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Contravoz

Gonzalo Himiob Ago 06, 2017 | Actualizado hace 7 años
¿Y ahora? por Gonzalo Himiob Santomé

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El trago amargo, uno más de este gobierno, de la Asamblea Nacional Constituyente (ANC) ya pasó. Allí está, instalada contra viento y marea, ejerciendo ilegítimamente funciones que no le fueron asignadas por el pueblo ni para el pueblo, sino contra el pueblo, al amparo del capricho de unos pocos que vieron en esa opción la oportunidad de oro para correr su arruga un poco más, de la mano de más de 500 irresponsables oportunistas que, estoy seguro de ello, aún no han entendido el tamaño y la gravedad de las consecuencias de sus actos. Nadie, ni siquiera muchos maduristas que fueron dejados por fuera merced las artes falsarias de las furias del CNE (esas que cortan por los dos lados) reconoce ni valida esta ANC, pero ahí está instalada, toda ella un insulto contra la ciudadanía, toda ella un monumento contra la democracia, toda ella un error histórico cuyas proporciones y magnitud aún están por verse.

Maduro puede bailar sobre la sangre derramada en estos últimos meses todo lo que quiera, pero hasta los otrora oficialistas ven a la ANC con suspicacia. Puedes defenderla adornándola con las florituras que quieras, pero lo cierto es que ni siquiera si hubiese sido promovida e instalada como lo ordena la Constitución vigente, con el respaldo de la mayoría y siguiendo los pasos legales que ni siquiera Chávez se atrevió a obviar, hay manera de que la ANC resuelva la grave crisis en la que estamos hasta más allá del cuello. Tratar de sacar al país del caos en el que Maduro lo ha sumido con una ANC es como intentar enfrentarse a un tiburón hambriento armados con una tuerca de bicicleta. Es imposible y absurdo, y nadie que tenga más de dos dedos de frente puede pensar con seriedad lo contrario. El futuro inmediato viste de negro, ya ni siquiera de rojo, y lo demuestra el hecho de que a solo unos pocos días de consumado el dislate, los precios de todo se han duplicado y hasta triplicado.

Mientras tanto, de este otro lado de la acera, la dirigencia política se percibe, al menos hasta el momento en el que escribo estas líneas, desorientada, dividida y difusa. El único mensaje claro y honesto, autocrítico y directo, hay que decirlo, lo dio Ledezma antes de que la ANC se instalara, y la jugada casi le cuesta terminar definitivamente en Ramo Verde. De los demás, excepción hecha de Leopoldo López, que ha vuelto a ser neutralizado, poco se ha visto u oído. Mientras tanto la ciudadanía se siente desmotivada y a la deriva, y sigue siendo el blanco directo de la más descarnada represión que, aprovechándose de la ausencia de liderazgo y de línea de actuación clara en la oposición, está haciendo lo que le viene en gana.

¿Qué hacer entonces? Yo creo que momentos de circunstancial incertidumbre, por definición temporales, no hay que apresurarse a tomar decisiones de efectos permanentes, y también creo que cuando el ánimo no encuentra camino por el que llegar a su destino, debemos volver a nuestro centro y recordar cuál era el sentido y el destino original de nuestros esfuerzos y sacrificios. Recordemos, no fue la ANC (que fue una complicación sobrevenida) la que motivó las protestas continuas que han tenido lugar en el país desde 2014, ni mucho menos las de 2017. Lo que nos hizo alzar la voz fue la grave escasez que estamos padeciendo, la inclemente inseguridad que todo lo devora, la inhumana persecución judicial contra la oposición y la disidencia y la ausencia absoluta de voluntad, en el poder, de medirse en elecciones justas y libres. Nada de eso ha cambiado. Salvo por el anuncio a deliberado destiempo de unas elecciones regionales en las que muy pocos, dadas las condiciones actuales, creen, todos los demás temas de la agenda opositora siguen sobre la palestra. Nuestros problemas no han desaparecido, han empeorado.

Si nuestra situación se mantiene igual, o está peor, nada justifica el abandono de la protesta pacífica como mecanismo de reivindicación social o política. Aunque el costo ha sido sumamente elevado, mucho se ha logrado en estos meses (vean por ejemplo cuántos países le han dado la espalda a la ANC y, consecuentemente, a Maduro) por eso la opción de la apatía no encuentra sustento y debe ser, de inmediato, desechada. Callar ahora, o abandonar la protesta pacífica y multitudinaria, sería además de un error inmenso un grave irrespeto a quienes han dado desde su libertad, que se cuentan por miles, hasta su vida, que ya superan la centena, por el sueño de una Venezuela distinta y mejor. Quizás nos toque reinventarnos y buscar nuevas maneras de expresar en paz, pero de manera contundente y más efectiva, nuestro descontento, pero ni el miedo ni el silencio son, en este momento, opciones válidas.

Hay un espacio individual en el que no gobierna ningún presidente ni puede mandar ANC alguna. Tal vez deberíamos empezar por ahí. Es ese espacio en el que tú decides, sin que nadie te insinúe o te imponga sus criterios, qué es lo que tú mismo consideras válido o legítimo. Yo, por mi parte, no estoy dispuesto a tener por válida la ANC, no creo en su autoridad, por el simple hecho de que no fue producto su elección de la voluntad popular, ni pienso guiar mis actos o mis desempeños por otra Carta Magna que no sea la que, en 1998 y con sus altas y bajas, decidimos darnos, ni pretendo dejarme naricear por instituciones o esperpentos que no hayan nacido de la orden inequívoca de la mayoría ciudadanía. La Constitución que fue promulgada en 1999 es la que vale, de hecho, sigue y seguirá vigente por ahora, y ningún grupo de anónimos personajes electos casi a dedo y contra lo que pautan las más elementales reglas democráticas va a encontrar en mí ni apoyo ni obediencia. Para mí sus barullos no son más que alharaca y ruido, fuerza destructiva e imposición dictatorial, y con eso no comulgo ni comulgaré jamás.

Volvamos entonces a nuestro centro. Recordemos los motivos de nuestra lucha y qué fue lo que nos trajo hasta acá y, sin olvidar jamás el costo que ha representado, y sin pensar siquiera en potenciales impunidades, rescatemos lo positivo y productivo de nuestros actos de estos últimos meses y aferrémonos a lo que nos ha funcionado desechando sin mayores juicios ni inútiles resquemores lo que no nos ha rendido frutos palpables. A los políticos, que justo es reconocerlo, han estado hasta ahora y en general a la altura del compromiso asumido, que tampoco la han tenido fácil y han recibido también su cuota de “patria”, recordémosles que su deber no es marcar la pauta sino interpretarla y seguirla, y que esa línea, esa pauta, se determina y nace en las ciudades, los pueblos, los barrios y en el alma de cada uno de los ciudadanos que, sin querer otorgarles más “cheques en blanco”, aun confiamos en ellos.

Es el momento se separar el trigo del gamelote y de poner nuestras apuestas donde está nuestra boca. Se acabaron las medias tintas y los guabineos. Llegó la hora de saber si estamos a la altura de nuestro Himno Nacional o si, por el contrario, somos una nación de cobardes borregos.

 @HimiobSantome

El sentido de la lucha, por Gonzalo Himiob Santomé

Detenidos2017

Los números no mienten, y reflejan con meridiana claridad lo duro que ha sido el camino recorrido en Venezuela hasta el día de hoy. Desde 2014, cuando comenzaron las protestas contra Maduro, hasta ahora, se han producido más de 10000 arrestos por motivos políticos. Desde 2014, 150 personas han fallecido en el contexto de las continuas manifestaciones que han tenido lugar en todo el país, y de este grupo, al menos 112 personas han sido directamente asesinadas por la acción de los cuerpos de seguridad del Estado o de los grupos paramilitares que actúan de la mano de la policía o de la GNB amparados en la más absoluta impunidad. Al día de hoy podemos calificar, sin duda alguna, a al menos 444 ciudadanos como presos políticos, esto es, como personas que están privadas de su libertad por una orden judicial injusta. Algunos de ellos, como los policías metropolitanos y el Comisario Simonovis, tienen ya más de 14 años presos, otros son más recientes y tienen solo unos días detenidos, pero a menos que el sistema político cambie, o lo que es lo mismo, a menos que caiga la dictadura, todos compartirán el mismo destino. A estos 444 presos políticos tenemos que sumarle otros, representados por los militares que han sido procesados y detenidos en esa caja negra, sin fondo ni límites, que es la justicia militar, por desconocer las órdenes que les han impartido de alzar sus armas contra su pueblo, que según los últimos registros ya son más de 130 en todo el país.

