Tamara Taraciuk Broner, autor en Runrun

Varados en la frontera venezolana con la amenaza de COVID-19

Miles de venezolanos se encuentran varados en la frontera con Colombia. Regresan por la crisis de covid-19, pero se topan con la estigmatización del Gobierno de Maduro. Foto Csis.org.

@TamaraTaraciuk

“Si les das 100.000 pesos (colombianos), te hacen la prueba [de diagnóstico del nuevo coronavirus]. Si pagas $150, pueden subirte a un autobús hacia cualquier parte del país”, nos contó hace poco un hombre venezolano de 48 años que estaba varado en la frontera, pero no contaba con los medios para sobornar a funcionarios venezolanos.

Se trata de uno de decenas de miles de venezolanos que regresan a su país en medio de la pandemia, a pesar de la catástrofe económica, política y humanitaria en Venezuela.

Algunos retornados vuelven de manera irregular a través de pasos fronterizos no oficiales, llamados trochas, y en muchos casos solo después de sobornar a alguien para poder cruzar. Quienes ingresan por cruces oficiales se enfrentan a un sistema ineficiente en la frontera que puede propagar la covid-19 más que detenerla.

El hombre que entrevistamos dejó su hogar en el estado Anzoátegui hace menos de un año para tratar de conseguir una vida mejor en Bogotá. Sin embargo, la pandemia destrozó sus planes, ya que las medidas de confinamiento arrasaron con el sector informal donde trabajaba y se le hizo imposible pagar el alquiler y comprar alimentos. Caminó durante 30 días hasta la frontera y cruzó a Venezuela a través de una trocha.

Nicolás Maduro ha manifestado que cuando los retornados llegan a Venezuela “son libres, son dignos, son humanos otra vez”. Claramente, Maduro no ha visitado la frontera recientemente.

Según un protocolo oficial, se presume que toda persona que ingresa al país es un caso de covid-19, y, por lo tanto, se le debe realizar una prueba y debe pasar una cuarentena inicial en la frontera antes de continuar su viaje.

En teoría, el protocolo de detección y prueba podría ayudar a identificar, aislar y tratar a los venezolanos que regresan con covid-19, pero las demoras y los problemas que enfrentan podrían más bien aumentar la transmisión del virus.

Medios locales han informado que quienes cruzan por trochas y están esperando la prueba deben valerse por sí mismos al llegar a Venezuela. El hombre con quien conversamos, que pudo hacerse la prueba después de más de una semana de espera a la intemperie, luego de lo cual fue finalmente transferido a un centro de cuarentena, llamados Puntos de Atención Integral Social (PASI), nos dijo que durante su espera él y un grupo de aproximadamente 300 personas no recibieron ayuda oficial, durmieron en la calle sin distanciamiento social ni tapabocas y debían llenar sus botellas con agua de lluvia.

Algunos trabajadores humanitarios manifestaron que estas demoras son producto de la escasez de pruebas. En otros casos, a quienes cruzan por trochas a lo largo de la frontera extensa y porosa entre Colombia y Venezuela ni siquiera se les realiza la prueba. 

Los retornados no solo se encuentran en riesgo mientras esperan que se les realice la prueba. Aquellos que regresan y tienen un resultado de anticuerpos negativo en la prueba rápida, deben aislarse en un PASI. En teoría, esta es una medida razonable ya que la prueba rápida de detección de anticuerpos que se utiliza para evaluarlos puede dar falsos negativos durante la primera etapa de la infección, que es la más contagiosa.

Sin embargo, esto también significa que algunas personas que ingresan a los PASI para cumplir la cuarentena pueden estar infectadas y, sin las medidas de protección adecuadas, pueden contagiar el virus fácilmente al resto. Muchos de los PASI, para los cuales se han utilizado instalaciones de todo tipo que van desde hoteles a estadios y escuelas abandonadas, están desbordados y las condiciones allí son insalubres, incluyendo difícil o inexistente acceso al agua. Esto hace casi imposible mantener el distanciamiento social y lavarse las manos, dos medidas básicas para evitar la propagación del Covid-19.

