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Juan E. Fernández Ene 10, 2021 | Actualizado hace 1 mes
Magallanes/Chacaíto

Ilustración de Alexander Almarza, @almarzaale

@SoyJuanette

No recuerdo cuándo fue la primera vez que me monté en uno. Seguramente de bebé, cuando mi mamá hizo el tradicional viaje desde la parada que está frente al Hospital José Gregorio Hernández, mejor conocido como “El Hospital de Los Magallanes”, hasta la Av. España. Pero de lo que estoy seguro es que, si algún día llego a escribir mi biografía, el autobús Mercedes Benz que cubre la ruta Magallanes/Chacaíto, en Caracas, será uno de los protagonistas principales de mi historia.

¿Por qué escribir de esto ahora? Dicen que los viajes te disparan los recuerdos, y fue lo que me ocurrió la semana pasada cuando fui a conocer El Parque de la Memoria en Buenos Aires, que es un lugar dedicado a las víctimas de la última dictadura militar en Argentina. Para trasladarme al sitio hice un recorrido de 45 minutos desde casa hasta mi destino. Ese era el mismo tiempo que se tomaba El Magallanes/Chacaíto desde una punta a la otra. 

Uno de los primeros viajes que hice solo, cuando tenía 12 años, fue a bordo de un Magallanes/Chacaíto. Aquella salida consistía en volver del Instituto Técnico Jesús Obrero en Los Flores de Catia, hasta Vista al Mar. La cosa era así:yo salía de clases a la 1:45 p. m., y me iba caminando desde el liceo, por toda la zona industrial de Los Flores, hasta llegar a la estación Gato Negro. Cruzaba la calle, y me tomaba el Magallanes/Chacaíto en la puerta del colegio “Miguel Antonio Caro”. Luego, cuando me cambié de colegio, también tomaba ese mismo transporte para ir y volver desde Catia hasta la avenida Andrés Bello. 

Aquel autobús no lo usaba solo para ir y venir del liceo. También lo tomaba cuando quería ir al centro, ya fuese a caminar, o a ver alguna película en el Cine Ayacucho si era un estreno; o en El Principal si quería ver una peli mexicana o algún clásico. Para ir a Capitolio simplemente me subía en la parada de La Jungla, me bajaba en Santa Capilla y caminaba un par de cuadras.

Pero el Magallanes/Chacaíto no era únicamente un medio de transporte; muchas veces fue mi momento para estar concentrado pensando en mi próxima historia, cuando estaba comenzando a escribir. También sería el lugar donde besé por primera vez a una chica.

Fue una historia de amor tortuosa, de esas tipo Romeo y Julieta donde todos se oponían; bueno no todos, solo la madre de mi novia de entonces. Así que para vernos ella se subía al Magallanes/Chacaíto iniciando al recorrido, y yo tomaba el mismo autobús un par de paradas después para finalmente reunirnos. 

Ya en el autobús, nos sentábamos juntos y nos tomábamos de la mano mientras transitábamos por las avenidas Sucre, Urdaneta, Andrés Bello, pasábamos por La Florida, bajábamos a El Bosque y finalmente llegábamos a nuestro destino: el Beco de Chacaíto, donde comíamos helados y soñábamos en cómo seríamos dentro de 20 años.

Ya casado y con hijos, me mudé a la avenida Andrés Bello y tomaba ese mismo autobús para visitar a mi madre en Catia. Era supercómodo pues lo tomaba frente a mi casa, y al regreso me dejaba en la puerta. Recuerdo que los domingos en la tarde iba prácticamente solo, por lo que me ponía a hablar con el chofer de turno, llegué a conocerlos a todos.

Viéndolo a la distancia, podría concluir que el Magallanes/Chacaíto es como una especie de transición en cada etapa de mi vida. Para mí es más que un medio de transporte, lo veo más bien como una máquina del tiempo que ha sobrevivido a todo. Imagínense que en la Venezuela dolarizada y con escasez de combustible, me cuentan que es uno de los pocos autos que todavía circulan por la ciudad.