Los heridos en manifestaciones, por perdigonazos a quemarropa, por impacto directo y artero de lacrimógenas, o por el uso de éstas como armas ofensivas, que no disuasivas, o por golpes propinados por uniformados que solo muestran “valentía”, así entre comillas, ante ciudadanos desarmados, pero que no pueden ver ni de lejos a un criminal verdadero porque tiñen sus pantalones de marrón viscoso, se cuentan por millares, solo desde abril de 2017 hasta ahora. Ya son centenares los torturados y los sometidos a tratos crueles, inhumanos o degradantes, que hasta ahora esperan por una justicia que no llega. Mujeres y hombres detenidos sometidos además a toda suerte de amenazas y de agresiones sexuales, que van desde el continuo recurso a la intimidación, diciéndoles que serán trasladados a cárceles comunes para que se conviertan en “novias” de los criminales, pasando por los toqueteos, las insinuaciones, el ofrecimiento de dinero, o de libertad, a cambio de relaciones sexuales con sus captores, hasta la violación.

Desde el 1º de abril hasta el 19 de julio de 2017 479 civiles han sido procesados, violando con ello cualquier parámetro constitucional y hasta los criterios internacionales que hoy por hoy ya ni se discuten, por tribunales militares, y de este grupo de civiles, al menos 307, se mantienen privados de su libertad por órdenes de los tribunales militares en los que, además, la violación al derecho a la defensa y al acceso a la justicia es la regla.

Mientras todo esto pasa, de los más de 4000 arrestos de manifestantes que se han producido en Venezuela desde el 1º de abril de 2017 hasta ahora, un grupo de más de 1100 ciudadanos sigue detenido pese a que se supone que ya deberían estar libres, solo porque los tribunales sumisos (pasando incluso por encima de lo que pide el Ministerio Público, que de acuerdo a nuestra Carta Magna es el titular, léase el “dueño” de la acción penal, o lo que es lo mismo, el que dispone si una persona debe ser llevada a proceso penal o no) han decidido que el grueso de estas personas debe cumplir con el requisito de presentar unos “fiadores” (que nadie les solicita) que luego de manera deliberada tardan semanas, y a veces meses, en tramitar y aceptar.

Entre tanto, Maduro insiste en militarizar el control de la sociedad. Convoca al Consejo de Defensa y Seguridad Nacional como si Venezuela estuviese en una guerra, y lo hace de esta manera porque para él y sus cómplices los ciudadanos que lo quieren fuera de Miraflores no son personas con derecho a expresar su descontento, son enemigos, son criminales, son hasta “terroristas”. Y como tales nos trata. Por eso las bravuconadas en cadena  nacional de diferentes uniformados, especialmente de la GNB (ese cuerpo oprobioso que apenas cambien las cosas deberá desaparecer, previo el enjuiciamiento y castigo de todos los violadores de DDHH que han hecho su agosto en sus filas) y hasta la difusión de videos del Ministro de la Defensa dando pena (digo, gracias a Dios no estamos en una guerra real, porque el hombre jadeante no aguanta ni un trote medio), todo para presumir de lo que carecen que, como ya lo demostró la consulta popular, es fuerza, legitimidad, ciudadanía y pueblo.

El panorama es oscuro y desolador, pero siempre es así antes del amanecer. Cuando dudemos, y cuando pensemos en cuál es el sentido de la lucha no nos perdamos en mezquindades ni egoísmos. Luchamos por nuestra propia e individual supervivencia, es verdad, pero también por alcanzar una meta que nos trasciende, que va mucho más allá de nosotros mismos, y que será nuestro mejor legado para las próximas generaciones, a las que les debemos un país distinto y mejor. Cuando el ánimo flaquee, no olvidemos los números que encabezan este escrito y los que seguramente se irán sumando a este largo memorial de agravios. No perdamos de vista nuestro objetivo final, no olvidemos a los que lo dieron todo, incluso hasta su vida o su libertad, por traernos hasta acá. Cuando el poder no te deja más opción que la rebelión, pacífica, contundente y liberadora, es el gobierno el que demuestra que ya perdió la contienda. Es mucho lo que se ha logrado. Sigamos, que la aurora está cerca.

 @HimiobSantome

Muchas gracias Lugo, por Gonzalo Himiob Santomé

CoronelVladimirLugo

 

Confieso que apenas vi las imágenes de Bladimir Lugo (no lo voy a llamar «coronel», porque bien saben los militares que me lean que el rango y la autoridad dependen más del respeto ganado con esfuerzo que de una simple adjudicación acomodaticia) carajeando a Julio Borges (al que sí podemos llamar, porque catorce millones de venezolanos así lo dispusieron, Diputado y Presidente de la Asamblea Nacional de la República Bolivariana de Venezuela) se me mezclaron las emociones de maneras no aptas para menores.

Por una parte, estaba Julio, reclamando con calculada mesura las agresiones sufridas por varias diputadas que quisieron impedir la barrabasada, vaya usted a saber cuál era, que pretendía ese día el gobierno introduciendo sin permiso de nadie esas cajas en la AN, y por el otro estaba este individuo alzado, visiblemente asustado en su agresividad y portando un uniforme que, según se vea, le queda pequeño, ya que su abombado porte revela que al menos en su casa el «rancho» no falta; o muy grande, ya que dudo mucho que cuando en 1937 le escamotearon el lema a la Guardia Civil española (que fue la que le sirvió a López Contreras de modelo para fundar la GNB) se le atribuyera al honor como divisa el sentido que Lugo hizo patente en sus más recientes quince minutos de fama.

Sin darse cuenta, ambos encarnaban la metáfora más exacta de la realidad venezolana actual: El poder civil, soberano y electo democráticamente, el que representa el respeto a las leyes y a la voluntad del pueblo, opuesto a la obtusa bota militar, a la irracionalidad ciega y sumisa de la obediencia a ultranza, a la fuerza que fue puesta allí por el capricho de unos pocos solo para cuidar, al parecer, los intereses de esos pocos. La ciudadanía hablando pausada y en paz, pero en clave de justo reclamo, y las armas vociferando, manoteando, cerrando puertas, destruyendo puentes y respondiendo a todo alegato y a toda razón con su único instrumento, que es la violencia. Fueron Julio y Lugo, sin percatarse, Apolo y Ares (o Hades, si a la elevada cifra de asesinatos recientes nos vamos) enfrentados frente a frente. Bueno, no soy justo, pues dudo mucho que Ares hubiese esperado hasta que Apolo estuviese de espaldas para asestarle un empujón. En fin…

Decía que las primeras emociones que me nacieron tras el lance no eran aptas para menores. Cuando yo era niño, si a cualquiera de mis compañeros de colegio se le hubiera ocurrido empujar por la espalda a otro tras una discusión finalizada, el agresor se hubiera ido a su casa al menos con un ojo morado y probablemente con algunos dientes menos. Creo que pocos de los venezolanos que nos indignamos con la escena y nos imaginamos en los zapatos de Julio no pensamos, impulsivos y al menos como primera reacción, que lo que correspondía en ese momento era devolverle al exaltado un par de bofetadas «pedagógicas» (la cobardía no es digna de puños, sino de cachetadas) para «ponerlo en su sitio». Aunque hablo por mí, estoy seguro de que muchos, y muchas, desde la cintura y sin mucho pensar fantasearon, sin medir el escenario ni las consecuencias, con la que hubiera sido su reacción más primitiva e inmediata ante el abuso y el insulto no solo contra Julio, sino contra Venezuela entera, que supuso el malhadado empujón uniformado.

