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Juan E. Fernández Feb 07, 2021 | Actualizado hace 4 semanas
Argentina

Ilustración de Alexander Almarza, @almarzaale

@SoyJuanette

La primera vez que escuché la palabra Argentina fue en 1986, al menos eso recuerdo. El planeta celebraba un mundial de fútbol y todos en el Instituto Técnico Jesús Obrero de Caracas no hacían otra cosa que hablar de Maradona. Durante el recreo, mis compañeros, que eran más grandes que yo, trataban de tirar magia jugando a ser Diego; a mí no me dejaban participar porque era “el gordito”, pero para no hacerme sentir mal me decían que yo era el Director Técnico. Por lo que, en cada recreo, yo me convertía en Bilardo; y según mi lógica era mejor, porque si Maradona jugaba bien, era porque Juan Salvador Bilardo lo dirigía, ergo yo era más crack que todos ellos.

Cuando ganamos ese mundial (y sí, dije ganamos) fue una locura. Desde ese día le hinché a la selección argentina, pero ¿cuál era la razón? A los niños siempre les gusta ganar. Cuatro años después volvimos a brillar, ya no en México sino en Italia… ahí el futbol puso a prueba mi fidelidad: llegamos a la final, pero perdimos con Alemania. Sin embargo, desde entonces y aunque juegue contra Venezuela, siempre le voy a la selección argentina.

Ojo, quiero aclarar que si Venezuela juega con otro equipo, es obvio que apoyo a la Vinotinto, pero contra Argentina es otra historia. Seguramente yo sea uno de los primeros panqueques, futbolísticamente hablando, del país donde nací.

Pero mi amor por Argentina trasciende al futbol, y para explicarles mejor les tengo que contar del “Bar de Ariel”.

A principios de los 90, cuando tenía yo 11 años, íbamos a una casa que tenía papá en San Antonio de Cúa. Y, siempre antes de llegar al campo, mi padre paraba en un bar que administraba el señor Ariel.

Ariel era un estudiante de economía de la Universidad de Buenos Aires, que tuvo que huir de su país cuando uno de sus mejores amigos de la facultad fue detenido y nunca más se supo de él. Sus padres, muy asustados, lo mandaron a Venezuela, donde tenían amigos.

Cuando Ariel llegó a Caracas quedó maravillado por tanta modernidad, y por la bonanza petrolera de finales de los 70. Su primer trabajo fue vendiendo enciclopedias puerta por puerta, luego encontró empleó como mensajero en los tribunales, ahorró y pudo abrir su bar.

El Bar de Ariel era un lugar bastante peculiar, con una barra de madera muy larga con varios taburetes; a un costado había una rocola que solo tenía discos de tango. Al final de la barra y junto al teléfono de línea, que se parecía mucho al batitelefono que salía en la serie de los 60, estaba el busto de un hombre trajeado, de sombrero: Carlos Gardel.  Gracias al Bar de Ariel conocí el tango, a Gardel y a Buenos Aires.

Todos los fines de semana, cada vez que parábamos en lo de Ariel, él nos contaba cómo era ese lugar maravilloso de cúpulas enormes, edificios como castillos, y grandes avenidas. “La Avenida más grande del mundo la tenemos nosotros, decía” o “Le dimos de comer al mundo”. También contaba que había una calle que tenía muchos, pero muchos teatros, y a cada lado de la vereda; y que cuando encendían las marquesinas aquello era una fiesta de luces… Sin saberlo, Ariel fue metiéndome no solo por los ojos, sino también en el corazón a su “Buenos Aires querido”.

Con el tiempo dejé de ir a la casa de campo, y las visitas al Bar de Ariel se fueron desdibujando de mi memoria. Llegó esa etapa hermosa para los jóvenes, y terrible para los padres, que se llama adolescencia; y ya no era tan cool ir a un bar a “escuchar hablar a los viejos”. Ahora quería ser yo, libre; a mi manera quería cambiar el mundo.  

Pero lo que pasa es que, cuando Argentina se te mete en el corazón ya no hay quien la saque.

En esa época yo iba mucho a los pasillos de la Universidad Central de Venezuela a comprar casetes, libros y películas en VHS. Por lo que Argentina se me apareció a través de Les Luthiers, Landrisina, Charly García, Spinetta, Sumo, Fito. También como Eliseo Subiela con su Hombre mirando al sudeste y El lado oscuro del corazón.