Solo espero que, en unos años, cuando vuelva a visitar a esa nueva Venezuela próspera que todos anhelamos, pueda tomar un Magallanes/Chacaíto desde El Hospital de Los Magallanes hasta la última parada… Sin duda será como viajar a través de la historia de mi vida… Literal. 

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad. Y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

Juan E. Fernández Ene 03, 2021 | Actualizado hace 1 mes
Reír es la única salida

Ilustración de Alexander Almarza, @almarzaale

@SoyJuanette

Ya es trillado decir que 2020 es un año para el olvido, hemos escuchado hasta el hastío que este momento es el peor de la historia. Aunque si investigamos un poco descubriremos que eso mismo se dijo en otros periodos de la humanidad, como la peste negra o las guerras mundiales, entre muchas otras terribles que han ocurrido desde que el mundo es mundo. Pero en esta, mi primera columna del año, no voy a hablarles de lo malo; más bien quiero hacer un balance de lo positivo que me ocurrió en este confinamiento pandémico de 2020.

Mi sueño de tener un show en La Calle Corrientes de Buenos Aires se hizo realidad, pero también se truncó por la pandemia. Pude haberme encerrado a llorar y no hacer nada, pero me adapté y busqué otra beta para hacer comedia. Ojo, no soy un campeón por eso, fueron muchas personas las que decidieron reinventarse y seguir adelante.

Una de las primeras cosas que me regaló esta época fue mi reencuentro con la escritura, y con uno de mis grandes maestros de periodismo, Enrique Rondón. Fue él quien primero me dio un espacio para publicar mi columna, y que hoy día se publica desde varias ciudades del mundo. Además, otro de mis hermanos de la vida, Alexander Almarza, se ofreció para ilustrar mi columna, lo que además de ser un honor para mí, se lo agradeceré siempre, pues es la excusa perfecta para hablar con él cada semana. Y ni hablar de mi querido Daniel Benavides, quien desde Barcelona me convenció para lanzar mi web.

El asilamiento preventivo y obligatorio me permitió también leer todos los libros que tenía pendientes, y reconectarme con espectáculos y programas de comedia como La hora chanante, Les Luthiers, Muchachada Nui, entre otros. También volví a escuchar artistas que forman parte del soundtrack de mi vida, entre ellos, Charly García, Spinetta, Fito, Caramelos, Amigos Invisibles y hasta Simón Díaz, lo que me trasladó a los viajes al campo con mi papá y mi abuelo en Venezuela.

Otro de los hermosos dones del confinamiento fue la oportunidad de conectar con personas de mi pasado y mi presente, a las que tenía olvidadas, por la tonta limitante de “estar tapado de trabajo”. Y qué decir de las amistades nacidas este año, relaciones que nacieron en el encierro y que se abrieron camino ante los obstáculos, como ciertas conversaciones culinarias, sobre todo de pastelería, que ahora van decantando algo maravilloso (¿no es cierto “C”?).

Pero el regalo más hermoso sin duda alguna es haber podido pasar más tiempo con mis hijos y ser testigo de cómo se adaptaron y triunfaron. Ellos dos me enseñaron y aún me enseñan que todo lo que vivamos juntos será parte de nuestro tesoro; que está bueno trabajar y poder comprar lo que uno quiera, pero es aun mejor disfrutar del tiempo y la compañía de las personas que amamos. 

Ahora viene párrafo bajón, pero no tan bajón: muy a mi pesar creo que 2021 no será muy distinto a 2020 en cuanto a la cuarentena, la pandemia y todo eso.

Pero lo positivo es que ya aprendimos a surfear la ola, por lo que obviamente será más llevadero. Viviremos momentos de felicidad, pero también algunas cosas no tan gratas. Mi receta para la primera es aprovecharlos al máximo, y para la segunda aprender de ellos.