Pero gracias a Dios, Julio no respondió como a muchos de nosotros, y quizás también a él, nos lo exigían las tripas en ese primer momento de arrebato. Si así lo hubiera hecho, se habría quizás ganado una pequeña batalla por la dignidad, pero a la larga habríamos perdido, para mal de todos, la guerra. La violencia no es el camino. Lugo demostró que su mise-en-scène fue completamente deliberada, e incluso procuró que quedara registrada en vídeo, y hasta se atrevió a divulgarla, y esto evidencia que su bravata no fue producto del calor momento ni improvisada. Estaba provocando en Julio, y en todos los que él sabía que verían su exabrupto, una reacción que le permitiese demostrar al mundo lo que tanto él, como sus cómplices de tropelías, han tratado de venderle a propios y a ajenos desde que empezaron las protestas todo el país en abril de este año: Que la oposición es «violenta» y «terrorista» o, al menos, tan violenta e irracional como lo son el gobierno y sus secuaces.

Pero a Lugo el tiro, menos mal, le salió por la culata. No solo por la demostración de autocontrol de Julio, que puede haber sentido miedo en ese momento como cualquiera de nosotros (no conozco a nadie sensato que ante la inminencia de una confrontación física no lo sienta). pero que aun así no se dejó llevar por sus impulsos; no solo porque Lugo no logró su objetivo deliberado de mostrarnos a todos, representados en ese momento por Julio, como iguales a él, o porque no logró asustar, sino por el contrario enfurecer, a la ciudadanía, sino además porque en toda la charada se nos ha escapado un detalle que es en realidad mucho más revelador e importante: La expresión y los gestos de los demás uniformados captados en cámara, subordinados de Lugo, que contemplaron en silencio toda la escena.

No soy psicólogo ni mucho menos, tampoco me sumo a las filas de los «carólogos» que tanto abundan en estos días, pero ya voy a llegar a mi medio cupón y alguna experiencia he acumulado en la vida, y lo que yo percibí es que esos otros uniformados, y seguramente todos los demás que estaban allí y no aparecen en vídeo, estaban francamente avergonzados por lo que ocurría. Y aquél empujón final, de espaldas, a traición y sobre seguro, les indignó tanto, meto mi mano en el fuego por ello, como al que más, al punto de que hasta al efectivo que guardaba la puerta no le quedó más, al final del suceso, que bajar brevemente la mirada.

Y es que cuando la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela te dice que el poder militar (Lugo) está sujeto a la autoridad civil (Borges), que la Fuerza Armada Nacional es y debe ser esencialmente profesional, sin militancia política; que está al servicio exclusivo de la nación y que en ningún caso debe estar sometida a los caprichos de personas o de parcialidad política alguna, es poco lo que unos galones, una medalla inmerecida, un grito asustado o los manotazos e insultos vestidos de verde pueden en contra. Incluso sin tomar en cuenta la humana indignación que a cualquier ser humano normal le producen este tipo de actitudes, en quien sea, incluso si estos avergonzados uniformados han sido sujetos a una extrema ideologización, ni siquiera ellos escapan al hecho de que esa, la que le impone aquellos deberes y límites a las Fuerzas Armadas, es la Constitución de Chávez, la que él mismo dijo en vida que «duraría mil años» y que era «la mejor Constitución del mundo». Si es así, ¿quién carrizo es este «comandante de unidad», por muchos galones que tenga, para estar pisoteándola a su antojo? ¿Quién es él para desconocer sus órdenes? ¿O es que acaso Lugo no sabe que esta misma Constitución Bolivariana, aprobada ésta sí por el pueblo soberano, dispone en el numeral 21º de su artículo 187 que la AN, representada por Borges, es la que tiene la competencia para organizar su servicio de seguridad interna, y que eso implica que si a los diputados les place la GNB debe salir del Palacio Federal Legislativo como «corcho de limonada», relegada a resguardar solo la seguridad externa de la AN lo que, por cierto, tampoco hace?

A Lugo hay que darle las gracias. No solo porque le mostró al mundo el verdadero talante del madurismo radical, sino porque permitió que Julio le diera, respondiendo como pocos hubiesen respondido, una lección al país y a sus subalternos. Nada cae en saco roto, y ya está claro de qué lado está la violencia. Los que allí estuvieron, y los que vieron lo ocurrido, seguramente ya estarán comparando actitudes y ponderando, así sea in pectore, si van a sumar sus anhelos a los de las mayorías que exigen un cambio de rumbo en el país, si van a compartir a los sueños de los que masivamente exigen respeto a la Constitución y a la ley, o si prefieren quedarse como están, cumpliendo órdenes, avergonzados y al margen, pero a la espera (porque así paga el diablo quien le sirve) de su respectivo y cobarde empujón por la espalda.

 @HimiobSantome

Los equivocados, por Gonzalo Himiob Santomé

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Si alguien nos hubiera dicho, antes del comienzo de esta pesadilla, que hoy estaríamos de nuevo lidiando con el temor de que la fuerza policial, cobardemente encapuchada además, tumbara la puerta de tu casa y te llevara preso, sin orden judicial ni razón, solo porque unos desalmados deben cubrir unas “cuotas” de arrestados por protestar para cobrar un “bono”, o porque otros necesitan presos a quienes no piensan como ellos para justificar su infamia e hilvanar sus historias de miedo y sumisión, no le hubiésemos creído. Si alguien nos hubiera dicho que llegaría el momento en el que, si te detienen, incluso sin haber cometido delito, no habría garantía alguna de que te dejarían defenderte como corresponde o de que te llevarían en el plazo que pauta la Constitución ante un Tribunal objetivo e imparcial, pudiendo hasta pasar meses “retenido” en algún oscuro calabozo sin que nada se pueda hacer por ti, tampoco le habríamos creído. Si nos hubieran dicho que tendríamos que escuchar de un funcionario policial que para entrar a tu casa y violar la santidad de tu hogar no necesita una orden de allanamiento, porque tiene la “orden del ministro”, no le habríamos creído. Pero estaríamos equivocados.

Si nos hubieran dicho que los jueces dejarían de pensar, de estudiar, de razonar, de deberse en sus dictámenes solo a la Constitución y a la ley, que serían simples marionetas movidas por el poder ante las que ningún argumento que no sea el de la sumisión y el de la ceguera prospera, o que serían hasta capaces de calificar como “terrorista” a un grupo de indigentes y de jóvenes cuyo único pecado es el de haber estado en el lugar equivocado en el momento equivocado, habríamos arqueado las cejas con suspicacia y habríamos desechado la afirmación sin pensarlo dos veces. Le habríamos respondido, confiando en lo que habíamos vivido hasta ese momento, que eso pasaba en otros tiempos y en otros lugares, que nuestro país, con sus altas y bajas, era modelo de democracia en el mundo, que no todo era color de rosa pero que en general eso no ocurriría, que cosas así pasaban en los tiempos de Gómez o de Pérez Jiménez, o en otros países y de la mano de otros dictadores, pero que ya en Venezuela habíamos aprendido esa lección y que ese horror no volvería a ocurrir jamás. Pero estaríamos equivocados.

Si alguien nos hubiera dicho que en el país con las riquezas naturales más importantes del mundo la gente terminaría gastando en un paquete de arroz lo que cuando Chávez llegó a la presidencia costaba un apartamento o carro lujoso y de último modelo; que tener casa propia se convertiría en una meta inalcanzable para la mayoría, que muchos tendrían que buscar su alimento en la basura porque de otra forma morirían de hambre; que nuestros niños y ancianos morirían por no tener acceso a las medicinas o a la comida que necesitan o que nuestros jóvenes, no más finalizados sus estudios, ya estarían pensando en cómo salir corriendo de su país para buscar un mejor futuro lejos de su tierra y de sus familias, no le hubiésemos creído. Pero estaríamos equivocados.