Tiempo después, cuando tenía unos 19 años, en un arranque de locura contra el sistema, me fui a estudiar guion a la Escuela Internacional de Cine en la Habana, y coincidentemente estuve para el Festival de Nuevo Cine Latinoamericano. Aquella Navidad tendría uno de los mejores regalos que me dio la vida: conocí a Eliseo Subiela y a Fernando Birri, quienes me abrieron un nuevo mundo, el del cine argentino.

A Eliseo lo conocí en la fiesta que dio en ICAIC en el Hotel Nacional, luego del estreno de su película Las aventuras de Dios. Aquella noche nos pegamos un pedón con mojitos, y Eliseo nos confesó que se hizo cineasta porque nunca pudo aprender a tocar el saxo, y que en realidad quería ser jazzista.

Después coincidimos en otras fiestas, donde me presentó a Miguel Littín, y al director peruano Francisco Lombardi. Sin duda, fue una etapa maravillosa para el cine latinoamericano, y también para mí. En esa edición del Festival de Cine de la Habana, Argentina me flechó con su cine y desde entonces es una de las cosas que más disfruto.

Ya de regreso a Caracas, siempre iba a la semana del cine argentino para ponerme al día. Fue pasando el tiempo, conseguí un trabajo y ahorré un montón, porque tenía que ver en primera persona esos edificios, las marquesinas, el Obelisco y hasta cruzar 9 de Julio de un solo tirón… todo eso quería hacer.

El primer viaje

La primera vez que vine a Buenos Aires la ciudad me recibió con su cielo entre rosado y naranja. Era invierno, y el viento me golpeaba las mejillas, pero era una sensación maravillosa. En mi primer viaje visité los cafés porteños, los bosques de Palermo, el Jardín Botánico, y todos esos lugares que visitan los turistas. Pero cuando vi las marquesinas encendidas en los teatros de Calle Corrientes lloré de emoción; la ciudad se me presentaba tal y como Ariel me la había descrito cuando tenía 11 años. Fueron 20 días maravillosos, pero tocaba volver a Caracas, eso sí, con el compromiso de volver cada vez que pudiera. La noche antes de partir, me fui hasta la costanera y me comí un choripán, y cuando volvía en el taxi, en la radio sonó Canción de adiós… ahora cada vez que la escucho, aunque ya pasaron más de 15 años de aquel viaje, me emociono.

El segundo viaje

Luego de mi regreso pasaron unos tres o cuatro años, y en el ínterin me puse de novio y hasta me casé. Por supuesto que para la luna de miel elegimos venir a Buenos Aires y, por fortuna, a ella también la ciudad le voló la cabeza. Tanto así que proyectamos vivir acá por unos años, para luego volver a Venezuela.

Pero bueno, vinieron otras prioridades como los hijos (tenemos dos), el departamento, los autos… Y una vez más el sueño porteño se nos desdibujó. ¿Pero saben qué paso? Otra vez por casualidad o causalidad Argentina se me puso al frente.

La situación política y económica fueron haciendo mella en Venezuela, y también en nuestra relación… tal vez nos casamos jóvenes, o tal vez debíamos estar juntos solo ese tiempo: aquello se volvió inaguantable, no se podía vivir. En un mes, los ahorros que teníamos para venirnos los 4 solo alcanzaron para que viniera solo uno, así que viajé yo.

El viaje final

Ese vuelo ha sido el más difícil de mi vida. Aunque había alegría en mi corazón, porque Argentina era ese imán maravilloso que me atraía finalmente hacia ella, también tenía mucho miedo porque, como dice Emilio Lovera: “Una cosa es turismo y otra migración”.

Esos primeros meses fueron difíciles, porque en Venezuela fui un periodista al que nunca le faltó trabajo, todos me conocían. Pero en Argentina nadie sabía quién era yo. Afortunadamente conseguí trabajo rápido en la industria del Call Center y como operador; paradójicamente, yo que había sido uno de los gerentes más jóvenes en la historia de Directv, ahora era un operador que vendía suscripciones para la misma compañía. El país me dio una lección de humildad enorme. 

Ya cuando me estaba adaptando, y las cosas comenzaban a marchar mejor, se vino otra prueba dura: oficialmente me separé de la madre de mis hijos. La distancia había hecho lo suyo y erosionó lo poco que quedaba de mi matrimonio. Sin embargo, mi exesposa, que es una gran mujer, cumplió su promesa y se vino con mis hijos.

Hoy día cada uno es feliz desde su espacio, pero hay algo que nos hace muy feliz a los dos: ver a nuestros hijos formándose, y aprendiendo a querer a este gran país, que ahora también es su país.

