo

@HimiobSantome

 

No sé, quizás es el cansancio acumulado de un año que se ya nos va entre los dedos con una rapidez abrumadora y que sigue sin definirse, pero octubre avanza, ya apenas faltan 76 días para que finalice 2016, mientras una angustiosa calma chicha se impone desde la ciudadanía con terquedad, obviando uno que otro destello tembloroso que se enciende acá o allá, como pregonando un arrebato definitivo que, al final, nunca llega. Estamos aletargados, vergonzosamente aletargados.

 

Las puertas se van cerrando, nos las van cerrando, y la verdad es que poco hacemos más que acusar recibo de cada trancazo en la nariz. Mientras tanto, los niños mueren de enfermedades que ya habían sido erradicadas y que han regresado para echarnos en cara que Venezuela no avanza, sino retrocede. Los pranes dominan las cárceles, el hampa manda en la calle y los cuerpos de seguridad hacen lo que les viene en gana. Lo que un lunes te cuesta un bolívar ya el martes te cuesta dos o tres, si lo consigues. Vacunas no hay, medicinas tampoco. Los tribunales no funcionan, solo trabajan en lo que al poder le conviene que trabajen, la Fiscalía se restea con el oprobio o, a lo más, calla… y al callar, otorga.  El TSJ ya ni siquiera guarda las apariencias, botó la careta y demuestra día a día que está allí solo para validar cualquier exabrupto que los pocos, las cúpulas, la minoría que a contrapelo nos desgobierna, le exija. De los militares mejor ni hablo, pues el pecho se me llena hasta la garganta de insultos que no soy dado a proferir, pero estoy seguro de que la historia tendrá mucho que reprocharles.

 

Todo comenzó cuando algunos, en aquel momento mayoría, vieron en un individuo que había cometido, dos veces, la atrocidad de apuntar los fusiles contra el pecho de sus hermanos, algo parecido a una esperanza. Unos lo apoyaron con buena fe, pero impulsados por un resentimiento inducido que no logró ver más allá de la propia nariz, otros fueron oportunistas e ingenuos, y los más cercanos actuaron con plena conciencia de la maldad que se desataría, pero pensando que no les afectaría. Todos estaban equivocados y por el abismo de su error nos lanzaron sin paracaídas. Pocos lo advirtieron entonces, pero fueron silenciados por el estruendo feroz de una mayoría hastiada que no supo ni quiso ver la cara detrás del disfraz. Luego comenzó la debacle, a paso lento pero seguro. Nos cambiaron el nombre, la bandera, el escudo, el lobo se despojó de su traje de cordero y a todo lo vistió de rojo. De la noche a la mañana, los héroes patrios dejaron de serlo, los convirtieron en villanos y fueron sustituidos por otros, de muy dudosas credenciales, por las malas. La línea entre la virtud y la vileza, entre las luces y la oscuridad, se hizo tenue, deliberadamente difusa, y el fin, mantenerse en el poder “como sea” y a costa de lo que sea, comenzó a justificar los medios.

 

Había que destruirlo todo, la historia, la cultura, el gentilicio, nuestra memoria. Todo lo sembrado en casi dos siglos de brega libertaria, todas las conquistas democráticas de un país que alguna vez fue ejemplo para el mundo, eran ahora malezas malsanas que había que quemar hasta la raíz para que el terreno quedara abonado para una nueva siembra. La excusa era que eso era necesario, doloroso, pero imprescindible, para desde las cenizas volver a construir una nación diferente, la “patria nueva”, llena de “hombres nuevos”, toda un “mar de la felicidad” que, como utopía, era y es por definición inalcanzable. Ellos lo sabían, pero las utopías son como las sirenas, atraen a los marineros indefensos, a los pueblos ingenuos y cansados, hasta las rocas arteras y filosas contra las que se destrozan inexorablemente y una y otra vez los navíos y, en nuestro caso, las naciones. Por eso es que acá nunca la han abandonado los falsarios como causa y como discurso.

 

La paz, la “máxima felicidad” y el progreso están entretanto y para siempre en la gaveta de pendientes. Como no sea solo para ellos mismos, que no para el pueblo entero, no son la prioridad de los chacales. De los supuestos frutos que toda la trágica orgía dejaría se hablaba, y se habla, en tiempo futuro. No hay manera de hacerlo en presente. El modelo, gastado y vacío, no da ni sirve para eso. Todo es un “ya viene”, “ya llega”, “ya va”, mientras la morgue día a día se atiborra de cadáveres y la gente busca alimento entre los despojos en la calle. “Libertad” es ahora una mala palabra, “elecciones” un insulto, y hasta pensar en “revocar” es un crimen. La “justicia”, si no viene acompañada de la palabra “social”, no existe ni como recurso retórico, y ya hasta la “lealtad” dejó sus luces para pasar a ser simple sumisión y adulancia.

 

Protestar es pecado capital. Que lo digan los muchachos que detienen en las manifestaciones contra el gobierno, a los que no pocas veces les obligan a corear a voz en cuello que están con “la revolución” y hasta a admitir crímenes que no han cometido a cambio de una libertad limitada que hiede a miedo. Que lo digan los exiliados, los más de 100 presos políticos y los miles de perseguidos en procesos penales aún pendientes solo por haberse atrevido a alzar la voz. Que lo digan los asesinados de antes y de ahora. Todo el que se oponga es un delincuente, el que no esté de acuerdo un traidor y el que se queje es un apátrida, poco menos que un ser humano, contra el que “todo vale”.

 

Pero acá seguimos, impávidos. Anhelantes pero dispersos y, al menos en apariencia, empequeñecidos. Los que queremos un cambio de fondo y de forma somos abrumadora mayoría y la soberanía, lo dice nuestra Carta Magna, es nuestra, pero siempre estamos a la espera de una señal, de un guía, de una luz que nos llegue desde afuera, sin darnos cuenta de que el timón de nuestro destino no está sino en nuestras manos ¿Será que ya no somos ese “bravo pueblo” que ensalza nuestro himno?