Si alguien nos hubiera dicho que llegaría el momento en el que los militares no nos inspirarían respeto, sino miedo; que vendría el día en el que muchos de ellos olvidarían su juramento y dejarían, cobardes o cómplices, que a sus compatriotas los masacrasen sus compañeros de armas o los paramilitares, que por definición son sus enemigos naturales; que ante la vista de un delincuente común perderían toda valentía y huirían despavoridas, pero que ante el pueblo inerme se comportarían como si se tratase de un “enemigo de guerra” contra el que “todo vale”; que en lugar de ayudarlas a cumplir su sagrado deber de protegernos de cualquier enemigo, externo o interno, el gobierno las podría a sembrar arbolitos, a cortar matorrales y a vender viandas en mercaditos; si nos hubieran dicho que las fuerzas armadas (así, en minúsculas), las mismas que se pregonan hijas de aquellos ejércitos que al mando de Bolívar liberaron a un continente entero, terminarían disparando sus armas, que son nuestras, directamente contra el pecho de los niños que se les enfrentan con piedras y escudos de cartón, que terminarían convertidas en los guardaespaldas mercenarios de unos, los muy pocos, los menos, a los que solo les interesa mantenerse en el poder “como sea” y durante todo el tiempo que les sea posible para seguir dilapidando la nación, habríamos de inmediato pensado en aquel tío, primo, padre, hermano o amigo militar que, antes de que la locura se hiciera poder, no nos inspiraba más que admiración y orgullo, y le habríamos respondido que nuestros militares jamás se prestarían a esas felonías, que nos defenderían y que defenderían nuestra Constitución y a la Patria a costa de sus vidas si fuese necesario. Pero estaríamos equivocados.

¡Ah! Pero si alguien nos hubiera dicho, hace algunos años, que pese a todo lo anterior, el miedo dejaría de ser opción y regla; que Venezuela seguiría siendo nuestro hogar y que como tal la amaríamos y la defenderíamos; que en algún momento, cansados de tantos abusos, corruptelas y humillaciones, decidiríamos que no nos la dejaríamos arrebatar por la oscuridad ni por los perversos; que llegaría el día en el que sería el pueblo el que demostraría, hecho marejada y tormenta en las calles, que sí lleva en sus venas la sangre de El Libertador, que no le teme ni a la muerte y que no hay bala, bomba, perdigón ni bota que pueda contra los venezolanos una vez que se deciden a luchar contra la ignominia y por la libertad, quizás tampoco le habríamos creído. Quizás alguien habría respondido, porque eso es lo que algunos quieren que creamos, que somos un pueblo bobo, sumiso e indiferente; que somos inmediatistas, que somos débiles, que no nos metemos en política o que somos egoístas y miedosos.

Podría alguien quizás haber dicho todas esas cosas, pensando como a algunos les gustaría y les convendría que pensáramos todos, pero creo que también estaría, y con orgullo hay que decir que la realidad, la fuerza y la valentía demostrada en las calles lo demuestran, terriblemente equivocado. Tan equivocado como los que creen que pueden seguir matando a nuestros hijos y haciendo con nuestra nación, con nuestro futuro y con nuestros derechos lo que les venga en gana. Ya su tiempo pasó, y es hora de que comiencen a aceptarlo.

Sigamos, que falta mucho menos de lo que pensamos.

@HimiobSantome

Hacer o no hacer, he ahí el dilema, por Gonzalo Himiob Santomé

luisaortega

A veces creo que tantos años de oprobio aún no han bastado para que aprendamos lecciones que ya deberíamos tener más que asimiladas. Me refiero a las posturas, un tanto viscerales en mi criterio, que han nacido en algunos con respecto a las intenciones manifestadas por otros de sumarse a la acción de nulidad intentada el pasado jueves por la Fiscal General, Luisa Ortega Díaz contra los actos del CNE que, a instancias de Maduro, le han dado “luz verde” al absolutamente inconstitucional proceso para la instalación, burlando al pueblo soberano, de una Asamblea Nacional Constituyente.

He oído y leído de todo. Desde que la adhesión al recurso de la Fiscal General la legitima y le “lava la cara” de las manchas de sus actos del pasado, hasta que no se debe participar en el despertar de ese “coma” o de esa “cura de sueño” –así la han llamado- de casi 20 años de la Fiscal General, ya que se le acusa, no sin justas razones valga decirlo, de no haber mostrado la misma buena disposición ni el mismo respeto a la Constitución y a la ley, en otros momentos en los que también era muy necesario. Tampoco ha faltado quien culpe a todo el que apoye la acción propuesta de ser parte de una, tan maquiavélica como improbable, confabulación de la MUD y de las demás fuerzas opositoras de la sociedad civil, nada más y nada menos que con el PSUV, para aletargar a la ciudadanía forzándola dejar la calle para entrar por el aro de reconocimiento del TSJ, y de “retruque” al gobierno, como autoridades legítimas.

Pero creo sinceramente que hay que ver un poco más allá de las propias tripas. Y créanme cuando les digo que las mías se han revuelto muchas veces, pues he vivido y visto directamente las que han sido las consecuencias de haber padecido por muchos años a un Ministerio Público que no estaba en funciones para hacer cumplir la Constitución ni la ley, sino para consolidar a quienes hoy nos abusan desde el poder.

En primer lugar, demos por válido que los magistrados el TSJ fueron electos o ratificados de una manera absolutamente inconstitucional. Fue el último aletazo de aquella Asamblea Nacional que no servía sino para avalar cualquier dislate oficialista y que a todas luces no estaba dispuesta a representar los intereses del pueblo venezolano sino los de los pocos aún ahora ocupan los puestos del poder. Ahora bien, en el estado actual de las cosas e incluso siendo así, ¿eso les impide, práctica y materialmente, ponerle el cascabel al gato? Seamos pragmáticos. Si, hayan llegado allí de buena o de mala manera, estos magistrados tienen de facto el poder para llevar a Venezuela a la ruina, ¿no lo tienen también para salvarla? Imaginemos, por ejemplo, que la Fiscal General promueve ante este mismo TSJ y contra Maduro un antejuicio de mérito, ¿nos molestaría tanto la ilegitimidad de origen de los magistrados si, conjuntamente con la AN, deciden que en efecto hay méritos para enjuiciarlo y lo suspenden en el ejercicio de su cargo?

Alguien podría alegar que este escenario hipotético que planteo, u otro, en el que la Sala Electoral del TSJ suspenda, por la solicitud de Luisa Ortega, la convocatoria a una Asamblea Nacional Constituyente, es “imposible”, o que eso “no va a pasar”, pero creo que la realidad demuestra lo contrario. Hasta hace poco más de dos meses, también era “imposible” que la Fiscal General se pronunciara contra cualquier acto del poder, y ahora está pasando. Hasta hace poco más de dos meses, el que la Fiscal General instruyera a sus subalternos actuar en las causas penales contra los que manifestaran contra el gobierno mucho más apegados a la verdad y a la Constitución y a la ley, o que persiguiera de inmediato a los policías y militares que maltratan y asesinan a ciudadanos por el simple hecho de pensar distinto, también era “imposible” y “no pasaba”.

Pero está pasando. Quizás no con la vehemencia y efectividad que uno desearía, quizás dejando algunos cabos sueltos, sobre todo en cuanto a los hechos del pasado, que valdría la pena revisar, pero no hay dudas, está pasando. La Venezuela de hoy ya no es la misma de hace unos meses, y lo que es posible o imposible ya no está tan claro.

En segundo lugar, también es válido aceptar que ejercer o sumarse a cualquier acción ante el TSJ de alguna manera implica el reconocimiento de su carácter de máxima instancia judicial en el país. Pero esto también tiene sus matices. Básicamente pueden ocurrir dos cosas: Que la acción sea declarada, con cualquier absurdo argumento como es usual, inadmisible o sin lugar, o que la acción se admita y siga su curso. En el primer caso, mientras más ciudadanos se hayan sumado a la misma, mayor será el costo, nacional e internacional, para el gobierno. En el segundo caso, se pone, al menos, a la Constituyente en “3 y 2” y se la deja colgada de un hilo, con todo lo que eso implica.