Quiero aclarar, antes que salgan los ultranacionalistas, que sabemos perfectamente y nunca hemos dejado de querer a Venezuela, pero ahora también queremos a la Argentina. Porque el país de uno no es solo donde naces, sino también aquel lugar que te da trabajo, cobijo y educación para tus hijos. Es el que te permite forjarte un futuro, pero también el que te da sentido de pertenencia, y es que nuestro país, ya desde su fundación, en el preámbulo de nuestra constitución argentina te invita a ser parte: “promover el bienestar general, y asegurar los beneficios de la libertad, para nosotros, para nuestra posteridad, y para todos los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino”

Si me lo preguntan, no sé lo que significa para un migrante renacer en otro país porque, les digo con sinceridad, Argentina siempre ha sido mi país. Esta tierra me conquistó a los 7 años cuando jugaba a ser Bilardo, también cuando Ariel me hablaba de Buenos Aires en aquel bar gardeliano en los 90. Y me sigue conquistando cada mañana cuando abro los ojos y estoy tranquilo, porque gracias a Dios encontré mi lugar en el mundo.  

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad. Y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

Reuben Morales Feb 04, 2021 | Actualizado hace 4 semanas
Fobias que no te dice el psicólogo

@ReubenMoralesYa

Si bien son muchas las fobias tipificadas por la psicología, he encontrado un conjunto de pánicos no diagnosticados, pero que usted y yo padecemos todas las semanas:

Teleeducación-fobia: estremecimiento que vive un padre cuando llega un correo de la maestra titulado “Actividades de la semana”.

Motofobia: es la película de atraco que uno se arma en la cabeza cuando va caminando por la calle y escucha una moto cerca.

Tarjetofobia: espacio de tiempo que transcurre entre pasar tu tarjeta de débito o crédito para una compra y sentir el vértigo interno de que te digan: “Saldo insuficiente”.

Meserofobia: terror que se manifiesta tras reclamarle algo a un mesero y pensar en la posibilidad de que luego te traiga el plato escupido.

Estornudofobia: pánico que uno vive cuando presencia un estornudo de otro ser humano. Dicha fobia dura hasta dos semanas (tiempo para confirmar si ese ese estornudo produjo una incubación de COVID o no).

Esposafobia: fenómeno tipificado por mi colega Bobby Comedia. Es el temor de un hombre ante la posibilidad de que la esposa lo regañe por algo que hizo o dejó de hacer. Dicho en términos del Licenciado Comedia: “No importa lo que hagas, para ella igual la vas a cagar”.

Hora-loca-fobia: miedo que se manifiesta en el cuerpo cuando uno está en una fiesta sentado, bebiendo y conversando tranquilo y arranca la hora loca. El clímax de dicho miedo se presenta cuando tu tía se acerca para meterte a la fuerza en el trencito de la conga.

Alocucionfobia: ansiedad intensa que siente un ciudadano cuando su presidente anuncia una transmisión especial para comunicar nuevas medidas económicas.

No-sé-a-qué-le-di-fobia: sobresalto que se vive al comprar un aparato electrónico nuevo y darle a un botón que no se sabe para qué es.

Celufobia: pavor que siente todo hombre cuando deja su celular solo y la mujer se lo comienza a revisar.

En-la-parada-fobia: temor que se manifiesta al viajar en bus y ver que este ya se acerca a nuestra parada. Es el momento retador en donde uno debe vencer toda vergüenza y gritar “¡¡¡En la parada, por favor!!!”.

Supermercadofobia: angustia que brota cuando la cajera del supermercado está pasando los productos por el escáner y uno espera el monto total de la compra.

Plátanofobia: súbito aumento de adrenalina que experimenta el organismo al darse cuenta de que las tajadas de plátano se quemaron por uno estar revisando el teléfono mientras las freía.

Tenemos-que-hablar-fobia: ansiedad extrema que siente un cónyuge o un empleado cuando su pareja o jefe le envía un mensajito que dice “Tenemos que hablar”. Dicha fobia puede incrementarse exponencialmente si el mensajito termina en “Pero lo hablamos mañana”.

No-me-viene-fobia: crisis existencial que viven las parejas luego de tener relaciones y no recibir la tarjeta roja del árbitro en los días siguientes.

