Sebastián de la Nuez, autor en Runrun

Sebastián de la Nuez

Sebastián de la Nuez May 23, 2023 | Actualizado hace 2 meses
Intentos fallidos
Esta nota surge a partir del libro de Carlos Blanco, Gran marcha hacia el abismo (Kalathos Ediciones, Madrid, 2023) y de una certeza: no habrá una novela total que encierre ese abismo en sus páginas; la obra magna acerca del pueblo que desesperó de su democracia y la dejó perder en manos de un golpista será siempre elusiva, inabarcable.
Esta que se reseña tiene los méritos de la ficción descarnada que viene del desasosiego y se dirige al cinismo, recrea la búsqueda épica del paraíso por las cloacas del infierno

 

@sdelanuez

Lo primero que debe decirse sobre Carlos Blanco es que es el cerebro tras la candidata María Corina Machado. Ambos comparten, entre otras ideas, una certeza muy llevada y traída por estos días: el actual CNE no es apto en absoluto para organizar unas elecciones primarias de la oposición, y sanseacabó.

Pero Carlos Blanco no se ha conformado con su rol de asesor político de quien podría suceder ―por qué no― a Nicolás Maduro en Miraflores. Ha querido convertirse en escritor. Un escritor literario con todo lo que ello trae consigo. El primer producto de esa determinación es una novela, como mínimo, interesante: Gran marcha hacia el abismo. Fue presentada oficialmente en Madrid el pasado 4 de mayo y en el acto se encontraban, entre otras preclaras figuras de la vida venezolana fuera de Venezuela, Diego Arria, Antonio Ledezma y Miguel Henrique Otero, además de un tal Sebastián de la Nuez a quien el editor David Malavé, vaya usted a saber por qué, encargó decir unas palabras sobre los valores literarios del libro, ya que Ledezma y Otero tocarían aspectos más bien políticos.

Esta nota es, entonces, versión revisada de tal intervención.

Debe decirse algo de entrada sobre la obra, de unas 370 páginas de envergadura: revela, pone en juego, las herramientas de alguien que maneja el oficio de narrar. Aun cuando lo primero que hizo Carlos Blanco, al final, cerrando el acto, fue contradecir la idea de que quien escribe el libro es un Carlos Blanco escindido o demediado, es decir, un tipo que hasta ahora había permanecido agazapado bajo el caparazón del otro Carlos Blanco, debo insistir en ello: es lo único que puede explicar el salto del director ejecutivo de la Copre (Comisión Presidencial para la Reforma del Estado, creación de Jaime Lusinchi en los años ochenta) a este otro que abre las vísceras de gente reconocible, sacando pus, caca y restos de un preservativo roto. Por crudo que suene.

El otro Carlos no hubiese sido capaz de esto. El otro, que uno conoció atildado, institucional, preclaro, circunspecto y empeñoso, andaba con pinzas tratando de salvar al país de lo que sin duda sobrevendría si no se hacía algo. Pero esa del antiguo Carlos en medio de lo que pudo haber sido y no fue, es otra historia. Aunque sea la misma.

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Ahora, después de viejo o poco antes de serlo, escribe novelas porque dice que no hay mejor forma de contar una realidad tan esperpéntica como la venezolana; o sea, que ningún instrumento narrativo puede con eso excepto la novela. Cosa perfectamente plausible; la dibujó hace años el ensayista marabino Miguel Ángel Campos cuando escribió que, si la realidad que nos toca en suerte resulta más desquiciante que cualquier ficción, debe abordarse «desde los intentos parciales y, en consecuencia, fallidos; es la única posibilidad de reconocerla desde dentro».

Esa de Campos es una verdad como un templo. Desde hace tiempo, algunos se han preguntado, en tono de reclamo, dónde está esa gran novela venezolana de estos tiempos, la que debe recoger el summum de la debacle, la postración del pueblo, la oscura deriva del populismo militarista. ¿Dónde, ah? Hay quienes esperan por la Cien años de soledad venezolana, o aluden como referente La guerra del fin del mundo con el protagonismo de un Conselheiro de verruga y bemba.