Además, no está de más recordarlo, para ejercer acciones internacionales contra los abusos del poder uno de los requisitos que debemos cumplir es el de agotar las instancias internas, por espurias que sean.

Por último, creo que es importante que entendamos que no es lo mismo apoyar un hecho o una acción que apoyar a una persona. Puede que la Fiscal General no sea Santa de la de la devoción de todos, pero en momentos como éste deben privar el pragmatismo y el interés común, que en este caso, tanto en la ciudadanía como en la Fiscal General, es uno solo: Evitar que se instale la Asamblea Nacional Constituyente y, más allá, que se sustituya de espaldas al pueblo nuestra Constitución (que sí fue aprobada por la mayoría y que con sus altas y bajas es hoy por hoy la última barrera de defensa con la que contamos para protegernos de los abusos del poder) con vaya usted a saber qué anacrónico e inútil adefesio legal disfrazado con las falsas galas de la supuesta aprobación de la “voluntad soberana”.

La alternativa entonces está entre hacer o no hacer, entre sumarse a la acción o no. Yo creo que las ventajas de hacerlo, de adherirse a la solicitud de la Fiscal General, son muchas más que las desventajas, y en última instancia, prefiero arrepentirme de “haber hecho lo que pude” que arrepentirme, cuando ya sea tarde, de “no haber hecho lo que podía”.

@HimiobSantome

El último kilómetro, por Gonzalo Himiob Santomé

Libertad

Vas avanzando, tienes un destino y una meta definidos. Ya lo has hecho antes, aunque quizás no con la persistencia debida, pero recientemente, obligado por las circunstancias, has logrado convertirlo en tu rutina, en algo regular, casi diario, que ves como absolutamente indispensable para alcanzar los objetivos que te has trazado. Por eso sabes que los primeros pasos son difíciles, duelen, y que no fue en balde que alguien dijo alguna vez que una de las partes más duras de iniciar una carrera es levantarse y ponerse los zapatos.

Tus primeras zancadas las das con calma, a tu ritmo. Es lo que la prudencia te exige, pues ya antes te han hecho zancadillas o has dado traspiés que te han dejado herido y tumbado en el piso. Estás midiendo el terreno, vas analizando los eventuales baches y desniveles, y estás preparando tu cuerpo y tu mente para los que, tú lo anticipas, serán los tramos más exigentes. La ruta es parecida a otras que ya has recorrido, pero no es exactamente igual, es nueva y presenta retos y aprendizajes diferentes, mucho más difíciles. De todos modos, sabes que ahora, como antes, la batalla no es contra los demás, mucho menos contra los que corren a tu lado, sino contra ti mismo, contra tu propia apatía, contra tu propia indolencia, contra tu propia apatía, y también que, si eres sincero, más que lo que hagan o dejen de hacer los otros, lo importante es lo que hagas tú. Afuera hay obstáculos, pero no enemigos. Tu único y principal adversario eres tú mismo, y la diferencia entre el éxito o el fracaso no depende de lo que te digan o impongan los demás, no depende de discursos ni de proclamas ajenas, pues no puedes colgar tus anhelos de los hombros de nadie, así que la línea la trazas tú, y tu victoria o tu derrota se deberán únicamente a tu propia voluntad y al empeño que tú pongas en llegar a tu destino.

Continúas. El cuerpo, la mente y el corazón se adaptan a una cadencia que te permite moverte de manera mucho más efectiva, con más energía y rapidez. Mientras avanzas, ves que algunos se retiran, se desilusionan o no pueden más, también que a otros los sacan de la carrera por la fuerza y que otros, demasiados, caen al suelo para no levantarse más. No quieres que te ocurra lo mismo, y ponderas tus opciones. En tus manos está la decisión: Seguir o renunciar, perseguir tu sueño o dejarte vencer por el miedo, pero como no hay juez más implacable que la propia conciencia, y tú lo sabes, decides continuar. Se lo debes a los que no tienen tu fuerza o tus posibilidades, se lo debes a los que se perdieron en la ruta, se lo debes a los que cayeron, pero por encima de todo te lo debes a ti mismo, y no quieres pasar tus noches en vela reprochándote que cuando más era necesario, renunciaste a la posibilidad de la victoria.

Sigues. No lo parece, pero pasa el tiempo y, aunque la meta aún no está a la vista, cuando miras hacia atrás te das cuenta de que has recorrido mucho más de lo que creías. Has superado obstáculos que antes te parecía imposible superar, has logrado lo que nunca antes habías logrado y, lo que es mejor, te das cuenta de que todavía tienes la energía necesaria para seguir adelante. El mundo tiene los ojos puestos sobre ti, y el futuro te demanda persistencia. Fluye en ti la adrenalina y sabes que ya no importa lo escarpada o lo difícil que se vuelva la ruta, tú puedes terminarla, tú puedes lograr el objetivo, tú puedes vencer cualquier adversidad.

Pero no todo son buenas noticias. La carrera se prolonga más de lo que esperabas. Cada segundo parece un día y cada minuto un siglo. Cuando ya crees que la línea final está cerca, un giro en el camino te revela que la última parte de tu recorrido, ese último y difícil kilómetro restante, está compuesto por marcadas curvas y pendientes, por oscuros recovecos llenos de ocultos peligros y por subidas pronunciadas y traicioneras que parecen diseñadas, y en efecto es así, para desanimarte. Todo el que ha librado estas batallas de largo aliento sabe que ese último kilómetro, esos últimos metros, son los más complicados, los más duros, y que es durante su recorrido cuando más fácil es dejarse llevar por el desaliento y la desesperanza.

De nuevo, la decisión está en tus manos. Desde las gradas, muchos te gritan que continúes, pues saben tu victoria será a la vez la victoria de todos; otros te ruegan y hasta te exigen que te detengas, porque les interesa que te dejes vencer y también que dejes que sean otros los que decidan tu destino. Pero ya nada importa. A estas alturas lo único que escuchas son tus pensamientos y el rítmico y pesado latido de tu corazón acelerado. Empiezas a sentir que te faltan las fuerzas, y las heridas y marcas que en ti ha dejado la larga brega empiezan a cobrarte sus cuotas. Todo indica que vas a ceder, que te vas a rendir, pues la derrota te muestra sus galas más seductoras y la victoria se te antoja escurridiza y evasiva. Tu avance se hace más lento y más torpe, y el dolor y la frustración que sientes comienzan a parecerte insoportables. Te cuestionas tus motivos, te reclamas a ti mismo, e incluso te insultas, por haberte dejado seducir por el sueño, que ahora te parece absurdo, de alcanzar esa meta que, incluso estando tan próxima, en este momento te parece inalcanzable. Tu mente te tortura, te hace fantasear con la falsa paz del perezoso, del ajeno, del indolente, y de pronto te das cuenta de que has llegado a ese umbral en el que un simple “sí”, o un simple “no”, pueden significar todo un universo de diferencia.

Ya a punto de rendirte, vencido y avergonzado, tu mirada, que hasta ese momento se había mantenido baja y cansada, se levanta. Allá, un poco más adelante, claramente visible bajo la luz del sol y a muy poca distancia, ves el estandarte que corona tu recorrido. En este se lee, justo sobre la línea de llegada, la palabra “Libertad”.

¿O ustedes pensaban que les hablaba de un maratón o de algo así?

Respiras profundo, llenas tus pulmones con el oxígeno que sentías perdido y redoblas con entereza y valentía tu paso. El cansancio, el miedo y el dolor desaparecen y avanzas veloz y orgulloso, como si apenas estuvieses empezando el recorrido.

Ya nada puede detenerte. Ya nada puede detenernos. Sigamos. El precio es alto, pero el premio, que es la libertad de toda una nación, lo vale.