El 8 de junio, Maduro dijo que los retornados eran “irresponsables” y que sus familias y vecinos debían reportarlos. Después, dijo que estaban “contaminando a importantes sectores de todo el país”. Otras autoridades se han referido a los retornados como “fascistas”, “golpistas camuflados” y “armas biológicas” enviadas a Venezuela. Esta estigmatización e intimidación de una población que ya se encuentra en situación de vulnerabilidad menoscaba la posibilidad de realizar pruebas de detección

El suplicio que viven los retornados venezolanos deja en evidencia la situación que ha creado el gobierno de Maduro. Los retornados huyeron inicialmente de un régimen represivo que contribuyó a una emergencia humanitaria que no es producto de una catástrofe natural, sino de políticas y prácticas oficiales, para luego tener que enfrentar una situación de vulnerabilidad en el extranjero, que empeoró con la pandemia. Ahora, regresan para ser sometidos a una retórica abusiva y condiciones aun más precarias en un país cuyo sistema de salud ya estaba colapsado incluso antes del inicio de la pandemia.

Debido al flujo continuo de venezolanos que regresan de varias partes de la región, las condiciones en la frontera y las restricciones que ha establecido el gobierno de Maduro sobre la cantidad de personas que pueden ingresar al país, historias como estas seguirán repitiéndose.

Para limitar la propagación de la covid-19 en Venezuela y proteger los derechos de los retornados, Venezuela debe asegurar que se realicen las pruebas de detección en forma rápida y garantizar condiciones adecuadas en los PASI fronterizos. Sin embargo, dada la hostilidad que el gobierno de Maduro ha mostrado hacia los retornados, es poco probable que las autoridades adopten las medidas necesarias si no existe una fuerte presión internacional.

En sus esfuerzos por impulsar una respuesta humanitaria a gran escala apolítica y liderada por la ONU en Venezuela, el secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres, y su equipo humanitario en los más altos niveles, así como los gobiernos donantes, deben ejercer presión sobre las autoridades venezolanas para que abandonen su retórica abusiva y acepten aplicar un protocolo que respete derechos fundamentales en la frontera.

Es indispensable que haya más ayuda humanitaria internacional y que un actor independiente la distribuya de manera despolitizada. Mientras tanto, los gobiernos de América Latina deben asegurarse de que los venezolanos en sus países puedan regularizar su situación legal, permitiéndoles acceder a servicios de salud, para que no se sientan obligados a regresar a la trágica realidad venezolana que los espera.

Artículo publicado originalmente en Caracas Chronicles (en inglés).

 

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad. Y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

 

Decenas de muertos y heridos durante motín carcelario en Venezuela
El gobierno no actúa ante las desastrosas y crónicas condiciones carcelarias

Los hechos que terminaron con 47 muertos y 75 heridos el 1° de mayo en la cárcel Los Llanos en Guanare, en el estado Portuguesa, son otro alarmante recordatorio de las nefastas condiciones carcelarias que las autoridades venezolanas siguen sin resolver.

La corrupción, la seguridad deficiente, el deterioro de la infraestructura, el hacinamiento, la falta de personal suficiente y la capacitación inadecuada de los guardias permiten que los líderes de pandillas armadas, llamados pranes en Venezuela, ejerzan habitualmente el control efectivo de las cárceles. Las Naciones Unidas han informado que la infraestructura carcelaria está plagada de ratas e insectos, y que los detenidos no siempre tienen acceso a luz natural, comida ni agua. El uso excesivo de la prisión preventiva —que representa el 63 % de la población penitenciaria del país— agrava la sobrepoblación, que ahora expone a numerosos detenidos al riesgo de contraer Covid-19.

La cárcel Los Llanos, donde actualmente hay 2500 personas a pesar de tener capacidad para 750, no es ninguna excepción.

La ministra del Poder Popular para el Servicio Penitenciario de Venezuela, Iris Varela, afirma que el gobierno está investigando señalamientos de que un pran de la cárcel obligó a otros reclusos a atacar los puestos de seguridad del penal. Los presos habrían sido abatidos al ingresar irregularmente a una zona controlada por la Guardia Nacional Bolivariana, afirmó la ministra. En los sucesos resultaron heridos el director del centro penitenciario y una teniente de la Guardia Nacional Bolivariana.