Y si bien estas fobias son nuevas, hay unas más nuevas todavía, pero aún están en estudio. Una de ellas se llama Lo-leíste-fobia. La misma se caracteriza por un síndrome de escapatoria que se manifiesta al leer un artículo y luego esconderse para que el escritor no te acose preguntando “¿Lo leíste? ¿Lo compartiste? ¿Qué te pareció?”. Lo único claro de dicha fobia es que, si desea evitarla, simplemente dígale al escritor “¡Te botaste! ¡Eres un crack! Ya lo compartí en todos mis grupos” y caso resuelto. El escritor no le fastidiará más y la fobia desaparecerá de inmediato.

Los dioses del miedo

Los dioses del miedo

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Laureano Márquez P. Feb 02, 2021 | Actualizado hace 1 mes
Las gotas milagrosas

@laureanomar

La propuesta de las gotas milagrosas no ha pasado desapercibida en estos momentos en que arrecia la tercera ola de la covid-19. Para decirlo en términos de pandemia: se ha vuelto viral. Nuevamente aparecemos en titulares como objeto de mofa por la falta de seriedad. Nosotros, que sí somos gente seria, no caeremos en lo mismo, por el contrario, haremos una revisión rigurosa de esta nueva panacea que acaba de promover el gran jefe brujo.

Partamos del ofrecimiento curativo que se hace con estas gotas de nombre impronunciable: se anuncia que “neutraliza el Covid-19 en un 100 %”, no se habla de ningún margen de error como el que suele acompañar a los estudios de los laboratorios.

Se entiende, aquí el margen de error fue cometido en diciembre de 1998. «Diez goticas debajo de la lengua, cada cuatro horas, y el milagro se hace, es un poderoso antiviral, muy poderoso que neutraliza el coronavirus», se nos vuelve a decir. Bueno aquí entra otro elemento: la condición milagrosa del producto. Los milagros son aquellos eventos o hechos que se atribuyen a la acción divina.  También se habla de milagro en un sentido más general como “todo suceso que despierta admiración”. Lo curioso es que no haya despertado la admiración de la Organización Mundial de la Salud, atenta a todo lo que está relacionado con la pandemia.

Un auténtico milagro sería por ejemplo que en el país con las mayores reservas petroleras del planeta hubiese combustible. Pero sigamos con la medicina.

El medicamento en cuestión se llama “Carvativir”, es un derivado del tomillo (Thymus, de la familia Lamiaceae). La planta tiene propiedades culinarias y medicinales. Los antiguos egipcios la utilizaban en la momificación, detalle que no es muy alentador. En la antigua Grecia y durante la Edad Media, fue considerada planta medicinal. Ciertamente, se dice que el tomillo tiene más propiedades y beneficios que un funcionario del alto gobierno, entre otras, contra el estreñimiento, mal que ciertamente los susodichos no padecen, porque la ponen con extraordinaria facilidad y frecuencia. Tiene también calcio y fósforo, este último, muy útil en los actuales momentos para acompañar el plan leña adentro que se promueve para combatir la ausencia de gas doméstico.

En las reseñas internacionales se dice que no es el primer anuncio de una solución para la covid-19 que realiza el régimen venezolano y se señala otra, de noviembre pasado, un descubrimiento que supuestamente desde el IVIC anunciaba “Drácula” (sic) (también es que se la sirven en bandeja a los comentaristas globales de estupideces).       No se trata aquí de desconocer las propiedades curativas de ciertas plantas: la manzanilla, el aloe vera, el eucalipto, el jengibre y, sin duda, también el tomillo. Son plantas medicinales y buenas, cuya utilidad ha sido probada por nuestros ancestros, pero de allí a afirmar que puede neutralizar a un virus tan mortífero como el de la covid-19 y ofrecerlas como gotas milagrosas es demasiado grave, sobre todo por venir de quien viene, aunque -curiosamente- también carece de toda importancia por la misma razón.

Lo que sí resulta lamentable es que se asocie a las gotitas el nombre de una persona tan seria y rigurosa como el beato Dr. José Gregorio Hernández, que era un auténtico hombre de ciencia, además de una persona buena, piadosa y honesta. Es una pena que él no tenga como defenderse, o quizá sí y nos brinde este año el tan anhelado milagro.

En todo caso, lo cierto es que gota a gota, esta gente agota.

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Laureano Márquez P. Ene 26, 2021 | Actualizado hace 1 mes
La cuña blindada

@laureanomar

Entre las millones de cosas que le llegan a uno al teléfono para ayudarnos a no perder tanto tiempo leyendo libros, me enviaron la famosa cuña de la camioneta blindada. Lo tomé como una parodia de la corrupción y el mal gusto. Parecía una crítica mal lograda a la “enchufocracia” reinante. “Se podía haber dicho más”, pensé. Sin embargo, inocente uno, resulta que se trata de una cuña completamente en serio. El sabio Mevlana decía: “sé visto como eres o sé como eres visto”.