En la entrada (que también es la salida) de mi departamento tengo un cuadro de Andreu Buenafuente sosteniendo una obra suya que dice “Reír es la única salida”… y no puedo estar más de acuerdo con Andreu, pues hasta en el apocalipsis nuclear, la pandemia o cualquier otra vicisitud, la risa es ese escape que nos hace saber no solo que somos humanos, sino que esto también pasará y podremos seguir adelante.

Que tengan un 2021 de muchas enseñanzas y, sobre todo, mucha salud.

Dios nos bendiga.

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Juan E. Fernández Dic 27, 2020 | Actualizado hace 1 mes
Navidad a 40 grados

Ilustración de Alexander Almarza, @almarzaale

@SoyJuanette

Cuando viví mi primera Navidad en Argentina me arrepentí de no haber pasado alguna vez las fiestas en Higuerote o en el desierto del Sahara para estar preparado. Justamente ese es el entrenamiento que se necesita para sobrevivir al último mes del año en el hemisferio sur.

¿Recuerdan las patinatas, las luces, las bufandas, los suéteres tejidos, y a Pacheco bajando de El Ávila cuando llegaba la Navidad a Caracas? Bueno eso acá en Argentina no existe. Ojo y no es porque la gente sea mala onda y no les guste celebrar la Navidad, sino porque tienes que decidir si celebras las fiestas o te ocupas de colocarte protector solar y talco en partes del cuerpo por las que no sabías que se podía sudar.

Y acá quiero hacer una mención especial a esos paisanos venezolanos que se sacrifican para mantener nuestras tradiciones vivas, a pesar del clima. Son admirables aquellos que se reúnen en un monoambiente de 20 metros cuadrados para hacer 250 hallacas, que posteriormente serán cocinadas en una ollita donde caben dos hallaquitas. Y en una cocina eléctrica. Obviamente tendrán que trabajar todo el año para pagar la luz que gastaron ese día.

Y ni hablar de aquellos venezolanos que se visten en Nochebuena y Año Nuevo con ropa de fiesta, es decir, trajes largos, camisas mangas largas, corbatas, flux, pantalones de vestir, lentejuelas, escarcha, y por supuesto la gorra tricolor que no puede faltar; mientras los argentinos o quienes ya llevamos tiempo acá, nos ponemos ropa fresca para soportar el calor decembrino de esta tierra.

No solo es la tolerancia al calor. Otro de los puntos que resalto es la resistencia física de los venezolanos. En las navidades argentinas uno se sienta a la mesa y conversa con los amigos, obviamente de política. La mesa navideña argentina es el campo de batalla de los tíos fachos y los sobrinos progres que, aunque se gritan y debaten sus distintas visiones del mundo, tratan de no gesticular mucho (que para los genes italianos de un argentino es un montón) en las acaloradas discusiones. Pero no por la polémica, sino porque la temperatura es muy alta.

Mientras que los venezolanos a 40 grados bailan merengue, salsa, bachata, cumbia, tambores, reguetón, salsa casino, danza árabe, gaita, polo margariteño, tamunangue y algún otro ritmo, sin perder la compostura ni sudar.

Pero lo que más disfruto es el timming que tienen mis compatriotas el 31, no solo en Argentina sino en todo el mundo. ¿Por qué? Porque el venezolano se da el feliz año dos veces; el primero cuando son las 12 de la noche en Venezuela, y el segundo cuando son las 12 en el país donde viven. Es decir, que los argentinos saben que falta una hora para saludar al nuevo año, cuando ven a los venezolanos dando la vuelta a la cuadra con la maleta en la mano.

En fin, fue un año bastante raro, donde todos teletrabajamos. Así que, si en esta Navidad no ve a Santa surcando los cielos, entre a su casa, encienda el Zoom, verifique su conexión de internet y espérelo.