No, no la habrá. Habrá, desde luego, estos intentos dispersos por atrapar esa realidad: tal vez parezcan atrabiliarios o fallidos, pero eso es lo que hay. Claro, tales intentos fallidos podrán ser, en su limitada medida, lúcidos y entretenidos. Con esas dos virtudes bastará. Gran marcha hacia el abismo se detiene, a trechos, en el «rascabucheo». Eso es, rascabucheo puro y duro, solaz esparcimiento criollo que te afloja las alcabalas morales. Esa manera un poco obscena de ponerse pesado, pasarse de la raya, magrearse en público. En fin, esa cosa medio adeca o medio cuartelaria. Gran marcha hacia el abismo no pretende escapar del rascabucheo sino, antes bien, hacer crónica escarnecida del poder hermanado al rascabucheo. De eso trata esencialmente la novela: poder sin gloria, poder y banalidad, poder e idiosincrasia. Poder y bragas. Poder desnudo que huele feo.

Comienza con un individuo metiendo su pistola Glock en la gaveta derecha de su escritorio. Ese individuo es fiscal general de la República, antes fue guerrillero y asaltante de bancos. La novela se nutre de personajes que contienen rasgos sumados, el autor los ha entresacado de protagonistas reales de la historia reciente. Materia prima del país que hemos sido y seguimos siendo (esta no es una novela de marcianos).

Ese guerrillero reconvertido en juez gracias a la democracia, ¿será acaso un poquito Clodosbaldo Russián? Ese José Virgilio Pérez-Torreja que se ha inventado Carlos, casi tan hipócrita como José Vicente Rangel y de esfínteres relajados, ¿no sigue allí de cuerpo presente en la Venezuela de 2023? Una frase retrata a José Virgilio y a José Vicente a la vez, qué casualidad: «El principal capital de la revolución somos sus dirigentes y los recursos empleados en nuestro bienestar es inversión en la revolución».

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Todo, todo, escrito por otro Carlos, el intruso agazapado que ha estado estos años tomando nota mientras el primer Carlos, ajeno y algo azorado ante las circunstancias de su país, trabajaba como un descosido porque tal vez así alejaba sus fantasmas. Si un autor no es capaz de disociarse, sus personajes serán de palo, se disolverán en la nada, vendrán cortados por la misma tijera. Se colige que Carlos amaneció disociado un día y el intruso o advenedizo se puso a escribir. Tenía antecedentes de periodista, por cierto, en la revista Primicia. En esa ocasión, ya asomado el otro Carlos, entrevistó al ministro Jorge Giordani durante sus mejores tiempos del eje Orinoco-Apure y toda aquella monserga. Sin necesidad de enfrentamientos, Carlos le demostró al país lector que el ministro chavista no era sino un obtuso iluminado. Lo que hizo fue preguntas. El ministro puso entusiasmo en ser Chacumbele.

Giordani, ay, siguió siendo ministro, la revista Primicia cambió de manos y luego desapareció. El país marchó por los derroteros que gente como Giordani le marcaba. Ese fue un primer Carlos asomado al periodismo, que siempre es como asomarse un poco a la narrativa.

En Gran marcha hacia el abismo no hay catarsis ni reivindicación ni esperanza. Hay descripción de un suicidio colectivo, voluntad del escritor demorado por retratar la cara del poder hecha de lascivia e incontinencia.

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Victoria De Stefano escribió hace tiempo El desolvido. Esa es una palabra que ella inventa y ese pequeño libro es una colección de tragedias derivadas de la sedición y el salto ciego a la utopía. Los venezolanos de la diáspora son expertos en desolvido. El poeta Vicente Gerbasi sabía del tema y lo expresó en Mi padre, el inmigrante. El poeta hablaba del llanto en la memoria, el venezolano desterrado de hoy sabe lo que es eso. La memoria de Carlos es crítica y cínica, poco nostálgica, poco romántica. Todos en el destierro somos protagonistas del desolvido.