Sin embargo, la organización no gubernamental Observatorio Venezolano de Prisiones (OVP) indicó que las muertes ocurrieron luego de que los presos protestaron porque no les entregaban los alimentos que sus familias les llevaban, que es la forma en que se alimentan habitualmente los internos. En Venezuela hay niveles crecientes de desnutrición, también entre la población penitenciaria.

Hasta el 4 de mayo, las autoridades venezolanas no habían dado un recuento definitivo sobre cuántas personas murieron ni habían informado sobre el estado de las investigaciones para determinar qué ocurrió exactamente durante el motín. Apenas 26 familias habían recibido los cuerpos de sus seres queridos, según el OVP. Muchas familias no pueden desplazarse hasta la morgue por la falta de combustible, las restricciones a la circulación debido a la Covid-19 y el elevado costo que supone ese traslado.

 

Las autoridades venezolanas son responsables por lo que ocurre dentro de las cárceles, donde los reclusos se encuentran bajo su custodia. Tienen la obligación de tratar a los detenidos con dignidadusar la fuerza de manera proporcional como último recurso y solo recurrir a la fuerza letal cuando sea absolutamente necesario para evitar la muerte o graves lesiones. Los responsables de abusos deben ser llevados ante la justicia.

En Venezuela, donde las autoridades actúan como si fueran impunes ante la falta de independencia judicial del país, es muy difícil imaginar que pueda haber justicia para estas víctimas y tantas otras que murieron en centros penitenciarios en los últimos años. Justamente por ello, es indispensable que la sociedad civil y los organismos internacionales que se ocupan de investigar las violaciones de derechos humanos que se cometen en Venezuela sigan documentando los hechos, estableciendo qué ocurrió efectivamente y exigiendo justicia. De lo contrario, los responsables de estas muertes nunca responderán por sus actos.

Tamara Taraciuk Broner

El declive de Venezuela hacia una dictadura, por Tamara Taraciuk Broner

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El gobierno venezolano está intensificando el férreo control que ejerce sobre las instituciones fundamentales de la democracia en el país, a un ritmo aterrador.

En marzo, el gobierno del Presidente Nicolás Maduro usó al Tribunal Supremo de Justicia, que es completamente servil al poder ejecutivo, para arrogarse las funciones legislativas de la Asamblea Nacional, de mayoría opositora. Luego, orquestó la creación de una Asamblea Nacional Constituyente, integrada exclusivamente por partidarios del régimen, que está actuando como una legislatura paralela. En noviembre, esta nueva asamblea adoptó una ley que concede amplias facultades a las autoridades para prohibir partidos políticos y condenar a penas de hasta 20 años de prisión a los venezolanos que publiquen “mensajes de intolerancia y odio”, incluso a través de redes sociales, una de las pocas vías de libertad de expresión que todavía quedan en el país. También está trabajando con los poderes ejecutivo y judicial para levantarles la inmunidad parlamentaria a algunos legisladores opositores.

Entre abril y julio, la brutal represión en las calles dejó decenas de personas muertas, cientos de heridos y miles de detenidos. Muchos de los civiles detenidos fueron juzgados arbitrariamente en tribunales militares por delitos como rebelión y traición a la patria, y se les negaron garantías básicas al debido proceso. Algunas personas continúan detenidas, y otras fueron puestas en libertad condicional, pero siguen estando sometidas a procesos penales arbitrarios. Los detenidos han sufrido abusos sistemáticos por miembros de las fuerzas de seguridad, y en algunos casos han sido torturados con técnicas como descargas eléctricas y asfixia.

El desmantelamiento de las instituciones democráticas se remonta a la presidencia de Hugo Chávez, el antecesor de Maduro, que inició un copamiento político del Tribunal Supremo de Justicia en 2004. Cuando Maduro asumió la presidencia en 2013, intensificó la fuerte concentración de poder que ya existía en el país y la ha empleado para cometer todo tipo de abusos. Mientras tanto, la economía venezolana está colapsando y la profunda crisis humanitaria le impide a muchas personas alimentar a sus familias o acceder a atención médica básica. Cientos de miles de personas han huido del país.