Y ahora un consejo final: por favor, no le pida al 2021 que lo sorprenda. Con que sea un año más normal que 2020 me doy por servido.

Felices fiestas.

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Juan E. Fernández Dic 13, 2020 | Actualizado hace 1 mes
¿Quién es más venezolano?

Ilustración de Alexander Almarza, @almarzaale

@SoyJuanette

Cuando por el año 1995 yo cursaba cuarto año de Humanidades, en la Unidad Educativa Nuestra Señora de Las Mercedes, mi profesor de francés Carlos Álvarez nos habló de un refrán muy bonito que dicen mucho los franceses y que sugiere “A donde fueres haz lo que vieres”.

Aquel dicho galo era una invitación a dejarse llevar por las costumbres y la cultura del país a donde uno viajara o incluso migrara. Y es una cosa que en mi caso particular me marcó la vida, cuando me tocó migrar.

Los que me conocen saben que siempre quise a la Argentina, no hablo de una chica (que también) sino del país. Así que cuando vine por primera vez tomé mate, comí asado, bailé tango y todos esos clichés turísticos que te ofrece Buenos Aires.

Pero ahora que ya llevo años viviendo aquí, suplanté la arepa, las caraotas y el huevo frito por las tostadas, las medialunas, las facturas o simplemente un mate a la mañana; y eso no me hace menos venezolano que nadie.

Decidí escribir de este tema porque, hablando con compatriotas que también son migrantes, me contaron que reciben ataques de otros paisanos que seguramente migraron hace más tiempo que ellos, pero se creen más venezolanos que nadie (esos que no se quitan la franela de la Vinotinto ni para bañarse). Pero ¿por qué los atacan? Porque no comen comida venezolana con regularidad o tienen amigos que no son venezolanos. Y capaz hasta incorporaron a su vocabulario palabras del país donde viven.

Quiero aclarar que cuando desayuno mate con medialunas, en lugar de arepa con caraotas y café con leche, no estoy infringiendo ninguna ley; tampoco cuando escucho Soda, Fito o Drexler, en vez de escuchar a Gualberto Ibarreto, Guaco o Caramelos de Cianuro (músicos que obviamente también escucho porque son parte de mi historia de vida).  

A todos esos compatriotas que creen que adoptar nuevas costumbres es un delito, solo les quiero decir: es bonito mostrar lo de uno, ofrecerles una arepita o un tequeño a los otros ciudadanos del mundo; pero no insulte la comida del otro porque “lo nuestro es lo mejor”. Más bien atrévase a probar nuevos sabores.

Y comentarios como: “No sé cómo pueden comer eso, en vez de mandarse una buena arepa”, guárdeselos para usted. Aprenda del extranjero que sin prejuicios se comió una hallaca, una arepa o un tequeño; y acéptele la invitación de probar la comida local.

Dejemos de una vez por todas de creernos el ombligo del mundo. Porque ciertamente nuestra comida es rica, como lo es también la de otros países. Esto aplica también a la música y las costumbres.

Hablando de costumbres, quiero escribir acerca de la Navidad venezolana: es verdad que nuestras navidades son maravillosas y está bueno cantar la gaita onomatopéyica en su casa, y comer hallacas recordando la tierra, porque hace falta; eso no está en discusión. Pero la invitación es que lo haga desde el respeto, es decir con un volumen adecuado; porque no está bueno obligar a los no venezolanos a escuchar nuestra música si no quieren.

Acá sería genial evitar comentarios como “esta gente es muy aburrida” o “yo en Venezuela amanecía con la música a todo volumen y nadie me decía nada”. Porque recuerde: ¡ya no está en Venezuela! Más bien invite a un amigo extranjero a vivir nuestras navidades, pero sea recíproco y viva también la Navidad del lugar donde vive.

Por último, quiero hacer una reflexión: puedo comprender que algún venezolano de los que se quedaron en el país, luchándola como nadie en esa terrible crisis que se vive, me reproche algo. Pero que me diga apátrida alguien que se fue mucho antes que yo y me condene porque no como arepa todos los días es hasta risible… Si usted es de esos, solo le quiero decir: ¡usted no es más venezolano que yo!