 

Espero estar equivocado, ruego que sea así, pero al parecer, al menos por ahora, la mayor derrota que hemos sufrido en esta contienda se alberga en nuestro ánimo. Despertar de la pesadilla, por los caminos de la paz, de la democracia y de la justicia, está en nuestras manos.

 

Que así sea.

La hoja de ruta, por Gonzalo Himiob Santomé

marcha-1sept

 

El pasado lunes, tal como se esperaba, la MUD señaló cuál será la hoja de ruta política en respuesta al anuncio previo hecho por el CNE sobre el RR. En dos platos, se mantiene la exigencia de que el revocatorio sea este mismo año, sometido estrictamente a lo que pauta la Constitución, sin vericuetos, sin normas chucutas y sobrevenidas ni triquiñuelas, y se insta a la ciudadanía a declararse en rebeldía ante el gobierno, a no abandonar ni la calle ni la beligerancia ante el poder, pero haciendo uso de la herramienta más poderosa con la que cuenta todo demócrata que lo sea de verdad: La participación electoral.

En primer lugar, es positivo que la MUD haya acusado recibo de la exigencia general que le impone, de ahora en adelante, el trabajo transparente y abierto. La mayoría de los líderes políticos que intervinieron en el acto del lunes reconocieron los errores cometidos y se comprometieron a actuar de ahora en adelante sin cartas bajo la manga y, como siempre ha debido ser, de la mano con la ciudadanía. De hecho, explicaron que la falta de respuesta inmediata que tanto incomodó tras el anuncio del CNE tuvo su causa en las consultas que se hicieron en los días posteriores con sectores que normalmente no participan en la MUD ni son parte de ella. Si eso debió haberse hecho antes o no, para estar preparados ante el previsible escenario planteado por el CNE, ya no es el punto, el punto es que la MUD abrió sus puertas y, a juzgar por lo que reseñan algunos de los que fueron invitados a aportar sus ideas, también abrió los ojos y los oídos. Eso, en sí mismo, ya es ganancia.

También es positivo que el pronunciamiento haya sido respaldado no solo por importantes personajes de la sociedad civil, sino por todas las organizaciones políticas que integran la MUD. Sin llegar al extremo acrítico de decir, como lo he leído por ahí, que “con la MUD todo, contra la MUD nada”, esa unidad superior que demostró la postura recientemente asumida por la MUD es precisamente lo que más se espera de ella, y no debe ser fácil alinear una estrategia común en una organización en la que cada integrante tiene pleno derecho a tener y a defender sus propias ideas sobre cómo debe abordarse el terrible problema que, para todos los venezolanos, es este gobierno que padecemos. Es menester decirlo, este es también un logro de la ciudadanía, que no pocas veces le ha reprochado a la MUD sus divisiones internas, comprensibles dada su diversidad, pero inaceptables ante la tragedia que vivimos, y el daño que éstas le hacen al logro del objetivo compartido.

La MUD, que no nos quepa duda, ha puesto la pelota en el campo de la ciudadanía. El paso siguiente no depende de las organizaciones políticas, depende de nosotros, los ciudadanos. El llamado de la dirigencia política es a no dejarse amilanar por los obstáculos arbitrariamente dispuestos por el CNE y a convertir la recolección del 20% de las manifestaciones de voluntad de finales de octubre en un evento que demuestre que Maduro, lo quiera o no, ya está de salida. Y esto no depende de las organizaciones políticas, depende de ti y de mí. En esto, es importante decirlo, ha privado el pragmatismo sobre el axioma. Es verdad, la jugarreta del CNE nos pone de alguna manera a aceptar términos que no están previstos en nuestra Carta Magna, y también es verdad que en cualquier país en el que existiera un Estado de Derecho sólido y los poderes públicos se controlaran entre sí, acudir a la recolección de las manifestaciones de voluntad tal y como lo ha planteado el CNE sería inaceptable y de inmediato rechazado, pero la realidad es que no vivimos en ese país. Cualquier recurso jurídico que se intente ante este TSJ que tenemos contra las absurdas imposiciones del CNE lo que lograría sería demorar aún más, o hasta evitaría, el desenlace de esta historia que, para todos nosotros, ya es inaplazable. Además, se esgrimió una razón de mucho peso que impide que renunciemos a nuestro derecho a elegir, por escabrosas que sean las condiciones en las que nos toque ejercerlo: Cada vez que hemos renunciado a participar, cada vez que hemos dejado que el gobierno nos gane una elección por nuestra ausencia, el resultado ha sido mucho más negativo que positivo. Eso es incontestable.

Me resulta fácil de digerir y suficiente este último alegato para participar sin dudas ni quejas en la jornada del 26, 27 y 28 de octubre. Es lo que hacemos todos los días los abogados que nos hemos echado al hombro la defensa de los presos y de los perseguidos políticos. Sabemos que no existe posibilidad alguna de justicia en estos tribunales sumisos y obtusos que tenemos, sabemos que en esas causas la razón política y la arbitrariedad siempre van a privar sobre la razón jurídica, pero eso no justifica que renunciemos a ellas y que dejemos a nuestros defendidos a completa merced del gobierno ¿Se imaginan lo que sería de la causa de los presos, de los perseguidos y de los exiliados políticos si, porque sabemos que siempre nos van a jugar sucio, su destino lo hubiésemos dejado en manos de los tribunales, de los fiscales y de los defensores públicos, todos empleados del gobierno? Hay espacios que no se deben perder, no importa lo que cueste. La capitulación en estos temas no cuenta como arma ni como herramienta, así que creo que debemos tragar grueso, participar y hacer valer nuestra voluntad pese a las adversidades. Malo es que te roben tus derechos, pero peor es que tú voluntariamente renuncies a ellos solo porque no estás de acuerdo con la realidad que debes afrontar para ejercerlos.