Sería prácticamente imposible que el progresivo deterioro de Venezuela hacia una dictadura pueda revertirse sin una fuerte presión internacional. Algunas medidas recientes están generando condiciones para que se den acciones multilaterales, y es tiempo de que otros países y organizaciones internacionales actúen sobre la base de estos avances.

Tal vez precisamente porque el mundo está empezando a seguir más atentamente lo que sucede en Venezuela, hace poco el gobierno de Maduro decidió convocar una serie de elecciones. Sin embargo, estas elecciones no han sido más que una parodia de democracia. La elección en julio de los miembros de la Asamblea Constituyente estuvo marcada por señalamientos de fraude hechos por Smartmatic, una empresa británica contratada por el gobierno para supervisar la votación. La empresa concluyó que se habían alterado las cifras sobre la cantidad de votos escrutados y estimó que la participación real había sido probablemente de por lo menos un millón de personas menos que la informada oficialmente, de 8 millones.

En octubre, el Consejo Nacional Electoral organizó elecciones de gobernadores, y el oficialismo obtuvo 18 de las 23 gobernaciones. La oposición cuestionó los resultados. Al igual que en elecciones anteriores, las condiciones previas a los comicios no fueron para nada equitativas. Se inhabilitó de forma arbitraria a candidatos opositores, incluidos varios líderes de la oposición. Sin un poder judicial independiente, no habrá ningún control efectivo de las irregularidades electorales.

Las autoridades venezolanas anunciaron que llevarían a cabo elecciones municipales el 10 de diciembre. Varios partidos opositores se han negado a participar, y han manifestado que no existen garantías de que las elecciones vayan a ser libres y justas. Incluso si la oposición postulara candidatos y ganara algunas de las alcaldías, la experiencia de los últimos años sugiere que no se les permitirá gobernar.

El 28 de julio, el Tribunal Supremo de Justicia condenó a Alfredo Ramos, alcalde del municipio Iribarren del estado Lara, a 15 meses de cárcel e inhabilitación para postularse a cargos públicos por ese mismo período. La decisión fue un castigo por no haber cumplido una medida cautelar que el propio Tribunal Supremo había dictado anteriormente, y que ordenaba a Ramos tomar medidas para asegurar que las personas pudieran circular libremente en su municipio; es decir, se lo castigó por no haber impedido que los manifestantes críticos del gobierno instalaran barricadas.

La condena de Ramos fue el resultado de un procedimiento sumario en el cual no se respetaron las garantías más básicas al debido proceso. No participó el Ministerio Público en la acusación. En vez de ello, durante el juicio, que duró unas pocas horas, la Sala Constitucional del Tribunal Supremo se encargó de acusar a Ramos por haber incumplido la medida cautelar que la propia Sala Constitucional había impuesto, y luego de dictarle una condena. La sentencia es inapelable, y ello viola el derecho internacional.

Ramos se enteró de que había sido condenado a través de un tuit del Tribunal Supremo. Inmediatamente después, al menos 20 hombres enmascarados y fuertemente armados ingresaron en su oficina por la fuerza. Se llevaron a Ramos sin mostrarle una orden judicial. No se le permitió ver a su familia ni a un abogado por 26 días, sufrió una crisis hipertensiva y sigue encarcelado.

Ramos es uno de cinco alcaldes opositores a quienes el Tribunal Supremo condenó tras procedimientos sumarios similares, a mediados de 2017. El tribunal parece haber copiado y pegado sus propias decisiones, cambiando únicamente el nombre y número de cédula de identidad de cada alcalde. Los otros cuatro alcaldes huyeron del país, ante la amenaza de ser detenidos. Dos de ellos cruzaron en pequeñas embarcaciones pesqueras hasta una isla del Caribe, donde compraron pasajes aéreos a Estados Unidos. Otro, de incógnito, pasó por varias alcabalas para cruzar a Brasil, y el cuarto consiguió llegar a Colombia.