Adriano González León es Adriano González León y Carlos Blanco es Carlos Blanco; pero Andrés Barazarte, el que va en el autobús del País portátil asumiendo un pasado que también es pasado colectivo, y Baldomero Perdigón, el guerrillero-fiscal de Gran marcha hacia el abismo, se parecen bastante.

Uno lee a Carlos y se pregunta una vez más cuál es el país que vamos siendo.

Hay toneladas acumuladas de fracaso colectivo, lo que no es necesariamente colectivo son los peñascos en el río, repartidos aquí y allá, a los que alude Carlos cuando habla de su propia novela. Son los pedazos de una realidad fragmentada. Por eso ha optado por la novela: lo que encuentras en ese río son trozos esparcidos. Con eso, desde la ficción y solo desde la ficción, es decir, del intento fallido al que se refiere el marabino Miguel Ángel Campos, señala una realidad que de otro modo es innombrable. Un ensayo es un edificio macizo e impoluto, eso no hubiese servido.

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La película basada en País portátil (de Iván Feo y Antonio Llerandi, 1979) creó una imaginativa escena final donde Barazarte se atrinchera para enfrentarse a sus enemigos, supongo que la Guardia Nacional de Leoni: inteligente solución que visibiliza el histórico compromiso inútil con la Utopía. Al lado del atrincherado van apareciendo sus antepasados lejanos y cercanos, formando un coro rebelde, suicida, perfectamente idílico. Matar o morir en su propia ley, he allí la imagen épica de la revolución que nunca cuaja.

La versión fílmica de Gran marcha hacia el abismo podría terminar con una panorámica sobre la esquina de Carmelitas, focalizando la fachada del Banco Central donde varios furgones de transporte de valores esperan. En tomas alternadas, primeros planos de los protagonistas de la novela ―don Emilio Rugeles, José Virgilio y Amanda, Andrés Taranco, Juan Rogelio Sánchez, etcétera― acercándose para asaltar las reservas en oro o divisas. La última bacanal. El guerrillero-fiscal, que aguarda su mordida metido en un carro, será la primera víctima de la jornada.

Son venezolanos estos protagonistas de Carlos, el país sigue siendo portátil.

La autora norteamericana Willa Cather, muy admirada por Truman Capote, decía que un escritor que quiera hacer literatura artística debe tener dos poderes: poder de observación y poder de descripción. La descripción del viejo Bar Basque en La Candelaria, con Rómulo Betancourt en una de sus cuatro mesas, es de antología. Hay pasajes, párrafos o imágenes en esta novela que revelan chispa y curiosidad. Lo demás es feroz inclemencia: Amanda estaba dispuesta a entrenar a su cornudo marido para hacerlo presidente; en una reunión estratégica y ante un asesor en marketing político de Brooklyn inventa el eslogan perfecto: ofrecer nada. Durante la campaña electoral, José Virgilio se mirará ante el espejo para comprobar la rotundidad de sus nalgas.

Este de Carlos Blanco es otro intento fallido por juntar los peñascos en el río, que nadie espere el Aleph. Todos los otros intentos que se han hecho y se harán, serán indefectiblemente eso: intentos parciales y por tanto fallidos. La reunión de ellos dará, en el futuro, alguna respuesta más o menos convincente: ¿qué más puede esperarse desde un entorno donde los fiscales una vez fueron asaltantes de bancos en nombre de una revolución de antemano perdida? «Antes asaltaban bancos, luego asaltaron el Estado. Para los antiguos combatientes, la Historia era una carga académica demasiado pesada», dice alguien en alguna página, no importa cuál.

Sí, es otro intento fallido y por eso mismo, precisamente, vale la pena leerlo.

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

Sebastián de la Nuez Ene 13, 2023 | Actualizado hace 2 meses
Estampas del país que hemos sido
El libro Clásicos de tres décadas venezolanas: 60, 70 y 80, de José Luis Briceño, es exactamente eso, un álbum de estampas que conforman un almanaque del país que fue y ya no será, aunque sus constantes puedan perpetuarse pues, a fin de cuentas, la idiosincrasia no se muda de país
Briceño hizo una exhaustiva investigación en donde la política, la economía, los sucesos, los medios y la farándula constituyen, como dice Rodolfo Izaguirre en su prólogo, una colcha de valiosos retazos que se convertirá en obra colectiva: cada quien revivirá aquello que le resuene tras lo que cuenta Briceño: una ciudad, un aroma, una tragedia, un amor, un asombro.