@HimiobSantome

El enigma militar, por Gonzalo Himiob Santomé

MILITARES

 

Por Gonzalo Himiob Santomé

 

Cuando entras por la “Alcabala 3”, que es la que normalmente permite el acceso de civiles y de “no afiliados”, a Fuerte Tiuna, que es la principal instalación militar de Caracas, el efecto se parece mucho a cruzar desde la realidad hasta ese mundo fantástico al que se llegaba a través de aquel ropero que inmortalizó C. S. Lewis en sus crónicas. De pronto, el ruido de la autopista Valle-Coche, apenas unos pocos metros atrás, se desvanece, el tráfico y la congestión vehicular desaparecen y hasta la temperatura se siente diferente. De un mundo multicolor, azaroso y desordenado pasas en pocos segundos a otro, verde oliva, rígido y sospechosamente tranquilo en la educación -fingida o no, eso no viene al caso- con la que todos te tratan desde el momento en el que anuncias tu deseo de entrar allí hasta que sales. Cuando te pierdes entre las múltiples veredas y vías que cruzan esa inmensa “ciudad dentro de la ciudad” que es Fuerte Tiuna, no te falta quien amablemente te oriente y te ayude a llegar a tu destino final, tampoco escasean los “buenos días”, los “por favor” o los “gracias”. La paradoja es que ni siquiera tomando en cuenta que el exterior, la ciudad de Caracas, se ha convertido en un espacio arisco y agresivo, en el que la gente ya ni te mira cuando te habla, si es que te habla, estas sorpresivas y corteses sutilezas castrenses no te brindan alivio ni paz: Allí todos los que se dirigen a ti, desde que entras hasta que sales, están vestidos y apertrechados para matar, y mantienen sus negros fusiles cargados y en alto, prestos a cumplir la orden de volarte la cabeza, si es que les llega.

 

Tenía mucho tiempo que no iba a Fuerte Tiuna. Antes, hace unos años, me había tocado incluso amanecer varias veces allá, cuando fui el abogado de Francisco Usón en la causa penal que se le abrió, a instancias de Chávez y de José Vicente Rangel, por supuestas “Injurias a la Fuerza Armada Nacional” que terminó condenándolo a cinco años y seis meses de prisión, solo por haber explicado en televisión, como General de Brigada retirado que era y es, cómo funciona un lanzallamas. De aquellos tiempos me quedó el recuerdo, que ahora reafirmé en las nuevas lides judiciales que me ha tocado enfrentar, de lo duro que es argumentar derecho y Constitución cuando a pocos metros de la Corte Marcial está el Polígono de Tiro, y las detonaciones que desde allí se escuchan y te interrumpen continuamente durante las audiencias te confirman que no estás en el mundo normal, sino en uno en que viven personas que tienen permiso para administrar violencia y muerte a todo el que les sea identificado como enemigo.

 

Eso fue en 2004. Y La verdad es desde ese momento hasta ahora Fuerte Tiuna ha cambiado mucho. Antes no te limitaban el acceso a la sede de los tribunales como te lo limitan ahora, el ambiente era mucho más “liviano”, si es que cabe el adjetivo en un cuartel militar, y solo te topabas allí, en general, con oficiales y soldados, con estructuras militares, o con las edificaciones y dependencias propias de cualquier institución castrense. Canchas de entrenamiento o deportivas, sedes de brigadas o batallones, direcciones de tal o cual desempeño bélico, torres de vigilancia, escuelas para los hijos de los militares allí destacados y unos pocos complejos habitacionales.

 

Ahora es muy diferente. Para empezar, ves a muchos más civiles habitando en el cuartel, y están allí tan a sus anchas como los mismos militares. Antes eso era la excepción. Por otro lado, en el no tan breve trayecto que se recorre desde la “Alcabala 3” hasta la Corte Marcial, lugar en el que se encuentran los tribunales militares, lo que más se ve son edificaciones de viviendas, construidas o en plena construcción, siguen allí un automercado, una panadería (muy barata y que sorpresivamente sí tiene pan, a diferencia de todas las demás de Caracas) y también encuentras varios edificios erigiéndose que no tienen, al parecer, destino definido. Tampoco es posible conocerlo a simple vista porque la “leyenda urbana” no es leyenda, es realidad: Los carteles que indican quiénes están trabajando y qué se está haciendo allí están, literalmente, en chino. Alguien podría creer que eso tiene que ver con el hecho de que casi todos los lugares para estacionar que usan quienes allí trabajan están ocupados por carros “Chery”, de manufactura china, pero eso sería simplificar demasiado las cosas. La verdad es que los chinos, así como los rusos, los cubanos y los iraníes, de maneras que quizás algún día se conocerán en toda su profundidad, ya son parte esencial de ese mundo militar del que tanto se dice y especula hoy en Venezuela.

 

Se dice, no sin argumentos sólidos, que los militares de nuestro país apoyan a Maduro, o al menos no se le oponen, porque están “comprados”. Pero pasar un tiempo en el Fuerte Tiuna de hoy, con los ojos y los oídos abiertos, te demuestra que tras la supuesta complicidad o la pretendida apatía de los militares en todo lo que ocurre más allá de los alambres de púas y torres que los resguardan del mundo exterior hay mucho más que corruptelas y coimas.

 

Es verdad, se ha dicho que los Altos Mandos castrenses en Venezuela gozan de prebendas y de beneficios que van mucho más allá de los que, si las cosas fuesen diferentes, les permitiría su salario regular, y ya son varios los “escraches” recientes que, estemos o no de acuerdo con ellos, nos han mostrado la vida de “ricos y famosos”, absolutamente imposible para cualquier otro venezolano normal, que llevan los familiares de muchos de los que hoy ocupan las más altas jerarquías militares; pero tras las murallas militares se oculta en Venezuela mucho más que eso. Solo cabe añadir, basado en lo que se capta al vuelo allí, en Fuerte Tiuna, que la oficialidad media y la tropa no son sordas ni ciegas, y se dan cuenta de todo lo que pasa, al menos, en su mundo particular y uniformado (a final de cuentas, están entrenados para eso) y a sotto voce, pero de manera tal que cualquiera que aguce el oído puede escucharlos, critica de sus superiores la ostentación que hacen de esos lujos, bienes y viajes que ningún sueldo militar, sin importar la jerarquía, da para pagar.

 

Tampoco es que la tropa y la oficialidad media estén al margen de los beneficios (llamémoslos así, al menos comparados con las penurias que padece el resto de la población) de los que disfrutan, en general, todos los militares en nuestro país de la mano de un gobierno que antes, con Chávez y ahora con Maduro, siempre tuvo claro que cuando perdiera el apoyo popular, lo cual era inevitable y se advirtió hasta el cansancio, dependería exclusivamente de las instituciones que le permanecieran sumisas y, por encima de todo, de los militares.

 

Pero en estos grupos subalternos las necesidades y carencias que a todos nos afectan se sienten también, en menor medida ciertamente, pero de manera indiscutible. A final de cuentas, ¿de qué les sirve que les den un “Chery” del año a precio de risa si cuando se les daña, como regularmente ocurre, no encuentran los repuestos que necesitan, o sencillamente no pueden costear la reparación? ¿De qué les sirve contar con un “Hospitalito” (así se le llama en Fuerte Tiuna) a escasos metros de su residencia si cuando se enferman allí tampoco se encuentran las medicinas que necesitan? ¿Les sirve de algo que les asignen una vivienda “bien equipada”, protegida tras alcabalas llenas de hombres y mujeres armados, si al final del día no es suya en realidad, no pueden legársela a sus hijos, y para permanecer en ella deben bajar la cerviz y, como decimos acá, “morir callados”? Además, tienen hermanos, padres, sobrinos, amigos y parejas a los que, porque la masa que a ellos les llega y que reciben no da para esos bollos, no pueden hacer partícipes de los lujos y prebendas que están solo reservadas para unos pocos, que no viven en su límpida pecera, y que todos los días les recuerdan, allí en la vida íntima que es la que más nos llega a todos, que Venezuela es mucho más grande, cruda y difícil, que cualquier cuartel. Su situación es diferente a la de los altos oficiales, pero esto no hace más que volver más incomprensible su postura aparentemente apática frente a la grave realidad que ahora todos padecemos.