Dicho lo anterior, sin embargo, cabe dejar sobre la mesa esta reflexión: Aún con las loas que ciertamente merece la posición recientemente asumida por la MUD, no queda claro es cuál será el camino a seguir si la respuesta del gobierno ante sus y nuestras demandas es, como es de esperarse, el arbitrario silencio o un “no” rotundo. Nada se ha dicho en concreto sobre estas posibilidades más allá de una que otra declaración altisonante pero poco precisa y difícil de articular ¿Qué pasa y qué haremos si se persiste en la inconstitucional exigencia de que la recolección de manifestaciones de voluntad sea por estados, que no nacional? ¿Qué pasa y qué haremos si, negada de plano la Constitución, todavía así decidimos participar y llegamos al extremo de que, por ejemplo, en uno solo de nuestros estados no se logra recabar el 20% requerido? ¿Qué pasa y qué haremos si aún superados esos obstáculos se nos impone el RR en 2017, que no en 2016?

Por el bien de Venezuela creo que la hoja de ruta política, hasta ahora bien trazada, debe también tomar en cuenta las eventuales realidades contra las que, a corto plazo y con toda certeza, chocaremos llegado el momento, no vaya a ser que después de tanto bregar terminemos, por falta de previsión o de guáramo, colgados de la brocha.

 

@HimiobSantome

En defensa de la MUD, por Gonzalo Himiob Santomé

MUDVamoscontodo (1)

 

@HimiobSantome

 

“¿Gonzalo defendiendo a la MUD?”. Con la mirada asombrada y un gesto de incredulidad, como si les estuvieran contando una mentira. Así reaccionarán muchos, sobre todo los que más me conocen, cuando lean el título de esta entrega. Y es lógico. Lo es porque es harto conocido que no soy de los que se dejan bozalear ni encandilar por el peso de una “unidad” que, aunque como lema y como aspiración es muy hermosa, en la práctica algunas veces ha dejado mucho que desear y ha sido más cuento que argumento y que, aunque ha tenido sus definitivos y muy importantes aciertos, sobre todo a nivel electoral, también a veces nos ha dejado a los que tenemos más de dos dedos de frente con un muy mal sabor en la boca.

Deliberadamente, me he permitido algunas veces pagar caro el precio de la osadía de ir a contracorriente, viendo y cuestionando en los modos y maneras de algunos de nuestros liderazgos políticos los mismos modos y maneras que, primero, sirvieron de semilla a la trágica enredadera que hoy nos ahoga, y luego, se enseñorearon en el quehacer diario oficialista, con las consecuencias que todos conocemos. Y es que creo que el país con el que sueño, quizás ya no para mí, sino para mis hijos, no debe ser dirigido por gente, cualquiera que sea el color del que se vista, que haga de la intolerancia, de la sordera, del abuso y hasta del irrespeto a quien no siga agringolado las órdenes o la “línea del partido”, sus banderas. A mis hijos les estoy enseñando a no ser borregos, a tener criterio propio, a pensar por sí mismos y a ser críticos hasta con su padre.

En el futuro, que a ellos les pertenece, espero que no tengan que verse forzados a cantar a coro melodías, o cacofonías, que no hayan aceptado como propias por libre voluntad y con pleno discernimiento. De esa cabuya, la de la sumisión ciega y perversa a cualquier “ideal” o a cualquier “ungido” que coyunturalmente lo encarne, ya tenemos demasiados rollos completos, y ya sabemos dónde y cómo terminan esos cuentos. Pero eso es una cosa y otra, muy diferente, es comerse vivo a cuanto líder de partido o dirigente opositor exista que no haga cuando nosotros queremos las cosas como a nosotros nos gustaría que se hicieran.

Una cosa es criticar y cuestionar, otra muy diferente es ofender e insultar desde las tripas a quienes, nos gusten o no, les hemos delegado voluntariamente la responsabilidad de nuestra conducción política. Al final del día, no debemos olvidarlo, la MUD nació como una respuesta a nuestro requerimiento ciudadano, y en muchos aspectos, ha cumplido. La mayoría de los que la integran están allí fajados, y quitando a unos pocos que actúan más como rockstars que como políticos, todos están asumiendo riesgos muy altos porque nosotros les exigimos que así fuera.

Y no es el momento de darles la espalda, pues hacerlo implicaría un costo altísimo que, estoy seguro, solo quienes están en el gobierno quieren que paguemos. No lo olvidemos. ¿Que algunos de los que allí están, en la MUD o hasta en la AN, nos fueron impuestos o eran y son perfectos y anodinos desconocidos? Es cierto ¿Que cuando supimos que tal o cual estaba en el tarjetón o en las “listas” por los que tendríamos que votar, para garantizar la victoria general opositora en alguna elección, tuvimos que tragar grueso y marcar la opción frunciendo la nariz? También lo es ¿Que no pocas veces los manejos y componendas de la política nos han dejado el mal gusto de haber tenido que elegir de entre los malos, al menos malo? Sí, así ha sido. Pero es mezquino no reconocer que todo eso ha tenido como contrapartida una serie de ventajas, innegables, que son las que nos han permitido avanzar hasta el punto en el que, con altas y bajas, nos encontramos ahora.

Pensar en clave de país, que no en uno mismo, en una nación en la que la normalidad democrática, con todos sus matices, no existe, a veces exige este tipo de sacrificios. Eso no significa, por supuesto, que ya no haya aún camino por recorrer ni que ante los errores de nuestros dirigentes tengamos que guardar cobarde silencio. Pero el reto que encara la MUD en este momento, hoy domingo para más señas, tras el golpe a nuestra soberanía y a la voluntad del pueblo que acaba de darnos el CNE es inmenso, y demanda de nosotros serenidad, respeto y confianza, pero por encima de todo prudencia, inteligencia y sabiduría.

Le toca a la MUD, nada más y nada menos, demostrar que la coalición opositora es más, mucho más, que una simple alianza electoral. Le toca canalizar los anhelos de lo que es ya una indiscutible mayoría sin dejarse llevar por los ánimos radicales y violentos de algunos y sin perder, no obstante, el respeto de quienes saben y sienten que el cambio como hecho político depende de mucho más que una marcha o de un par de cacerolazos. Le toca entender que no es el momento de los solistas, por muy virtuosos que sean, y que la orquesta debe hacer sonar, con los diferentes tonos de cada músico que la compone, un acorde común que no solo sea grato a los que llevan la batuta, sino al público que aguarda, expectante pero suspicaz, la línea a seguir.