Aquí parece que a mucha gente ya no le importa ser vista como es, en todo el esplendor de esa terrible tragedia que ha traído el “socialismo” a Venezuela: la corrupción, la riqueza fácil y la ostentación grotesca de todo ello.

“Mi patrón, me la dio mi papá” (se refiere a la camioneta), comienza con una toma aérea de aproximación al lugar de blindaje al que supone uno, un hijito de papá, que lleva su camioneta a blindar.

Me vino a la memoria una oportunidad en que fuimos a trabajar, Claudio Nazoa y quien suscribe, a Lechería en un hotel importante que tiene una marina. Desde la baranda de un yate con no menos 15 camarotes, un hijo de un enchufado nos reclamó nuestras críticas a una “revolución” que defiende al pueblo y preguntó -además- si nosotros estábamos pagados por Carlos Andrés Pérez. La escena era tan surrealista que parecía una broma. Resultaba increíble que desde ese gigantesco y lujoso cuasi Titanic, alguien estuviese defendiendo al pueblo. Pero resultó que la pregunta era en serio, formulada desde un yate por causa del cual, seguramente, muchas personas eran mucho más pobres.

“Marico, sobrepasé el nivel, estoy en otro level” sigue la cuña. En Venezuela no es difícil sobrepasar el nivel si tienes la conexión adecuada. El nuevorriquismo, que pasa del subsuelo al nivel multimillonario, necesita exhibir su riqueza. “Papito en alta siembra, billete pa’ tirar pa’ arriba”. Seguramente esa “alta siembra” no es en el campo venezolano, quebrado por otras siembras a las que les conviene su destrucción.

“Papi me dijo: ‘hijo blíndala’ por algo será, tiene demasiado billete”. Luego va al lado del copiloto y abre la puerta y se baja una hermosa dama. “Me traje a una”, no completa la frase, no es menester. La dama pregunta luego que aparte de la camioneta, qué más va a blindar y él responde: “tú sabes, bebé, el juguetico”, señalando sus partes íntimas, suyas de él. “Soy un banco andante y quiero algo donde pueda meter efectivo”. Entonces le muestran una caja fuerte que va en la maleta de la camioneta.

La cuña en general es reveladora de este hombre nuevo, mal educado, sin escrúpulos, machista y criminal que ha producido esta tragedia política que agobia a nuestro país.

Frente a esta muestra descarada de lo peor de este tiempo, tenemos que enaltecer y refugiarnos en nuestro lado luminoso. No olvidar nunca que Venezuela es una tierra de gente talentosa, honesta, trabajadora y buena, con mentes cultivadas, poetas y escritores de renombre, músicos eminentes, maestros abnegados, médicos comprometidos, en fin, demasiada gente que mantiene nuestra esperanza blindada.

Médico

Médico

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Juan E. Fernández Ene 24, 2021 | Actualizado hace 4 semanas
Fecha de vencimiento

Ilustración de Alexander Almarza, @almarzaale

@SoyJuanette

Esta mañana me levanté, salí a correr, me pegué una ducha al volver, y ahora estoy frente al espejo a punto de afeitarme. Tengo una llamada de trabajo y no puedo tomarla como si fuese un indigente o el hermano mayor del Capitán Cavernícola. Oh, ¿Pero que ven mis ojos? Esos pequeños cabellos blancuzcos que hace unos meses comenzaron a salirme en la barba continuaron su avanzada por mis patillas y ahora están llegando a mi cabello. ¿Recuerdan la frase de Jurassic Park “La vida se abre paso”? bueno, oficialmente ¡la vejez se abre camino!

Ya sé que dirán “Pero por favor Juanette no exageres, si las canas son sabiduría, además a muchas mujeres les parecen interesantes”. A los que opinan eso les pido que me digan dónde están esas chicas y que si pueden me presenten al menos a una, porque hasta ahora solo encontré las que te descubren una cana y dicen “Ummm, mejor no”.

Ese “Ummm, mejor no” es similar al que dice todo el mundo cuando va al supermercado y toma un cartón de leche o un yogur, mira la fecha de vencimiento y al ver que el producto se vence en 6 meses amagan como para llevarlo, pero después piensan “Ummm, mejor no, me puede hacer mal”.