 

¿Qué pasa entonces? El silencio y la aparente indiferencia militar ante la situación del país, que no es necesariamente apoyo a Maduro, tiene causas muy profundas. En primer lugar, pese al discurso oficialista sobre la pretendida “unión cívico-militar”, a veces olvidamos en nuestros juicios que la Fuerza Armada Nacional ya tiene casi 20 años sometida a un crudo y directo proceso de alienación, de ideologización y de aislamiento de la realidad que se vive en todo el país más allá de los cuarteles. Lo ves apenas entras a Fuerte Tiuna, esa suerte de oasis atrincherado en medio del caos capitalino. Los “ojos de Chávez”, por ejemplo, están en todos lados, y la manipulación y el culto a personalidad llegan al tal extremo que, en las oficinas y dependencias militares, al menos en las que yo he podido entrar, en las fotos en las que se recuerda a todos los presentes cuál es la “cadena de mando” se coloca, incluso por encima de la de Maduro, que es el Comandante en Jefe de la Fuerza Armada Nacional, la imagen de Chávez. Y como si esto no fuese suficientemente surrealista por sí mismo, lo peor es que todos los que hacen vida en tales oficinas lo aceptan, y asumen que eso de otorgar a un fallecido el rango inexistente de “Comandante Supremo”, por encima incluso del Presidente en funciones y como si aún estuviese vivo, es “excesivamente normal”.

 

Hasta hace muy poco, por ejemplo, los canales de televisión permitidos en las dependencias militares eran solo los oficiales, y ningún canal de sesgo crítico al poder podía aparecer en esas pantallas. Mucho menos se distribuían en los cuarteles diarios o semanarios libres y a veces hasta se ha sancionado disciplinariamente a quien se haya atrevido a leerlos o comentarlos. Si eso ha cambiado y ahora se permite en esos predios, al menos en las dependencias que permiten el acceso al público, que se vean Globovisión o Venevisión, eso es porque la férrea censura y autocensura a la que han sido sometidos y se someten los ha vuelto, en cierta forma, “inofensivos”.

 

En Fuerte Tiuna un militar y su familia, salvedad hecha de lo que no se consigue en ninguna parte ya, pueden vivir perfectamente sin tener ningún otro contacto con el exterior. En general, pueden adquirir lo que deseen y esté a su alcance, y satisfacer todas sus necesidades, sin tener que pisar más allá del IPSFA, apenas a unos metros de la “Alcabala 1”, o del Círculo Militar, en los que encuentran desde tiendas de todo tipo hasta bares y sitios de esparcimiento que, por supuesto, son exclusivos para los militares y “afiliados” y muchísimo más seguros y baratos que cualquier otro sitio de la ciudad. Tal es el nivel de aislamiento al que están sometidos, o al que se someten voluntariamente, que un comunicador amigo mío me comentaba en estos días que, entrevistando a algunos de los GNB que han traído a Caracas a reprimir las manifestaciones recientes, un joven uniformado le indicó que él hacía vida regular en su cuartel, que jamás había venido antes a la capital y que a él solo lo montaban en un camión, lo traían a “repartir coñazos” –así le dijo textualmente- y luego se lo llevaban de nuevo a un sitio determinado de pernocta o de nuevo a la sede militar en la que prestaba sus servicios. Ni cuando era traído, ni mientras estaba en Caracas, se le permitía ver o conocer más que el lugar en el que era dejado para reprimirnos.

 

Sumada a la comodidad aparente a la que tienen acceso los uniformados, la misma que los separa de manera drástica del resto del país que sí se las ve negras para subsistir, los principios de Goebbels, el de simplificación y “enemigo único”, el de transposición, el de la silenciación, y especialmente el de la orquestación (encontrar las pocas ideas que se quieren transmitir, y repetirlas sin pausa hasta que el público las interiorice, sean válidas o no) han sido sistemáticamente implementados en el mundo militar venezolano desde hace casi ya dos décadas. Y han funcionado. El poder en Venezuela se ha dado con ahínco a construirle a los militares una “realidad”, así entre comillas, interna y externa que les fuerza a ver y a interpretar la situación del país desde un velo que todo lo distorsiona, y que siempre se dirige a neutralizar cualquier posibilidad de que el anhelo popular de cambio, hoy indiscutible en la mayoría de la población, cristalice en los uniformados. No hay oficio, instrucción o memo militar que no se encabece enviando a sus destinatarios un “saludo revolucionario, bolivariano, socialista, patriota y antiimperialista” y que no cierre con un “Patria socialista o muerte, venceremos”. No hay canal o medio oficial que no se dedique las 24 horas del día a servir como arma de propaganda y de ideologización. La falacia de que “Chávez vive” y “la lucha sigue”, es consigna común en los cuarteles. Y así sigue. El mensaje repetido hasta el cansancio es que los “buenos” son los que apoyan al gobierno, o los que callan y se someten, y los “malos” son los que critican y se oponen al gobierno. Cuando esto se repite incesantemente durante cerca de veinte años, llega un momento en el que se hace muy difícil no aceptarlo.

 

Además, como parte del discurso oficial, a los que denuncian o critican a sus más conspicuos representantes, siempre se les ha individualizado y señalado como “enemigos de la patria” contra los que, tenidos como contrarios en un ilusorio conflicto bélico inventado por quienes están en el poder, todo vale.

 

Por eso cada decisión que se tome, en el país o afuera, contra cualquier alto funcionario a nivel personal es automáticamente tergiversada, identificada, referida, difundida masivamente y manejada por el poder como un “ataque a la soberanía”, como un “atentado contra la patria”, como una “afrenta contra nuestra independencia”. Se disfraza de atentado contra Venezuela, contra el país entero, lo que nunca es más que una acción dirigida contra unos pocos y a título personal. Es un mecanismo perverso que coloca a los militares en “3 y 2”, como decimos acá, porque ciertamente su trabajo no es el de servir de guardaespaldas ni de brazo armado para la protección de ninguna individualidad, pero su juramento les impone velar por la patria, por la soberanía y por la independencia e integridad de nuestra nación. El poder tiene casi 20 años disfrazando de “nación” a las individualidades que la dirigen, solo para que la Fuerza Armada ponga sus armas al servicio de tales individualidades, que no de la nación, y difundiendo la idea de que no son aplicables contra los “traidores” (señalados a dedo y para resguardo de los objetivos personales de quienes están y han estado en el poder) las reglas del Estado de Derecho, sino las del Estado de Guerra.  

 

Añadámosle a todo esto que, incluso desde mucho antes de que el chavismo llegara al poder, por mera conveniencia de los gobernantes, a los militares se les ha mantenido aislados de los desarrollos universales sobre el tema de la “obediencia debida” que hoy han derivado en el concepto de la “obediencia reflexiva”. Esta manipulación es perversa, pero lógica: Si una persona que está en el poder quiere mantenerse “como sea” gobernando, lo menos que quiere a su lado es a hombres armados que tengan más de dos dedos de frente y que reflexionen antes de cumplir cualquiera de sus órdenes, por espurias que sean.

 

Y también, lo cual no es menos importante, debemos recordar que cualquier asomo de disidencia u oposición en el mundo militar es de inmediato perseguido y criminalizado drásticamente y sin contemplaciones. No son pocos en estos años los oficiales y miembros de tropa que han terminado expulsados de la FAN, sancionados o presos solo por atreverse a murmurar contra el poder.