 

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La gente todavía cree que José Vicente Rangel salvó a Carlos Andrés Pérez de la picota cuando lo del barco Sierra Nevada. Incluso, cree que el Sierra Nevada zarpó alguna vez de algún puerto venezolano para ser llevado lo más cerca posible de Bolivia.

La gente todavía cree que Renny era realmente un tipo genial, y lo era. Solo que aparte de eso era «inmamable», como el mismo José Luis Briceño dice, y los de RCTV no podían soportarlo más y además se estaba quedando con clientes que legítimamente pertenecían a la planta.

La gente todavía cree que José Ignacio Cabrujas abrió el camino de la telenovela cultural con la pura fuerza de su talento y no, no fue así. Vegetaba en una oficina de RCTV haciendo guiones para Las Trillizas de Oro cuando se le apareció un día el gerente Hernán Pérez Belisario para decirle que el doctor Caldera, entonces en Miraflores, deseaba un viernes cultural de ocho a nueve durante los próximos años… ¡Ah!, y una novela cultural de 9 a 10.

Pero sí es cierto que Cabrujas había intentado algo para combatir lo que él llamaba «televisión ametralladora», una historia sobre el personaje histórico Negro Primero, producto que fracasó sin estrépito. No fue sino hasta 1977 cuando Cabrujas escribe su primera telenovela cultural, La señora de Cárdenas, luego de varias adaptaciones de novelas venezolanas más o menos clásicas. Pero el pitazo de partida lo dio, en todo caso, Caldera, no él ni Pérez Belisario ni mucho menos Venevisión.

La gente todavía cree muchas cosas que deberían aclararse. Los seis millones de venezolanos que han escapado de su país puede que hayan idealizado la mal llamada Cuarta República o, mejor dicho, el periodo de democracia representativa que va de 1958 a 1998.

Hay cuentas en Instagram con miles de seguidores cuyo atractivo es mostrar golosinas, anuncios, modas y personajes asociados comúnmente a ese periodo en Venezuela. Hay ensayos que se han editado, foros que se han realizado, novelas que se han escrito que apuntan en la dirección de la nostalgia: todo tiempo pasado fue mejor, sea cual sea, en comparación con lo que ha sufrido el país bajo la maldición chavista. Y quien se encuentra fuera y se siente desterrado, tiende a la añoranza, oscila entre la rabia y la lágrima. Eso es nostalgia pura y dura.

Pero a José Luis Briceño, periodista, le tiene sin cuidado la nostalgia. Sí, puede que ese sentimiento forme parte del interés que pueda despertar su libro, pero él prefiere dejar la nostalgia aparte: «Ese era el país que éramos, el del me da la gana que luego tendría consecuencias». El «porque me da la gana» junto a la codicia de unos o la entrega de otros a una causa perdida van a formar parte, inevitablemente, del país que caminaba ciegamente hacia la catástrofe chavista. El lector, inevitablemente, teje ese hilo conductor.

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Carlos Delgado Chapellín, un hombre que, por lo demás, tuvo un correcto desempeño al frente del Consejo Nacional Electoral durante quince años, ordenó adulterar el pasaporte de María Antonieta Cámpoli para que la adolescente Miss Venezuela pudiera ser aceptada en un concurso internacional. Eso, en ese terreno farandulero; en otro menos rutilante, unos militares se abrogaban la potestad de establecer la pena de muerte ―sin juicio previo― para lanzar a grupos de guerrilleros desde las alturas de un helicóptero que sobrevolaba las cercanías del cerro El Bachiller. Dos casaos del medalaganismo en la memoria de Briceño