A mí la verdad nunca me dio miedo envejecer, siempre lo vi como “el mejor momento de una persona”; pero ahora que ya pasé los 30, bueno a quién engaño… ya con 41 me siento en la mitad del puente. Si miro atrás puedo observar las glorias pasadas, que sin dudas fueron muchas porque comencé muy joven, pero ahora miro al futuro y solo veo a la vuelta de la esquina dos cosas: la hipertensión y la diabetes. Y en lugar de un auto último modelo, aspiro a tener una andadera decente o tal vez una silla de esas eléctricas.

Creo que oficialmente llegué a la crisis de los 40. Sí, ya sé que un año tarde, pero es que soy así, me tomo mi tiempo. Me di cuenta de que ya estoy en esa etapa de la vida porque estuve saliendo con un par de chicas muy jóvenes, obviamente no a la vez porque no hay ni cuerpo ni presupuesto que aguante. Y la verdad no es lo mío. Ojo, son chicas muy lindas, y superinteligentes, porque no hay nada que me seduzca más en una mujer que la inteligencia, pero la verdad creo que no teníamos mucho en común. Eso del skate y la música electrónica ya no son lo mío. De hecho, si me levanto de golpe de la cama, la mayoría de las veces me mareo.

Además, descubrí que me emocionan otras cosas. Antes, por ejemplo, ir tomados de la mano y recorrer Buenos Aires juntos, o robarle un beso a una chica y ser correspondido era maravilloso. Pero ahora si entro a un supermercado y veo que hay 2×1 en desodorante o en vitaminas lloro de la emoción. Creo que eso es un aviso de la naturaleza de que ya vamos de salida.

Otra cosa que me hizo notar que ya estoy en la crisis de los 40 es que mis gustos cambiaron, porque en mi juventud la belleza física en la mujer era fundamental; de hecho, todas mis novias inexplicablemente eran hermosas, y digo inexplicablemente porque nunca nadie entendió cómo estuve con ellas (ni yo mismo). Pero ahora disfruto en una mujer su compañía, la buena onda, y la complicidad de hablar hasta tarde por teléfono (no de línea, al menos todavía), o pasar horas conversando en algún café porteño.

El tema es que ahora, con las canas, seguramente esas mujeres que hasta la semana pasada me veían como una posibilidad de no quedarse solas, y que pensaron “bueno, este peor ya no va a estar así que démosle”, ahora dirán “Ummmm mejor no”. Obviamente no voy a pintarme las canas porque si la naturaleza lo mandó, bueno toca asumirlo con dignidad, tal como han hecho mis abuelos, mis tíos y mi padre.

Por fortuna vivo en una sociedad donde la tecnología avanzó mucho, así que me parece que voy a cerrar Tinder y comenzaré a comparar entre Alexa y Siri… lo bueno es que si me canso de la relación o se vuelve monótona solo tengo que formatearlas.

¡Qué vivan las canas!

“Se te cayó la cédula”

“Se te cayó la cédula”

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Reuben Morales Ene 21, 2021 | Actualizado hace 4 semanas
Cómo saber si tu ego tiene mucho ego

@ReubenMoralesYa

A un ególatra es bueno identificarlo a tiempo antes de integrarlo a un equipo. Si no, puede terminar convirtiéndose en algo tan cómodo, como trotar con medias de poliéster en pleno verano de Miami. Por eso, le traemos unas señales para que sepa reconocer si alguien es sencillo o si entre su ego y él forman unos hermanos siameses. Es que el ego de alguien puede tener mucho ego cuando…

 Crea frases célebres

Las personas con ego modelo Más IVA tienen múltiples personalidades. Una de las cuales se cree Simón Bolívar y la otra, Gabriel García Márquez. Así las cosas, terminan publicando frases consideradas célebres por ellos mismos y, para más desvergüenza, las firman abajo. Son pensamientos como:

a) “Agarra el vaso de la vida con las dos manos” (Carlos Heredia).

b) “Maquíllate y deslumbra” (Romina Carrera).

c) “Ella es calladita” (La esposa del mimo).

 Padece de “selfitis”

Las personas con ego modelo XXL son tan, pero tan tecnológicas, que ven a Instagram como una aplicación para convertir el teléfono en espejo; razón por la cual viven tomándole fotos a su perfil bueno (que obviamente son los dos, pues ellos son perfectos). ¡Ah!… y dichas fotos jamás llevan filtro. Ellos no lo necesitan.

 Tiene 10 “licenciaturas”:

Las personas con ego modelo Cuatro Puertas no aceptan diagnóstico de médicos, planos de arquitecto o predicciones de bruja. Ante toda opinión calificada, siempre tienen una respuesta como: “¡No! Mi mamá ha ido al médico demasiadas veces y lo que te dijo ese doctor está mal”.