Esto no es fácil, y ya bastante complicada es la lucha contra el monstruoso Leviatán que quiere eternizar nuestra agonía a punta de triquiñuelas y furores, de corrupción, de iras y de violencias obtusas, como para además tener que enfrentar la MUD nuestra desconfianza, a veces más no siempre justa, y nuestra inmediatez, siempre presente. Las preguntas que debemos hacernos son cómo podemos ayudar, qué está en nuestras manos hacer, qué podemos aportar. Como abogado, por ejemplo, puedo analizar y proponer todas las vías jurídicas y constitucionales que están, al menos formalmente, a la mano para destapar la cañería en la que Maduro, el CNE y el TSJ nos han sumido, pero lo cierto es, debo aceptarlo, que la solución netamente jurídica resulta, en el país en el que la ausencia absoluta de Estado de Derecho es la regla, ineficaz.

Frente al arrebato político la respuesta necesaria, carga y responsabilidad de nuestros dirigentes, ha de ser igualmente política. Contundente, vehemente, efectiva y pacífica, pero política. Dependiendo de cuál sea, tendrá cada opción que se proponga sus detractores y sus defensores, sus ventajas y sus desventajas, pero por encima de todo, sus riesgos y sus costos.

La MUD debe demostrarnos que está a la altura de la responsabilidad encomendada, ciertamente, que está dispuesta a pagar el precio que haya que pagar y a correr los riesgos que deba correr, pero a nosotros también nos toca, como ciudadanos, restearnos con el camino que se elija y asumir sin miedo las consecuencias que seguirlo trae. Mañana nos toca a todos demostrar que somos un país, una fuerza colectiva, y no corceles desbocados y rabiosos que tiran cada uno de la carreta hacia su lado. Sin abandonar el espíritu crítico, sin ceder en nada que nos sea esencial, debemos confiar en nuestros liderazgos, pero recordándoles siempre que un país solo avanza y alcanza sus metas cuando los políticos bailan al ritmo que les toca la ciudadanía, y no al revés.

El miedo y la mayoría, por Gonzalo Himiob Santomé

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Muchas veces me preguntan por qué en Venezuela, estando las cosas como están, no ha ocurrido un estallido social. Cuando uno busca las posibles respuestas a esta interrogante, vemos que se dicen muchas cosas. Desde afirmar que los venezolanos somos por naturaleza pacíficos hasta decir que nuestro problema es que a cada calamidad le buscamos un chiste, hay mil matices que van deshojando la misma margarita. Pero yo creo que la respuesta es mucho más sencilla, y a la vez más dolorosa: Si alguna estrategia del gobierno había tenido éxito, ésta fue la de sembrar en todos nosotros el miedo, el miedo a expresarnos, el miedo a quejarnos, el miedo a salirnos abiertamente de la línea oficial, el miedo a protestar y a demandar de nuestros gobernantes capacidad y respeto.

No nos estoy denigrando como pueblo. No la hemos tenido fácil, son casi 18 años de continuos ataques y abusos y también de una permanente y muy bien articulada campaña desde la estructura del poder según la cual cualquier queja, protesta o expresión disidente es una suerte de crimen imperdonable que trae a la generalidad de quienes las promueven consecuencias muy severas, que han ido desde el injusto encarcelamiento hasta el asesinato, todo ello bajo el amparo de una idea, tan lamentablemente repetida en la historia mundial como perversa: El que está contra tal o cual idea, el que se alza contra tal o cual gobierno, no es una persona, no es un ser humano, es una “cosa” contra la que todo vale y contra la que se puede hacer cualquier cosa, bajo el velo de la más absoluta impunidad. La deshumanización del opuesto es, y siempre ha sido, la primera herramienta del oprobio, el primer escalón hacia la negación de todos sus derechos, el primer paso hacia su neutralización definitiva.

Los psicólogos, y seguro alguno habrá que pueda fundamentar esto mejor que yo, nos dicen que el miedo se alimenta de datos fácticos, de constataciones de lo que ocurre en la realidad externa, sumadas a las interpretaciones, que no necesariamente son adecuadas o correctas pues dependen de nuestra subjetividad, sobre las posibilidades de que aquello que ocurre fuera de nosotros pueda también pasarnos a nosotros. De esta manera, a título de ejemplo, si veo que a otro la GNB se lo lleva preso por atreverse a protestar contra el gobierno (este sería el dato fáctico externo) nuestros mecanismos internos de defensa, sobre la base de nuestras propias capacidades cognoscitivas y desde nuestras propias experiencias, nos llevan a sentir miedo a que, en paridad de condiciones (es decir, si también protestamos contra el gobierno) a nosotros también nos puedan llevar detenidos, a que nos puedan torturar, o incluso nos lleva a pensar que a nosotros nos pueden pasar cosas peores.

El miedo también se nutre, y esto es muy importante, del sentimiento de aislamiento. Si veo que, en mi grupo social, en el colectivo en el que hago vida, solo somos dos o tres los que pensamos que las cosas deben ser distintas, mientras que todos los demás, así sea al menos en apariencia, se mantienen en la “línea” general impuesta por el poder, es evidente que nuestro temor a quedar expuestos como divergentes, esto es, como diferentes y hasta como minoría (sea que lo seamos realmente o no), y a pagar las consecuencias de ello, es mucho mayor. Hasta hace muy poco, la leyenda negra de que el oficialismo era abrumadora mayoría, sobre todo entre los más humildes, había calado sin dudas en nuestra psique, y por ello todo el que se separaba de la línea común era tenido como un ser “ajeno”, extraño, como un “escuálido” burgués “disociado” de la realidad de la nación. Quienes no compartíamos el ideal “socialista” éramos, según el discurso oficial, la excepción. Éramos los “traidores”, los “criminales”, los “apátridas”.