 

Por eso la aparente indiferencia militar ante los ya más de 50 asesinados, algunos de ellos por paramilitares que son, por definición, enemigos naturales de cualquier militar de carrera; por eso el silencio ante los miles de civiles encarcelados e incluso llevados, contra lo que ordena la Constitución, a la justicia militar, solo por ejercer su derecho a la protesta y por exigir elecciones libres y cambios en Venezuela. Por eso no hay respuesta, por ahora, ante las decenas de torturados y ante el indiscutiblemente mayoritario reclamo de la ciudadanía. Sorprende, eso sí, porque en 2002 por mucho menos a Chávez se le exigió la renuncia, la cual “acectó”. Pero ha pasado mucho tiempo desde aquellos primeros momentos, y las manipulaciones y amenazas continuas han rendido sus frutos. Así de aislados, de amenazados, y de sometidos al continuo bombardeo ideológico y personalista, están ahora nuestros militares. Eso explica, en mucho, el silencio castrense y su aparentemente apática postura al día de hoy.
¿Esto se va a mantener? Yo creo, y esto es solo una opinión, que no. El mundo y las comunicaciones han cambiado y cualquiera que quiera enterarse de lo que en realidad ocurre más allá de su zona de confort puede hacerlo no más encendiendo su celular. Por eso creo que se incurre en un grave error de cálculo, tanto en el gobierno como en la ciudadanía que se le opone, al confundir esta aparente apatía, esta supuesta indiferencia militar, con un apoyo irrestricto y absoluto al poder. Ya son varios los destellos, las desobediencias, las pequeñas o grandes insurrecciones castrenses, las numerosas solicitudes de baja o de permiso para no participar directamente en oprobio reciente que, aquí y allá, nos demuestran que en las filas militares las cosas, para el gobierno de Maduro, no son ni rojas ni color de rosa. Amanecerá, y veremos…

Carta a la madre, por Gonzalo Himiob Santomé

ManifestacionesMayo2017_

Hola mamá, discúlpame si durante estos días no he estado a tu lado como corresponde. Sé que mi repentina ausencia te ha producido una tristeza infinita para la que no hay adjetivo ni verbo que valga. Hoy, que es tu día, tampoco podré compartir contigo más que estas líneas, que recibirás de manos de un tercero desconocido, porque mi lucha y mis desvelos por mi futuro y por el de toda la nación me han llevado muy lejos, a ese lugar en el que solo en sueños podemos encontrarnos, a este sitio en el que tu beso cálido y amoroso de cada día y de cada noche se ha convertido en un melancólico pero indeleble anhelo mío, y tuyo; acá donde nuestros abrazos y juegos cotidianos (esos en los que tu volvías a ser esa niña esperanzada y feliz, y yo un pequeñín sonriente y desordenado que veía e interpretaba el mundo entero solo a través de tus ojos, de tu voz y de tus caricias) viven y vivirán vestidos de eterno recuerdo. Desde acá te veo y te siento, desde allá me sientes, pero no me ves. Es difícil, lo sé, pero es un poco como cuando me llevaste en tu vientre antes de traerme al mundo, así me gustaría que lo vieras, y aunque esta vez no hay modo de calcular la fecha en la que podremos abrazarnos de nuevo, me gustaría que sepas que me rodea la luz, que acá no hay miedo ni dolor, que estoy sereno y protegido, como cuando tus pliegues y tu piel eran mi palacio y mi remanso. Ten la certeza de que, porque así será, volveremos a estar juntos, cuando Dios lo disponga, porque esta distancia que ahora parece insalvable no es más que una ilusión.

Desde acá puedo ver mucho más de lo que veía cuando estábamos más cerca, y comprendo mucho mejor la magnitud de los compromisos que asumí, y que asumimos, cuando decidimos que había que ponerle por fin un límite a la terca oscuridad que, por ahora y aunque cada vez menos, todo lo domina. Sé que te preocupabas por mí, que sentías miedo por lo que pudiera pasarme, y que cada vez que me armaba con mi bandera y mi voz para salir a la calle a vencer el miedo, tu corazón se encogía de angustia, pero por favor entiende que nunca quise inquietarte y que no lo hacía para hacerte daño, sino para que te sintieras orgullosa de mí. Aunque muchas veces, de la mano de mi impetuosa juventud, cerré mis oídos a tus advertencias y a tus preocupaciones, nunca lo hice para irrespetarte ni para llenarte de tristeza o desazón, sino para que te llenaras de orgullo, pues fue entre tus brazos, que yo llamo y siempre llamaré mi hogar, y de tus palabras, que son y siempre fueron mi guía, que aprendí que cuando unos pocos quieren abusar de su fuerza, de la violencia y de su poder para someternos a todos, no podemos optar por la sumisión ni por el silencio. No es de tu vientre que nació un indiferente, un cobarde, ni un esclavo. Tú me hiciste inteligencia, bondad, brío y valentía, y jamás quise otra cosa que honrarte demostrándote que esos valores y principios que me inculcaste, a veces zapatilla en mano cuando era necesario, no habían caído en saco roto.

Para papá esto no es fácil. Pero tú lo conoces. De él aprendí a mantenerme fuerte y sereno incluso cuando el mundo se nos hacía añicos y cada paso que intentábamos no daba más que con el vacío del abismo. Él no te lo va a demostrar, porque entiende, y así me lo enseñó a mí, que su deber ahora es cuidar de su amada atribulada y de su familia, dejando su tristeza guardada en el cajón más profundo de su alma, al menos ante ti y ante quienes tienen ahora roto el corazón por mi ausencia, pero habla conmigo todo el tiempo y, cuando algún espacio de soledad se lo permite, lanza su mirada al cielo y deja que sus lágrimas corran mientras le pide explicaciones, con justos motivos, a Dios. Compréndelo como él te comprende a ti, pues nadie está preparado para despedirse de un hijo, y si alguna vez se deja vencer por el dolor o la rabia, déjalo hacerse niño entre tus brazos. Solo ustedes dos pueden entender lo que mi ausencia significa en realidad, y solo él y tú, unidos, pueden hacer frente a esta tormenta que, aunque ahora no lo parezca, también terminará, dejándole el paso libre al sol, que todo lo ilumina. Dile por favor de mi parte que no quedan entre él y yo deudas pendientes de ningún tipo, que lo amo y amaré siempre, como te amo y te amaré a ti y que, aunque quizás no nos lo demostrábamos tan abiertamente (son cosas de hombres, tú sabes) siempre fue mi referencia, mi ejemplo y el objeto indiscutible de mi más profunda admiración. No pude haber tenido mientras estuve con ustedes un más hermoso motivo de orgullo que el que su nombre en mis labios, desde que tuve uso de razón, siempre haya sido “papá”.

No tuve tiempo de hablarte de mis planes con mi novia, de los sueños que estábamos empezando a construir juntos y del amor que, incluso ahora tan jóvenes, ya sentíamos el uno por el otro. No estés celosa, lo que de ti aprendí a amar y respetar en las mujeres está en ella, y eso es lo que me tenía enamorado. Me duele que le toque construir ahora otros sueños, otros senderos, otra vida, pero es lo que el destino dispuso y me toca aceptarlo. Tiéndele tu mano en estos momentos, ve en ella a la muchacha enamorada, hermosa y joven que está aún en ti, escondida tras los años que le llevas, ayúdala a crecer desde su tristeza y háganse una en la certeza de que están unidas, cada una a su manera, en el amor y en el dolor que les ha dejado mi partida.

Debo despedirme mamá. Me toca velar desde acá por los que dejé atrás en el campo de batalla luchando por sus sueños, por los que eran y son también los míos. Aunque no los conozcas, aunque no hayan bebido la vida de tus pechos, aunque no hayan sentido tu arrullo en las canciones que siempre me cantaste de pequeño, aunque no hayan sentido tus besos ni tu abrazo, son también tus hijos. Son mis hermanos de lucha.

Recuérdame en cada uno de ellos, no solo ahora, cuando también llenan a sus madres y a sus padres de angustia cada vez que salen a la calle con valentía a plantarle la cara al abuso y a la oscuridad, sino también después, cuando la maldad sea vencida, que lo será, y puedan ellos, como era y es mi deseo, disfrutar de su patria en libertad, en paz y llena de la alegría que a mí y a nuestra familia nos negó la violencia y la irracionalidad de los que ya no tienen de su lado más que el idioma de las balas, de la represión y del miedo.

Yo me fui, pero me he vuelto eterno. Ellos permanecen, y aunque no se dan cuenta, ya se han condenado a sí mismos. No les espera más que la justicia, que llegará, y el olvido, que también llegará.

Te amo mamá, nunca lo olvides.

@HimiobSantome