Sea feliz, y no le haga caso a los comentarios que restan. Haga como decía San Martín: “Sea libre (y feliz) y lo demás no importa”. Pero respetando a los demás.

Solidaridad y diáspora

Solidaridad y diáspora

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Comunicado de bioseguridad de Santa Claus

Ilustración de Alexander Almarza, @almarzaale

@ReubenMoralesYa / Escritor invitado: Iván Dugarte

Queridos niños y estimados padres. Ante la situación mundial que se vive por consecuencia de la pandemia de COVID-19, emito el siguiente comunicado para informar cómo será la repartición de juguetes este año 2020:

A quienes no hayan enviado su carta aún, por favor háganlo mediante vías electrónicas. Evitaré tener contacto con medios físicos que pudiesen estar infectados.

Este año, en la fábrica hicimos menos juguetes debido a que los duendes tuvieron que mantener la distancia reglamentaria de dos metros. Esto dejó desatendidas varias líneas de producción en la factoría.

En el recorrido de este año no pasaré por todo el globo terráqueo. Estaré evaluando los niveles de contagio de cada país antes de entrar. Recuerden que, debido a mi edad y contextura, soy población de riesgo.

El trineo estará volando a una altura menor de la acostumbrada. Tuvimos que dejar espacio de un reno de por medio. En vez de ser ocho, ahora son cuatro renos.

No esperen a Rodolfo. Lo dejaron en cuarentena porque Sanidad le encontró una sospechosa nariz roja.

Si llegan a ver un gordo viejo y sin barba, no se asusten. Soy yo. Lo único es que este año me la afeité para evitar el riesgo de que la molécula del SARS-CoV-2 se alojara en ella.

Mi vestimenta para este diciembre no será con mi tradicional color rojo. En cambio, llevaré braga blanca de bioseguridad, guantes de látex y tapaboca. Así podré seguir riéndome con mi acostumbrado “jo, jo, jo”, sin contagiar a nadie.

Al momento de la entrega, dejaré una casa de por medio. A los niños que no reciban juguetes, se los enviaré por Zoom en una sesión de telejuguetes.

A todos los que tengan chimenea, les comunico: Deben desinfectar la misma y dejar un cartel que diga “Espacio Bioseguro”. Así mismo, la única forma de que yo entre en esta, es que haya una pistolita de temperatura a la entrada.

Esta vez los obsequios no serán presentados con el habitual papel de regalo. Todos serán forrados con papel aluminio y rociados con alcohol para garantizar su bioseguridad. Así mismo, los dejaré en cualquier mesa que encuentre en la casa. La molécula del coronavirus es muy pesada y pudiese estar reposando en la base de cualquier arbolito.

La noche del 24 no recibiré mis acostumbradas galletas con vaso de leche, a menos que al lado tengan un pote de gel antibacterial.

Luego de hacer la ronda de entrega por el globo terráqueo, haré mi cuarentena en una clínica. No puedo poner en riesgo la salud de Mamá Santa con cualquier virus que haya agarrado en el viaje.

Esperando que entiendan y atiendan las medidas que tomaremos por mi condición, nos vemos esta Nochebuena. Eso sí, no me esperen en Wuhan.

PD.: Dejen de pedirme la vacuna. Yo fabrico juguetes, no moléculas.

2020

2020

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Laureano Márquez P. Dic 08, 2020 | Actualizado hace 1 mes
Querido Niño Jesús

Artesanía venezolana, pesebre llanero. Foto Yasmín Moreno en Pinterest, intervenida por Runrunes. 