Pero esto ya no es así, y por eso la espiral del miedo se ha interrumpido. Un paseo por cualquier parte de nuestro país, un simple intercambio de palabras con cualquier persona, sea de donde sea, nos demuestra que quienes no queremos que el país siga recorriendo la senda del “Socialismo del Siglo XXI”, lo que quiera que esto sea, ya no somos una “minoría disociada” sino, por el contrario, una abrumadora y muy bien definida mayoría. Antes no era así, hoy es otra cosa, ahora los “ajenos” son los que, sea por conveniencia o por escasez de neuronas, aún se atreven a defender lo indefendible. El mérito de ello está, cómo no, en los factores políticos y cívicos que se han mantenido por años firmes en pie de lucha y que han hecho de la denuncia constante y del tiempo, con las inevitables corroboraciones fácticas sobre la verdad harto repetida de nuestra tragedia que nos han llegado de su mano, sus herramientas; pero también mucho tiene que ver en esto que el propio gobierno, ahogado como está en su ceguera, en su propia tozudez e incapacidad, nos la ha puesto de “flycito”, como decimos acá, para que le descosamos, con justas e innegables razones que todos padecemos todos los días, la lona.

Por eso el incremento en el recurso a la única herramienta que le queda, para más o menos mantenerse un tiempo más, al poder: La de la represión desmedida y abusiva. Por eso en vez de dotar hospitales, escuelas y bodegas, Maduro prefiere gastarse 25 millones de dólares en pertrechos para la PNB. Por ello el arresto, solo en 2016, de más de 2300 personas por haberse atrevido a alzar la voz contra el gobierno. Por ello el invento y la difusión a mansalva de descabelladas “teorías conspirativas”, la protección a ultranza de fichas claves de la represión, aunque sean señalados como narcotraficantes, y la sembradera de evidencias forjadas e ilegales en tantos casos. Por eso los actos de persecución e intimidación, cámara en mano, a cargo de encapuchados que más que agentes del orden son verdaderos criminales que, como cualquier choro que se precie de serlo, no tienen la hombría ni la decencia, que para los cuerpos de seguridad es obligación legal, de identificarse cuando juegan a ser los “malos de la partida”.

Pero el truco está gastado y ya no impresiona. El miedo ya no es variable a considerar, ya no funciona. El poder sigue haciendo daño y de las suyas, por supuesto, pero su efecto intimidatorio es cada vez más limitado. Lo demostraron las indómitas Caracas y Villa Rosa, lo demuestran los cacerolazos continuos en todo el país contra los otrora “intocables” del régimen, que se ven ahora forzados a huir de donde quiera que se presenten con el rabo entre las piernas; lo demuestran Mitzi y Manuela increpando a viva voz y con los pantalones bien puestos a la cobardía encapuchada y lo estamos demostrando todos los días todos nosotros, los que somos, y porque somos, la mayoría.

@HimiobSantome

Gonzalo Himiob Sep 04, 2016 | Actualizado hace 8 años
Sobre el 1S, por Gonzalo Himiob Santomé

 

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Cualquier intento de restarle importancia o contundencia a la imponente manifestación cívica del 1S en Caracas luce, y es, francamente estúpido. Son palabras fuertes, lo sé, pero uno de los males que nos tiene arrastrando la “revolución” desde hace ya casi 18 años es el de habernos forzado, en demasiados casos, a dejar de llamar a las cosas por su nombre. Esas tergiversaciones, esas abusivas licencias en el uso de las palabras, e incluso las distorsiones del lenguaje que exhibe el oficialismo cuando se afana en construir sus surrealistas narrativas sobre cualquier suceso nacional, que al final del día no son más que distorsiones de la realidad que en éste se expresa, nos han hecho mucho daño ya.

 

Es una estupidez colosal, por ejemplo, decir que a la manifestación del 1S solo concurrieron unas 30.000 personas. También lo es afirmar, como se vio en las redes sociales con la promoción automatizada y posterior del hashtag “#1Svictoriachavista”, que la jornada había concluido en una suerte de reivindicación del chavismo y del madurismo, cuando la imbatible pared de la verdad demuestra precisamente todo lo contrario. La manifestación opositora del 1S, sobre todo comparada con la paupérrima demostración del gobierno, el mismo día, en la avenida Bolívar, nos confirma que la calle ya no es “revolucionaria”, que el pueblo está cansado de maldades, tonterías e ineficiencias, y que Maduro ha fracasado estrepitosamente en la defensa de lo que el oficialismo llama “el legado”. También fue una majadería épica la de servirse del día, obviando que la atención del mundo iba a estar puesta sobre nuestra nación, para amenazar con la eventual promulgación, inconstitucional por demás, de una fórmula que permitiese, con la anuencia del TSJ, allanar la inmunidad de nuestros disputados saltándose a la torera la Constitución. La rabieta huele, se ve y se revela como una patada de ahogado, absolutamente impropia en un régimen que se proclama “sólido” y “respaldado por el pueblo”, y así lo entendió el país y el planeta entero.

 

También fue una obtusa estupidez la movida de cerrar desde temprano los accesos a Caracas, como si eso fuese a detener a quienes estaban decididos a participar en la manifestación, que hasta a pie se animaron a llegar, o como si solo los que viven en la capital y que estaban dispuestos a participar, y participaron, en la protesta, no fuesen suficientes para demostrar que al poder, en Venezuela, ya se le acabó la gasolina. Al final del día, el esfuerzo fue inútil, y lo único que logró fue que a las claras violaciones a los DDHH a las que lamentablemente nos tiene acostumbrados el gobierno cada vez que el pueblo alza su voz, se sumara la de la restricción ilegal e inconstitucional de nuestro derecho al libre tránsito que, hasta dónde sé, no ha sido sujeto a excepciones ni a limitaciones formales de ningún tipo. Lo vio Venezuela y, para jaqueca de Maduro, lo vio el mundo entero.