 Se vuelven acumuladores

Las personas con ego modelo Tamaño Familiar aseguran la manutención de su vejez con un plan estratégico. Tienen guardados su primer disfraz de El Zorro, sus primeras uñas acrílicas y la curita del talón de Aquiles de la primera fiesta de quince años a la que fueron. Todo, con la finalidad de subastarlo en unos años y hacerse millonarios.

 Su historia es sufrida

Las personas con ego de modelo Airbus A380 pueden haber crecido en una familia funcional, sin mayores necesidades económicas, pero apenas les hacen una entrevista de personalidad, dicen que les tocó superar una gran pobreza y muchos obstáculos para llegar hasta donde están hoy (y si le agregan lágrimas, silencio de nudo en la garganta y moqueadita, mucho mejor).

 Siempre tienen un cuento mejor

Las personas con ego modelo Talla 48 tienen una imaginación digna de ilustrador de Pixar. Si en una conversación usted llegase a comentar que se lanzó en paracaídas para vivir la experiencia, resulta que ellos ya se hicieron una hipnosis en donde vieron que en su vida anterior fueron una gota de lluvia que cayó desde el cielo, dio contra el suelo y no se mató.

 Alguien conspira en su contra

Para ponerlo en pocas palabras, las personas con ego modelo Rascacielos creen que Mark Zuckerberg cambió las políticas de privacidad de Whatsapp -en California- para atentar contra el celular Alcatel que compraron en el pueblo de Mapararí.

 Escriben su autobiografía

Las personas con ego modelo Continental no necesariamente son las que se creen merecedoras de publicar su autobiografía, no. Son las que quieren publicar su autobiografía cuando apenas tienen la longeva edad de 21 años.

 No saludan

Las personas con ego modelo Paquidérmico no toman la iniciativa de saludar. Son otros quienes deben venir a saludarles. El problema está en cuando dos ególatras se encuentran. Jamás se saludarán. Tan es así, que en mi edificio viven dos ególatras y llevan 24 años sin saludarse.

¿Ve? Así son las personas que cuentan con un ego que tiene mucho ego. Por eso siempre es bueno identificarlas a tiempo antes de integrarlas a un equipo. No vaya a ser que sea muy tarde y terminen enviándole un artículo de humor sobre el ego -digno, además, de premios Nobel y Pulitzer- para luego fastidiarle pidiendo que lo comparta con todo el mundo.

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Laureano Márquez P. Ene 20, 2021 | Actualizado hace 1 mes
El Año del Buey

@laureanomar

No está de más que, en este año que comienza, le prestemos algo de atención al horóscopo chino. Realmente el “año del buey” no ha comenzado aún, lo hará el próximo 12 de febrero. Los chinos se rigen por el calendario lunar; para recibir al año nuevo suelen hacer concurridas celebraciones en la que brillan fuegos artificiales y desfile de dragones. Es para ellos tiempo de reuniones familiares en las que cantan esta pegajosa canción:

我不会忘记那年,因为他留给我好买东西,我给自己留了一只山羊,一头黑驴,一头白马和一个好婆婆。

Para la fecha suelen reunirse en familia, con lo cual se produce la mayor migración humana del planeta. Seguramente, este año, a causa de la pandemia, será distinto. De todas maneras, a diferencia de occidente, las autoridades chinas toman medidas muy severas para la protección de la vida de sus ciudadanos -aunque se les vaya la vida en ello (a los ciudadanos, claro)- y todo el mundo obedece, como en los tiempos de Puyi.

Pero volvamos al horóscopo. Lo primero que hay que señalar es que, si usted es nacido bajo el mismo signo del año que comienza, será un año de mala suerte.

En Venezuela llevamos 21 años de mala suerte, pero no tiene nada que ver con el horóscopo chino, bueno al menos no del todo.

La mala suerte se contrarresta colocándose un listón rojo durante los doce meses. Aunque volviendo al caso nuestro, la mala suerte la produjo casualmente el listón rojo (muchos creen que no es listón, sino lo contrario).

Los nacidos en este año, sin embargo, serán inteligentes, bondadosos, gente de ambiciones e ideales, con gran apego a la familia y al trabajo.

Realmente se trata del “año del buey de metal”, como decir el toro que Gómez mandó a colocar frente a su casa en Las Delicias de Maracay (aunque al de Maracay le sobra algo que al buey le falta). El componente metal es importante, porque es lo que energiza a este año, tengamos en cuenta que los bueyes son animales de trabajo, dos bueyes en una yunta tienen un poder de tracción raras veces superado, aunque se han visto casos. Los bueyes son honestos y sinceros: nadie ha visto nunca a un buey robando o mintiendo.