@laureanomar

Niñito llanero, indio soberano,

ámele cariño, dámele ternura

al venezolano

Cada día que sale el sol una nueva calamidad se cierne sobre mi patria. No se trata de catástrofes naturales impredecibles, sino de adversidades causadas por seres humanos sobre seres humanos, que producen muerte, pobreza, hambre y destrucción, que llevan a miles de compatriotas a huir -como tú- de la tierra que los vio nacer, movidos por la desesperación, en condiciones terribles, desafiando largos caminos, fríos páramos, agobiante xenofobia.

Lindo pajarito que vive en el llano

desde tu piquito dale un pedacito

al venezolano.

Querido Niño Dios: las razones de tantas desgracias se me tornan inexplicables. No sé qué puede haber endurecido tanto el corazón de los que se han convertido en amos y señores del país, para negar al extremo todo aquello en lo que alguna vez dijeron creer y que alguna vez proclamaron defender: libertad, justicia, igualdad, paz, respeto a los derechos humanos (quizá, Jesusito de mi corazón, de tanto asomarse al abismo se transformaron ellos mismos en el peor de los abismos).

Sé, Divino Niño, que es una mezcla de muchas cosas: ambición de poder, ignorancia y maldad en la peor de sus manifestaciones: la crueldad.

Cada día que amanece, como sabes, hay niños desnutridos, gente en la pobreza más atroz, ancianos que han llegado a la vejez sin la dignidad que les corresponde y mueren de hambre solitarios, médicos que pierden la vida por no tener la protección adecuada, demasiadas personas que no cuentan con los servicios esenciales, presos políticos torturados, asesinados, personas ultrajadas en su dignidad humana. Emulando al Faraón de Egipto, donde tu familia vivió también exiliada, los gobernantes prefieren ver a su propia nación arrasada por todas las plagas existentes antes que ceder a lo que demanda la más elemental justicia, mientras ellos en sus palacios viven en el lujo y la abundancia.

Alpargata de oro, cogollito blanco,

no lo desampares, vuelve tu mirada

al venezolano

Santo Niño Jesús:

Te escribo más por desahogarme que para pedirte algo. Sé que este no es un asunto tuyo sino nuestro. Nos diste todo -y en mucha abundancia- como para hacer de nuestro país una versión tropical del Paraíso terrenal, ese que vislumbra Colón en nuestro territorio la primera vez que tocó tierra firme en América. Yo no creo en un Dios que manda rayos para resolver los problemas de sus creaturas, sino en uno que nos dio en el comienzo de todos los tiempos todo aquello que necesitábamos para moldearnos a Su propia imagen, si así lo deseaba nuestro corazón. Si te mando esta carta es para contarte de los dolores que afligen a tus hijos de Venezuela.

Trompo serenito que baila en la mano,

bríndale la calma que tanto le falta

al venezolano.

Querido Niño Jesús:

Se acerca la Navidad, tiempo de adviento y esperanza. Hechos a imagen y semejanza tuya, como hemos sido, no me entrego al desaliento (la herramienta favorita del demonio), que es lo que quieren producir en nuestro corazón aquellos que nos arruinan el destino. Sigo animándome con la obra de la gente de bien, con las noticias que no se conocen de todos los que están ayudando en estos tiempos a que otros sobrevivan y mantengan la fe.

Me lleno de esperanza con los jóvenes talentosos que se preparan, con los músicos, con los médicos, con los que enseñan, con los que cuidan, con los que son perseguidos, con los que comunican su pensar y no se callan, con todos aquellos que persisten en el trabajo honesto a pesar de los riesgos que conlleva, con los artistas que nos hacen pensar que un mundo mejor es posible, con todos los venezolanos que brillan, dentro y fuera de Venezuela.

Pero sobre todo se conecta mi alma con los más humildes, con los que comparten tu pobreza de Belén y sufren sin perder la fe en Ti; que nunca nos olvidemos de ellos, que podamos ayudar a conjurar sus injusticias, dolores y angustias. Que nunca nos venza el desánimo y que podamos hacer algo en pro del bien del prójimo para que las cosas mejoren, cada uno desde el lugar en que nos has puesto. Que esta Navidad sea de esperanza, para la humanidad y para Venezuela.