 

No hay que escatimarle a la MUD sus méritos. Se puede ser crítico con ella, aunque algunos de sus miembros tiendan a recibir los cuestionamientos con la misma mala vena que tienen para las quejas los oficialistas, pero lo cierto es que demostró una monumental capacidad de convocatoria y, por encima de todo, coherencia. La actividad, como toda buena demostración ciudadana que se precie de serlo, tuvo su inicio, su clímax, y su final bien definidos. No hubo cartas bajo la manga ni sorpresas, y a nadie se le engañó. Haciendo una que otra salvedad estratégica, los objetivos generales, las actividades a desarrollar y la manera en que la protesta sería llevada a cabo eran del conocimiento de toda la ciudadanía y eso, definitivamente, contribuyó a su éxito. Unos cuantos, algunos presos del hartazgo, pero con buena intención, y otros radicalizados hasta sí, la estupidez, le reclamaron luego a la MUD “más contundencia” y hasta acciones no solo fuera del programa sino fuera del marco constitucional. A estos, más que atacarlos, toca recordarles lecciones viejas, como las de abril de 2002, que ya debemos tener más que aprendidas, y también que esta carrera no es de velocidad, sino de resistencia.

 

Como notas negativas yo destaco, y aquí seguro alguno me caerá encima, la revelación anticipada y fuera de lugar de las pretensiones presidenciales de algunos voceros opositores. El 1S no era día para eso. Pretender llegar a ser presidente es derecho de cualquiera pero, en mi humilde opinión, aún hay mucha tela que cortar como para estar empezando a crear, en las filas políticas opositoras, asperezas innecesarias. El objetivo “A” no está cumplido, así que poco cabe decir aún sobre los objetivos “B” o “C”. También veo como negativo que algunas personas, no necesariamente “infiltrados”, ya finalizada la manifestación se hayan dado a la tarea de hacer “dibujo libre”, de espaldas al llamado al retorno a casa de la dirigencia política, empañando el éxito general de la protesta cuando ya el potente músculo opositor, y el evidente talante mayoritario y pacífico de quienes están en desacuerdo con Maduro, habían demostrado su verdad al mundo entero. La lamentable consecuencia de ello se evidenció en las más de 60 detenciones en Caracas, de algunos exaltados, es verdad, pero también de muchos inocentes que terminaron pagando platos que no rompieron. El destino de 23 de ellos seguía pendiente al cierre de estas líneas.

 

Más allá de esos detalles, el balance en general no puede ser más positivo. Una vez más el pueblo nos dio motivos para seguir adelante y, por encima de todo, para llamarnos, con todo orgullo y con mayúscula, Venezolanos.

 

@HimiobSantome

 

O disparate o maldad, por Gonzalo Himiob Santomé

Justicia

Esta semana fue dura. En los tribunales nos difirieron, por los más absurdos motivos, tres audiencias: La de los jóvenes del Campamento PNUD, la de los muchachos del Campamento Sadel, y la de Skarlyn Duarte. Esta última, con el de esta semana, acumula 31 diferimientos. Sí, estás leyendo bien, son 31 las veces en las que la audiencia preliminar de esta joven tuitera ha sido diferida, mientras que ella está por cumplir dos años detenida en el SEBIN. También le se notificó a Leopoldo López la ratificación en Corte de Apelaciones de su injusta condena mientras que, en el ínterin, un “valiente” GNB insultaba a su madre solo porque, cual es su derecho, ella quería estar presente en la audiencia de su hijo.

Un poco más allá, también en Caracas, en El Calvario, otros gorilas (ya no les cabe otro mote) detenían a dos periodistas solo por tomar imágenes panorámicas de esa zona que, por lo demás, es pública. Gracias a Dios, con la confesión implícita de que aquella fue una detención arbitraria, luego los liberaron a las pocas horas tras «interrogarlos». Pero les ha podido ir mucho peor, y todos lo sabemos. Lo mismo ocurrió en Apure, donde un grupo de periodistas que cubría una manifestación fue retenido y mantenido (perdónenme el lenguaje, solo es una cita textual de la denuncia recibida) “a coñazo limpio” varias horas privado de su libertad. Hace unos días, al hermano de uno de nuestros amigos y colaboradores y a la joven que lo acompañaba, se los llevó el hampa. Esto fue en Barquisimeto.

A este coctel hay que sumarle, porque también es verdad, que la nota distintiva en cada una de las audiencias que discrimino en el encabezado fue la de la soledad. A ninguno de los presos los acompañó más que un pequeño séquito de abogados y los incondicionales de siempre. El resto del país, salvo algunas fáciles expresiones de solidaridad en las redes sociales, les dio la espalda. En fin, ese es otro tema.

Todo lo anterior no es más que una pequeña muestra de lo que está pasando en nuestros tribunales, en nuestras ciudades, en nuestro país.

Está mal hablar de uno mismo, pero en general no soy intolerante. Trato de ponerme siempre en los zapatos del que no piensa como yo y de entender sus razones; trato de comprender sus motivos, su historia personal, sus anhelos, para desde allí procurar algún punto de contacto, alguna identidad que nos permita construir algún puente, alguna coincidencia, por precaria que sea, desde la cual se pueda elaborar al menos un esbozo de visión común. Pero hoy me es muy difícil hacerlo, el ánimo es otro, y lo es porque la «Quinta República» (o lo que sea que los que aún la defienden crean que es esta tragedia nacional que ya va para la mayoría de edad) dejó hace rato en pañales cualquier abuso pasado. Lo que se está viendo ahora, lo que nos está ocurriendo, en esta escala, con esta magnitud y con esta saña, jamás se había vivido en Venezuela. Cualquier carencia o abuso previo, que los hubo ciertamente, ha quedado completamente opacado por las carencias y los abusos actuales. Eso, tomando en cuenta una historia como la nuestra, es mucho, pero mucho, decir y duele mucho porque, a las pruebas diarias me remito, la anterior es una afirmación incontestable.