Briceño conecta desborde militarista y misses, telenovelas y ausencia de ética en los políticos, devaluaciones monetarias y censura copeyana y el triple asesinato de Mamera. Ratto Ciarlo, Garmendia, El inquieto anacobero o la niña Susanita que apareció ligerita de ropas en un periódico o el cierre de la Cinemateca Nacional por haber exhibido El último tango en París: toda una era y sus aristas del país que iba siendo. Todo suceso público puede obedecer a un molde o fabricar unas guías para andar camino, reaccionar, tomar decisiones a la hora de votar. Era una Venezuela próspera pero desigual, rutilante y variopinta. Briceño hace su trabajo porque le gusta y eso se nota. Es un libro divertido y llegará al corazón de la diáspora, si no lo ha hecho ya.

―Te darás cuenta ―dice Briceño― de que hay muchas historias que giran en torno a los medios de comunicación. Creo que los medios tienen mucho que ver con lo que nos ha pasado: en ese sentido, para mí era importante revisar El Caracazo, que produjo tantas explicaciones que a final de cuentas conducían a una justificación del salvajismo o el golpismo. Ahí se vio el populismo de (Rafael) Caldera, los errores de la Iglesia y del estamento político. Voces de autoridad aparecían en los medios y todas, de alguna manera, daban una explicación que terminaba justificando los hechos. Por cierto, Betancourt, Leoni y Caldera se hicieron los locos con eso de agarrar a los guerrilleros y tirarlos desde un helicóptero… ¡Coño, era delito! Eso, en una democracia, debió ser castigado. Y nadie dijo nada. 

―¿Cómo se te ocurrió hacer este libro?

―Encontré una fórmula para contar viejas historias de otra manera. Todo el mundo sabe lo del Porteñazo y lo del Carupanazo. ¿Qué hago yo? Un paralelo con el cigarrillo Lido (ver más adelante subtítulo «EXTRACTO DEL CIGARRILLO Y LOS GOLPES»).

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José Luis Briceño, caraqueño y periodista (UCV, 1980), ha trabajado en diversos medios. Es casado felizmente, tiene dos hijos que se abren camino profesional, actualmente, en Panamá. Es hijo del gran actor Rafael Briceño, muy recordado por su extraordinaria caracterización de Juan Vicente Gómez en una de las novelas históricas de RCTV. Probablemente José Luis haya aprovechado la experiencia y el testimonio de su viejo, en especial en las partes de este libro que atañen a la influencia de la radionovela cubana en Venezuela. Rafael Briceño era director de radionovelas en Rumbos. Montó varias obras junto con José Ignacio Cabrujas y, además, fue uno de los grandes amigos de Pedro León Zapata, otro de los venezolanos que hicieron parte de una generación espléndida, talentosa, de avanzada. Una pléyade a la que todavía hay que reivindicar y exaltar.

Clásicos de tres décadas venezolanas: 60, 70 y 80 ha sido editado por Alfa en Barcelona (España). Se puede conseguir vía internet en versión papel o digital. Es lamentable que no se le haya dado publicidad a un libro valioso, ameno, que acicatea la memoria de todo venezolano mayor de cierta edad y, en consecuencia, le sirve para hacer su propio balance. Es una especie de álbum con barajitas que hablan del país que venimos siendo y que ha desembocado mal, de la peor manera posible. Debe haber unas claves en ese pasado, ¿no?

Briceño dice que todo el tiempo tuvo en la cabeza agarrar al lector por las solapas y no soltarlo más nunca, hasta el final. Otro libro de esta editorial, La rebelión de los náufragos, de Mirtha Rivero, es el mejor trabajo realizado en torno a la defenestración de Carlos Andrés Pérez, uno de los personajes claves en las tres décadas que son objeto del estudio de Briceño. «Si Mirtha Rivero no saca La rebelión de los náufragos, nadie sabe lo que pasó con Pérez porque otros intentos por explicarlo no tuvieron impacto ni trascendencia», dice.

Memoria de un país, formas de contarlo y contarse para que el individuo tenga más elementos al mirarse en los espejos del alma. Ahora que acaba de fallecer la valiosísima Victoria De Stefano, estos temas vuelven. Vuelven con dolor y desasosiego. Todo es tan vívido y angustioso como la vida misma. En esto, también la literatura imita a la vida ventajosamente. 