La persecución de alcaldes por su pertenencia política empezó en 2014 cuando, durante una represión anterior de protestas contra el gobierno, el Tribunal Supremo inició procesos sumarios contra dos alcaldes opositores. Uno de ellos, Daniel Ceballos, ex alcalde de San Cristóbal en el estado Táchira, sigue encarcelado más de tres años después sobre la base de cargos fabricados. Esta semana, su abogada denunció que Ceballos se encuentra en condiciones de aislamiento en una sede del Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (SEBIN) en Caracas hace más de 50 días. Al menos otros tres alcaldes opositores han sido procesados entre 2014 y 2016, entre ellos el ex alcalde de Caracas Antonio Ledezma, quien pasó más de dos años en arresto domiciliario antes de huir del país, a mediados de noviembre de 2017.

Entre mayo y julio, el Tribunal Supremo dispuso que al menos otros nueve alcaldes opositores levantaran las barricadas en sus municipios, tal como se le había ordenado a Ramos. Esto podría provocar otra ronda de persecuciones penales en cualquier momento. Uno de los nueve alcaldes es Omar Lares, del municipio de Campo Elías en el estado Mérida. El 30 de julio, decenas de miembros de diversas fuerzas de seguridad y grupos armados partidarios del gobierno irrumpieron en su vivienda. Lares y la mayoría de su familia pudieron escapar, pero su hijo Juan Pedro, de 23 años, fue capturado. Los agentes obligaron a Juan Pedro a arrodillarse en el piso, lo esposaron y le dijeron que podían dispararle en cualquier momento “porque nadie nos estaba viendo”, según lo contó un empleado de la familia que presenció los hechos. Amenazaron con rociarlo con gasolina y prenderlo fuego, y luego se lo llevaron en un vehículo oficial.

Omar Lares se encuentra actualmente en Colombia. Su hijo permanece detenido en la sede del SEBIN en Caracas.

Las medidas adoptadas en los últimos meses por gobiernos de la región y en el marco de la ONU sientan las bases para una respuesta multilateral decisiva a la crisis en Venezuela. En el plano regional, el secretario general de la Organización de los Estados Americanos, Luis Almagro, ha sido clave para exponer los abusos cometidos en el país y ejercer presión sobre líderes de la región para que aborden estos hechos.

El “Grupo de Lima” —integrado por 11 gobiernos latinoamericanos y Canadá que se reunieron por primera vez en agosto en Lima— ha condenado la ruptura del orden democrático y la violación sistemática de los derechos humanos en Venezuela. El grupo manifestó que sus miembros no reconocerían a la Asamblea Nacional Constituyente ni sus resoluciones, expresó preocupación por la presunta negativa del gobierno venezolano a aceptar la asistencia humanitaria internacional y acordó imponer un embargo sobre la venta de armas a Venezuela.

El 13 de noviembre, algunos miembros del Consejo de Seguridad de la ONU celebraron una reunión extraordinaria para analizar la situación en Venezuela. Ese mismo día, la Unión Europea impuso un embargo de armas contra Venezuela y acordó imponer sanciones específicas a funcionarios venezolanos, que consisten en inmovilizar sus bienes y cancelar sus visas. Estas sanciones siguieron a otras que habían sido adoptadas previamente por Canadá y Estados Unidos.

Estas acciones deberían ser la base para que otros gobiernos mantengan la presión sobre Venezuela y exijan que funcionarios venezolanos rindan cuentas por los abusos cometidos. Los gobiernos deberían implementar las sanciones vigentes y los miembros del Grupo de Lima deberían también imponer sanciones dirigidas contra autoridades venezolanas específicas implicadas en abusos. Si el gobierno venezolano no está en condiciones o no tiene intención de exigir que los responsables rindan cuentas en el país, la comunidad internacional debería explorar formas para que las víctimas puedan acceder a la justicia en el extranjero.

Sin medidas más enérgicas por parte de gobiernos influyentes, los daños sufridos por las instituciones democráticas venezolanas y las víctimas de la violencia estatal, que ya son enormes, podrían volverse irreparables. Todavía no es demasiado tarde para impedir que eso suceda.