Alguien me dirá que antes había desigualdad, exclusión, corrupción e injusticia, y eso no puede negarse, pero jamás fueron como las de ahora. A la comida, por ejemplo, solo tienen acceso unos pocos, y a la regulada, a esos productos dudosos que distribuyen los CLAP, solo tienen acceso las corruptelas del PSUV o, y ya ni mantienen las apariencias, “quienes no sean escuálidos”. De las medicinas mejor ni hablamos. La GNB, el SEBIN y en general los cuerpos de seguridad hacen literalmente lo que les viene en gana, y ya no respetan ni las órdenes que les dan los mismos jueces “revolucionarios”. Lo peor es que es común leer en las noticias que algunos de sus miembros son a la vez policías y malhechores, y hasta enfrentamientos entre ellos, como si se tratase de bandas criminales, suceden con dolorosa frecuencia.

En los predios judiciales, que son de los que puedo hablar con más propiedad, había antes de todo, desde jueces corruptos y borrachos hasta lunáticos que obligaban a los detenidos a arrodillarse ante la Virgen para pedir perdón por sus pecados antes de decidir sus causas. También teníamos jueces que se plegaban en ciertas causas a la “línea del partido” y que decidían no desde lo que les ordenaban la Constitución y la Ley, sino desde el interés político que mejor les acomodara. Pero incluso en esas oscuridades había destellos de jueces probos, sabios y humildes a los que uno no podía más que admirar y también existían ciertos límites que no se traspasaban. Había cosas que ningún juez, por corrupto, ignorante o loco que fuera, hacía. Hoy, para mal de todos, es otra cosa: La regla es que no hay reglas.

Por eso no puedo más que concluir que seguir apoyando al poder, al chavismo o al madurismo, hoy por hoy, ya no es un acto de fe, de ingenuidad o de pretenciosa consecuencia ideológica, es un disparate en el mejor de los casos y, en el peor, es un acto de evidente maldad y de resentimiento obtuso. Nos lo recuerdan los presos, los enfermos y los niños y ancianos que cada día mueren por no tener qué comer o por no recibir las medicinas que necesitan. Venezuela, aun lo creo, merece mucho más que esto. Está en nuestras manos salvarla antes de que los daños, ya inmensos, sigan siendo la norma del día.

@HimiobSantome

Un alfabeto de planes, por Gonzalo Himiob Santomé

RevocatorioAP

@HimiobSantome

La semilla del caos y de la violencia social siempre está en la falta de alternativas. Cuando a la gente se la acorrala, cuando el gobierno nos cierra en la cara todas las puertas democráticas y pacificas que pueden llevar a la salida urgente, constitucional y legítima de la terrible crisis que en Venezuela se vive a todo nivel, es que más fácil es para algunos dejarse llevar por la tentación de los atajos y de los “caminos verdes”. Eso lo sabe el poder en Venezuela, eso lo saben Maduro y sus adláteres del CNE, y también saben que, en ese terreno, en el de la violencia, la inmediatez y las balas, es el único en el que le llevan ventaja a la ciudadanía.

Por eso es que el discurso y la línea oficiales van contra el RR con toda su artillería. El plan del oficialismo, mejor dicho, de los cogollos del oficialismo si hacemos caso a las encuestas, ya que un importante número de chavistas está muy descontento con Maduro, es que no tengamos RR este año, y lo han venido diciendo desde que se asomó y propuso la idea. Están apostando al desánimo y a sus consecuencias.

A esa apuesta, a la que pone los pocos huevos que les quedan en la canasta de una eventual respuesta violenta de la ciudadanía, para desde la represión desmedida que vendría retomar el control perdido de la situación, hay que sumarle otra. Hay otro motivo, ya harto conocido, un poco menos abstracto y más pragmático, que se asoma en este juego de demoras y trabas: Si el RR es este año, Maduro y el pasticho ideológico que encarna deben hacer sus maletas y “tomar las de Villadiego” este mismo año, pues eso es lo que ordena nuestra Carta Magna.

La cita de “La Celestina”, permítaseme la digresión, es deliberada, en honor a las tantas que hay ahora. En fin…

Si, por el contrario, el RR se realiza después del 10 de enero de 2017, Maduro sale de la presidencia, pero queda encargado de la misma quien para ese momento funja como Vicepresidente Ejecutivo, designado por Maduro, hasta que finalicen los dos años de periodo constitucional restantes. Esto, aunque le marcaría de manera clara su término de caducidad definitivo, le daría a la “revolución” dos años más de oxígeno y a Venezuela dos años más también, pero de agonía.

Como se ve, es un juego delicado y difícil, uno en el que, por un lado, Venezuela arriesga literalmente la supervivencia de su gente, y por el otro, los que integran la cúpula del gobierno se arriesgan a perder no solo sus prebendas, sino además el único manto, el del poder, que hasta ahora les ha protegido de las consecuencias legales e históricas seguras que a muchos de ellos les esperan cuando toda esta locura pase.

Por eso no debe sorprendernos que el oficialismo, prevaliéndose de las facultades e instituciones que aún mantiene bajo precario control, e incluso tergiversando y violando flagrantemente las normas, como es su costumbre, haga cualquier cosa que esté a su alcance para que el temido, y hasta cierto punto ya inevitable desenlace de esta tragedia, tarde en llegar todo lo que sea posible. Lo importante es entender que esto va a seguir siendo así, que el gobierno no va a cambiar su estrategia, y aceptar que para eso debemos estar todos preparados.

Ahora el empeño de la agenda política opositora está, y así debe ser, en lograr que el RR se realice este mismo año, pero ¿Qué pasa si, por las razones que sea, no se alcanza este objetivo? Suena mal, suena feo, suena a fracaso político y ciudadano, pero es definitivamente una posibilidad real, más allá de los tecnicismos e incluso de lo que digan las normas, que el RR sea en 2017. Puede parecer agorero o pesimista, pero de esto también hay que hablar con honestidad y asertividad ¿Por qué? Para evitar que la eventual mala nueva, que el trancazo posible contra la muralla de la negativa, si es que se plantea, nos sepa a puertas definitivamente cerradas o a peligrosa ausencia absoluta de alternativas democráticas.