No se trata, además, de cualquier metal: es el “año del buey de oro”. Esto barrunta prosperidad, particularmente para China, que es la dueña del horóscopo, porque en el resto de la humanidad se anuncian dificultades económicas y caídas en el PIB, en el IPC, en el BID, en el BTV y hasta en el PIN, quizá el único incremento que se vislumbra es el de TELEGRAM. Del TWITTER, mejor no hablar no vaya a ser que nos lo bloqueen. De todos modos, no deja de ser curioso que el país que fue epicentro de la pandemia, sea el que mejor se recupera. No vamos a elaborar ninguna teoría al respecto, afirmación esta última que ya es tendenciosa.

Por otro lado, este será el año de la vacuna, denominación que viene de la vaca, que vendría a ser la esposa del buey, si este no hubiese tomado la decisión irrevocable de mantenerse soltero. El tema suscitará polémicas y controversias (el de la vacuna, digo, no el de la soltería del buey, aunque también y cuidado si no más). Parece que este año estará marcado por la pandemia y la posibilidad de generar eso que llaman «inmunidad de rebaño». Ojalá que logremos la inmunidad y no terminemos convertidos en un rebaño a merced de los amos del planeta.

En lo que toca a nuestra patria, las cosas serán muy parecidas al año anterior, solo que un poquito peor, como ya es tradición en las últimas dos décadas. Es decir, en la práctica, para nosotros no entrará el año del buey de oro, sino que tocará seguir con la rata.

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Juan E. Fernández Ene 17, 2021 | Actualizado hace 4 semanas
El árbol de los payasos

Ilustración de Alexander Almarza, @almarzaale

@SoyJuanette

Cuando tenía cinco años sentí miedo por primera vez. Fue en la fiesta de cumpleaños de mi primo Daniel. Recuerdo que nos mandaron a hacer un círculo a todos los niños de la fiesta para darnos “una sorpresita”. Y cuando estábamos preparados para recibir aquel regalo misterioso, las luces se apagaron y comenzó la pesadilla.

Todos nos quedamos congelados cuando escuchamos una macabra carcajada y un hombre con peluca verde, nariz roja y enormes zapatos del mismo color, brincó al centro del círculo, haciéndonos correr a todos despavoridos. Después descubrimos que aquel payaso era nada más y nada menos que el tío Enrique, pero el mal ya estaba hecho. Así comenzó mi miedo a los payasos.

Poco después, ya en el colegio, cuando tenía 10 u 11 años, se organizó una comparsa para las fiestas de Carnaval y ¿adivinen de qué nos disfrazamos? Sí, de payasos. Recuerdo que me sentí ridículo, casi no voy a la escuela ese día. Fui creciendo y poco a poco descubrí que los payasos son necesarios, pues nos divierten y hacen reír.

El otro día, cuando iba camino a mi trabajo, vi colgada en un árbol (como si se tratara de una fruta) la cabeza de un payaso de juguete. Casi sin pensar en el peligro que constituye sacar el teléfono en una ciudad como Caracas, tomé una fotografía y la titulé “el árbol de payasos”. Subí la imagen a mis redes sociales con el siguiente texto: “Ojalá y sigan sembrándose muchos árboles de payasos, para que el mundo ría más y llore menos”

Muchos compartieron mi ideal, pero otros en cambio, confesaron que, aún hoy, seguían sintiendo algo de temor por los payasos. Al parecer la película de Stephen King, It, no ayudó mucho…

Afortunadamente, hoy el clown (arte de ser payaso) tiene el puesto que se merece. De hecho, en nuestro país tenemos a personajes como Tirro e plomo, un superpayaso que a través de su arte lleva el nombre de Venezuela por todo el mundo.

También están el gran Domingo Mondongo, fundador de Doctor Yaso, de Improvisto y Papapayaso, un papá que además es payaso. Jorge hace una excelente labor a través de sus cuentas @soypapapayaso en Instagram y Twitter, sirviendo de guía a los padres o más bien ayudándonos a criar a nuestros hijos con buen humor.

Criar a nuestros hijos con humor es una manera de sembrar muchos árboles de payasos. Este tipo de árboles no da tanto oxígeno como uno convencional, pero sí hace del mundo un lugar no solo divertido, sino tolerante.

El sentido del ridículo

El sentido del ridículo

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