Recibe toda mi devoción y cariño.

L.

P.S. De todas maneras: ¿no te quedará un rayito por ahí, escondido?

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Juan E. Fernández Dic 06, 2020 | Actualizado hace 1 mes
El casete donde vivía Mazinger Z

Ilustración de Alexander Almarza, @almarzaale

@SoyJuanette

Todos los domingos, cuando íbamos a visitar a mis tíos Luis y Delia, al llegar a su casa les saludaba rapidito y me iba hasta el cuarto de mi primo Luis, quien tenía no solo una envidiable biblioteca nutrida con cuentos de piratas, caballeros y hasta fantasmas, sino también una colección enorme de suplementos de superhéroes que escondía bajo su cama. La verdad me encantaba mirar las ilustraciones, pues a los 5 años aun no sabía leer; no era que no quisiera, sino que siempre he sido muy distraído y me la pasaba (y aun me la paso) viviendo en la luna.

A mí me encantaba visitar la casa de mis tíos, pero a mis primos más grandes no les agradaba tanto porque, como yo era tan curioso, nos solo fisgoneaba en su habitación, sino que los atiborraba con preguntas. Interrogantes que casi nunca eran contestadas, y que invariablemente terminaban con la frase: ¿Por qué no vas a ver si el gallo puso?, seguido de un portazo que me dejaba fuera de la habitación. Este ritual se repetía fielmente cada vez que yo irrumpía en el cuarto de mis primos.

Hasta que un día, justo cuando mis primos me mandaban al exilio, iba pasando por el pasillo mi tía Delia, la hermana mayor de mí mamá. La tía me tomó de la mano y me llevo a otro cuarto, me sentó en una butaca, encendió el televisor e introdujo un casete gigante dentro de una caja cuadrada llena de luces verdes.

Cuando la cinta se puso en marcha, comencé a ver en la TV a Mazinger Z, peleando con todos los monstruos que usualmente querían apoderarse del mundo. Pero justo cuando la película estaba más emocionante, mi papá entró en el cuarto para avisarme que nos teníamos que ir. El berrinche que armé no fue normal, tanto, que mi tío, quien por lo general era un hombre bastante sereno, se incomodó bastante.

La tía, por el contrario, me levantó del piso, secó mis lágrimas y me propuso un trato que le agradeceré toda la vida:

– Si aprendes a leer, el betamax es tuyo.

Yo me paralicé, no dije una sola palabra y así permanecí todo el trayecto hasta mi casa.

Ya en mi cuarto, tome el libro Ya sé leer, cuyo título no se identificaba para nada conmigo, y comencé a repasar la lección de “mi mamá me mima”, todo un bestseller de los lectores principiantes. Pero, la verdad, por más que trataba era inútil; así que esa noche tomé una decisión casi suicida: le pedí a mamá que me llevara con Nina; si ella no me ensañaba a leer, nadie podría.

La Nina era la abuela de mi primo Alfredo, famosa por sus métodos estrictos de enseñanza. Un solo grito de su parte te dejaba petrificado. Pero La Nina era la única opción que tenía para hacerme con el casete donde vivía Mazinger Z.

Luego de un periodo bajo el estricto método de enseñanza de mi querida Nina, a quien recuerdo con mucho amor y adoración, finalmente aprendí a leer. ¿Me regalaron el Betamax? Obvio que sí, pero no solo eso. Gracias al incentivo de mi tía no solo conocí a Mazinger Z, sino a los Cazafantamas, Mi amigo el Dragón, entre otras joyas que papá me traía del videoclub cuando regresaba del trabajo.

Si tengo que agradecer a dos personas por aprender a leer y escribir, sin duda son mi tía Delia y mi querida Nina. Cada vez que tecleo una letra, es gracias a ellas.