A nadie le interesa vivir lo que podría ser de Venezuela si al pueblo se le se obliga, con acciones u omisiones, a ser o a sentirse como una fiera acorralada. Es responsabilidad de nuestros líderes demostrarnos que están conscientes de todos los posibles escenarios políticos y que, para cada uno de los que sean racionalmente previsibles (pues también en este polvorín que somos hay muchos imponderables que escapan de todo control o previsión) está articulada y pensada una alternativa inteligente, una estrategia común, pacífica, efectiva y meditada, que tenga la mira puesta en el bien general, que no en el prestigio personal o en las cuotas de cada partido, y que se refleje en un alfabeto completo de planes y opciones, sinceras y sensatas, que nos permitan no solo salir de la crisis, sino mantener a raya a la violencia, a la apatía, a la desesperanza y al caos.

Lo que nos importa, por Gonzalo Himiob Santomé

PresosPolíticos

 

Si uno solo fuese el deseo que se nos pudiese conceder a todos los venezolanos, creo que ese sería el de acabar con la pugnacidad, con la peleadera entre nosotros, con la confrontación estéril, con esa mala manía a la que nos hemos habituado de desconfiar siempre del otro, incluso si está de nuestro lado. Tantos años de dobles agendas, de puñaladas traperas y de saltos hacia atrás y hacia adelante, pero por encima de todo, varios lustros de inconsistencias y de inconsecuencias, pues muchos hoy dicen una cosa y a la vuelta de la esquina están diciendo otra completamente diferente, nos están haciendo daño y nos están enfrentando sin necesidad.

Lo anterior tiene que ver con el reciente choque (no sé si calificarlo como tal, porque para pelear se necesitan al menos dos partes, y nosotros no estamos peleando con nadie) entre la MUD y la organización de la que soy directivo y que tuve el honor de fundar, el Foro Penal Venezolano ¿Qué pasó? La MUD, por medio de Chúo Torrealba, a quien en lo personal respeto y aprecio mucho, afirmó esta semana que acaba de finalizar que, desde el 19 de mayo de este año, se había producido la liberación de 28 presos políticos, todo lo cual, según explicaron, tenía que ver con la apertura al diálogo de la oposición y con la presencia como mediador, desde esa fecha, de Rodríguez Zapatero en el país.

El problema con tales afirmaciones, producto a todas luces de la falta de información precisa y de confusiones claras en el manejo de los términos, es que no son ciertas. Por eso, como institución que lleva más de 14 años dedicada a estudiar y registrar de manera detallada la represión, la prisión y las persecuciones por motivos políticos en nuestro país, nos vimos obligados a desmentirlas. No es verdad que, desde el 19 de mayo de este año hasta la fecha, hayan sido liberados 28 presos políticos y tampoco es cierto que haya habido un cambio de actitud en los operadores de (in)justicia desde que el señor Rodríguez Zapatero está en el país; por el contrario, en estos meses la represión ha recrudecido. Solo este año, por motivos políticos, nos han sido reportadas 2211 detenciones, arrestos o retenciones ilegales por motivos políticos. Si nos vamos a la fecha que la misma MUD marcó como hito, el 19 de mayo de 2016, desde esa fecha el número de privados de libertad que, conforme a las definiciones técnicas aceptadas a nivel internacional pueden ser calificados como presos políticos, ha subido de 86 a 90, y solo por participar en protestas (no estamos hablando acá de las personas que son arbitrariamente detenidas y luego liberadas al cabo de unas horas por, por ejemplo, pernoctar en una cola de un automercado o de una farmacia) al menos 85 personas han sido sometidas a procesos penales bajo medidas cautelares.

La cosa es tan grave que incluso en algunos casos, hablemos de 7 personas detenidas en el SEBIN y de los casos de Daniel Morales y de José Gregorio Hernández, ya estas personas deberían estar libres, porque así lo decidió ya un tribunal en el caso de los 7 primeros, o porque así lo ha solicitado expresamente la Fiscalía en el caso de los 2 últimos. Pero aún siguen privados de su libertad. Nada indica que esta situación vaya a cambiar a corto plazo, ni mucho que menos que estos casos, conjuntamente con muchos otros de personas que legalmente también deberían estar libres hace rato, estén siendo manejados de manera diferente por el Poder Judicial solo porque Rodríguez Zapatero está en Venezuela.

Por eso nos vimos forzados a responder, y es que con la verdad ni se ofende ni se teme y, más allá, solo con la verdad por delante puede el diálogo, por lo demás indispensable e inaplazable, ser el terreno fértil que se necesita para cosechar los más provechosos frutos. No es un tema de “sensibilidades” ni de ansias de protagonismo, es un asunto de credibilidad, de responsabilidad y, por encima de todo, de respeto no a nosotros, que acá no somos más que un instrumento de documentación y de apoyo legal, sino a los familiares y allegados de esos 90 presos políticos que inflaron sus pechos de esperanza al escuchar a Chúo para, al cabo de unos minutos y un par de llamadas después, darse un doloroso cabezazo contra la pared de la realidad. Con eso no se juega.

Si por asumir una postura apegada a la verdad, basada en nuestra experiencia y en nuestra constatación diaria y a nivel nacional de la realidad judicial de la persecución política, se nos va a llamar “sensibles”, pues que así sea. Si por exigir de nuestros liderazgos políticos responsabilidad, objetividad y veracidad en el manejo de este tema tan delicado, se nos va a tildar de “antipolíticos” o de “inoportunos”, eso no nos importa. No todo el que te cuestiona o te llama la atención sobre alguna equivocación es necesariamente tu enemigo, a ver si lo entendemos de una vez. Siempre hemos estado y aún estamos a la disposición de quienes quieran escucharnos, porque nuestros datos y esfuerzos no son nuestros, sino de toda Venezuela.
Y no, no queremos medallas ni honores, ni usurpar los méritos ni las funciones políticas de nadie. Lo que queremos, lo que nos importa, es que este triste capítulo de nuestra historia reciente se cierre, de una vez y para siempre. Seguimos y seguiremos a la orden, Venezuela lo vale.

@HimiobSantome