EXTRACTO DEL CIGARRILLO Y LOS GOLPES

Las expresiones «movimiento sedicioso» y «facciosos» se vinculan con atentados y explosivos, secuestros y alzamientos que forman parte de los titulares aparecidos en los medios de comunicación. Se habla bajito y con temor a ser escuchado, como en aquel comercial de televisión de cigarrillos Lido en el que dos hombres conversan junto a un poste en una calle y de pronto aparece un intruso que los está observando, los sorprende y les pregunta «¿Cuál es la consigna?» Inmediatamente entra un jingle musical y un coro que responde: «Pido Lido. Lido pido Lido». La cámara muestra el paquete del producto y los tres hombres fuman felices. La pantalla del televisor blanco y negro, generalmente ubicado en la sala donde la familia se reúne para ver programas como La Craneoteca de los genios, El show de Víctor Saume, Ritmo y juventud o Patrulla de caminos, se llena de humo.

Había en las caras de aquellos actores del comercial de Lido un gesto que parecía abrigar la esperanza y la felicidad que les deparaba a los venezolanos el final de una época hegemónica y brutal, y el comienzo de una nueva en la que paradójicamente se les invitaba con urgencia imperativa a escoger libremente una opción, una marca, lo que les diera la gana. «Ahora ordenan ustedes», parece decir el visitante con su pregunta, sin dejar de lado el clima de expectativa, conspiración y sobresalto que vive el país, dividido entre «golpistas malos» de derechas, militares simpatizantes de Pérez Jiménez y «golpistas buenos», partidarios de una revolución a la cubana y conformados por civiles de izquierda, militares activos, simpatizantes y militantes del Partido Comunista de Venezuela (PCV) y el Movimiento de Izquierda Revolucionario (MIR).

Una de esas insurrecciones de derechas ocurre el 26 de junio de 1961 contra el presidente Rómulo Betancourt. Se origina en el cuartel Pedro María Freites de Barcelona, estado Anzoátegui, y los alzados, antiguos jefes militares del gobierno de Pérez Jiménez, apresaron al gobernador y al secretario general de gobierno. Con la ayuda de sectores civiles y militares, un grupo de partidarios del presidente rescató el cuartel Freites y al final de la tarde los sublevados eran capturados y enviados a la capital. «El Barcelonazo» dejó un saldo de treinta muertos y cincuenta heridos. Al final de ese día Betancourt entró a su despacho en Miraflores, encendió su pipa y fumó. Ni los pensamientos ni el humo que se expandió esa noche por la habitación eran blancos.

La campaña de Lido ―aparentemente― sigue la noticia y hay espacio para todo, incluso para importunar con la pregunta a los marcianos que según rumores publicados en los periódicos llegaron en sus platillos voladores. Una parte del país fuma y conspira. La otra fuma y espera, como en la canción de Sara Montiel, los resultados de nuevos allanamientos que conduzcan a la policía a descubrir otras intentonas. Los adolescentes siguen la consigna y la mujer fuma. Acompaña al hombre en aquel spot en un apartamento donde ella canta y él maltrata un violín que perturba la tranquilidad de los habitantes del edificio. Alguien toca fuerte la puerta, pero el ruido imperante les impide escuchar el llamado. Los vecinos la derrumban y entran violentamente a la sala. Uno de ellos, el más alto y fuerte, se acerca a la pareja y hace la pregunta esperada por el público televidente. Todos fuman.

EL CARUPANAZO

Enero de 1962 comienza con una huelga de transporte general y en abril el gobierno admite la existencia de las guerrillas, coordinadas por las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional (FALN), organización clandestina creada durante ese mismo año. Las direcciones del PCV y del MIR toman la decisión de derrocar a Rómulo Betancourt. Es definitiva, enfatiza Agustín Blanco Muñoz en un reportaje publicado en mayo de 1982 en El Nacional, veinte años después de los acontecimientos. La consigna, que serviría de inspiración a un movimiento golpista de izquierda integrado por «militares progresistas» y el pueblo, es «Nuevo gobierno ya».