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Laureano Márquez P. Dic 01, 2020 | Actualizado hace 1 mes
“El que no vota, no come”

Hambre, óleo sobre lienzo (69,5 x 109,8 cm) del pintor ecuatoriano Oswaldo Guayasamín.

@laureanomar

Esta frase golpea mucho, más si es dicha en un país en el que la gente se está, literalmente, muriendo de hambre. No se me ocurre ninguna manera humorística de salirle al paso. La verdad es que la afirmación no nos aporta nada que ya no supiéramos acerca de una práctica que desde hace largo tiempo se viene implementando en el país. Lo sabemos los que no somos víctimas de presiones políticas a cambio de comida, pero lo saben con dramática claridad aquellos que, si no votan, ponen en peligro la alimentación de su familia y a los que se exige cotidianamente compromisos políticos a cambio de recibir comida subsidiada, vivienda, educación y otros servicios esenciales.

La política venezolana ha descendido a unas cotas de crueldad que resultaban inimaginables, incluso para quienes abrigábamos las más pesimistas expectativas en el lejano año de 1998. 

Menester es reconocer que a diferencia de otros regímenes que con pudor ocultan sus manejos autoritarios detrás de manipulaciones ideológicas, el de Venezuela, además de contar con esta herramienta, en algunas oportunidades prefiere tomar atajos y proclamar públicamente sus amenazas por si a alguien no le ha quedado suficientemente claro.

Al régimen le interesa que se conozca con «tramparencia» lo que le puede suceder a quien ose desafiarle, porque el miedo es su fuerza, realmente su única fuerza: el miedo a ser torturado o asesinado, el miedo a ser encarcelado por lo que se dice o piensa y uno de los miedos más ancestrales del ser humano: el miedo a no conseguir comida, que conduce a la desesperación.

Algunas frases al azar le vienen a uno a la memoria sobre estas verdades que se han proclamado sin pudor ni escrúpulo alguno: “no importa que andemos desnudos, no importa que no tengamos para comer, aquí se trata de salvar la revolución”; “no vamos a sacar a la gente de la pobreza y llevarla a la clase media para que sean escuálidos”; “vinimos a vengarnos”; “PDVSA es roja rojita”; “treinta años pido yo para esa jueza”.

Se podrían llenar volúmenes de frases de este estilo y muchas otras de peor calaña. Todas ellas constituyen confesión de parte de las tropelías que estaban dispuestos a cometer y cometieron: empobrecimiento deliberado y calculado de la población, sometimiento del poder judicial, destrucción de la principal empresa petrolera del país convirtiéndola en sucursal del partido gobernante, etc. Del chavismo se podrán decir muchas cosas, pero nunca que no anunció sus verdaderos planes.

Uno no tiene corazón para decirle a la gente que ha sido amenazada con su extinción que mantenga su dignidad cívica y se muera de hambre. Si te ponen a negociar entre salvarle la vida a tu hijo y ceder en tus convicciones políticas, te la están poniendo bastante difícil.

Video «Diosdado Cabello: ‘El que no vota no come, para el que no vote no hay comida'», canal de El Pitazo en Youtube.

Estas elecciones parlamentarias que se avecinan han sido descalificadas como libres y democráticas por la mayoría de los países con regímenes políticos plurales y respetuosos de los valores de la democracia. Aquellos que las avalan son países sin elecciones libres, con dictaduras consolidadas. Pero aquellos que no padecen el dramático dilema y llaman a votar desde la oposición y la “oposición”, simplemente les formulo la sencilla interrogante que el profesor Ángel Álvarez desde su Twitter, les envía en este complejo momento: “A los candidatos de oposición a las elecciones de la AN, preguntas sinceras: supongan que ganan la mayoría (como en 2015 o más) ¿qué les hace pensar que podrán ejercer sus cargos, aprobar leyes y propiciar algún cambio? ¿Por qué ustedes sí y los anteriores no?”.

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