El 13 de febrero del 62 se celebra el tercer aniversario del gobierno, con un gigantesco mitin en El Silencio. En medio de una gran tensión ocasionada por un grupo de agitadores en el lugar, Betancourt lanza más en tono de advertencia que de consigna su famosa frase: «Yo soy un presidente que ni renuncia ni lo renuncian.»

«La chispa que no incendió la pradera» es un titular que produce cierta sorna e invita al lector a adentrarse en el texto de Blanco Muñoz, parada obligatoria en la que el testimonio de Guillermo García Ponce, jefe de la lucha armada del PCV, es más audacia y cinismo que confesión o culpa. Sus palabras son claves para entender lo que fue «El Carupanazo», primer intento de «golpe de Estado bueno», producto de la alianza entre la izquierda y los militares «progresistas» de la Marina llevado a cabo el 4 de mayo de 1962.

La teoría de la chispa nace cuando muchos de los oficiales «comprometidos» con los que se reunía García Ponce pasaban a la categoría de sospechosos y eran trasladados o simplemente decidían no participar. En vista de que no estaba planteado armar un movimiento sistemático, surge una vía rápida, inspirada más en la fe que en la dialéctica, según la cual «al levantarse una guarnición, las diferentes guarniciones insurgirían en armas también. El país entero ―la pradera― ardería y la chispa habría cumplido su misión».

Los cañones de 106 milímetros dirigidos por el coronel Mendoza hicieron su trabajo. En la reseña de los acontecimientos publicada en El Nacional el 6 de mayo de 1962, se informa que bastaron cuatro disparos para que los insurrectos huyeran dejando «miles de proyectiles en sus cajas y numerosas armas».

En algún momento del día, antes de que el capitán de corbeta Molina Villegas anunciara en un mitin que la decisión de rendirse había sido tomada para evitar un derramamiento de sangre, algunos de los integrantes del Movimiento de Recuperación Democrática se detuvieron para encender un Lido. Fumaron con gran ansiedad mientras esperaban la hora de entregarse. Aspiraron fuerte y exhalaron un último deseo que no se cumplió. «No se incendió ni un milímetro de pradera».

CAYÓ LIDO

La campaña publicitaria de Lido en cierto grado refleja la incertidumbre y la violencia vivida por el país. El destino de la marca, que llega a tener 78 por ciento de participación de mercado a finales del 68, sufre inesperadamente un desenlace similar al que tuvo el movimiento guerrillero y subversivo del momento. Un rumor que asociaba su consumo con el cáncer revierte la consigna y en pocos meses Lido deja de ser «el cigarrillo más pedido». El mensaje —según el libro Rumores en Venezuela de Iván Abreu— señalaba que las hojas de tabaco utilizadas para su elaboración eran secadas con rayos ultravioleta para acelerar la salida del producto y satisfacer la incesante demanda del mercado.

El contragolpe iniciado a finales de 1969 por la Compañía Tabacalera Nacional (CATANA) para defenderse del infundio, consiste en una campaña en la que un personaje de nombre Juancho informa al público el tiempo de maduración y el proceso al que la empresa sometía el tabaco utilizado para la elaboración del producto. El cantante y compositor Simón Díaz participó en uno de los comerciales y con su prestigio trató de restarle credibilidad al rumor, logrando más bien expandirlo entre otros públicos que lo desconocían. No había nada que hacer. Cayó Lido. Paradójicamente el líder resultó víctima de un rumor maligno que se reprodujo como metástasis en un mercado que le prometía todavía muchos años de vida.

A Bigott, competidor y sospechoso habitual en estos casos, se le atribuyó el rumor. El país tendría que esperar hasta el año 92 para tener una ley como la de Pro-Competencia para regular, investigar y castigar este tipo de prácticas, muy difíciles de probar y contrarias a las normas de convivencia pacífica del capitalismo.

CATANA asimila bien el golpe y en un intento post mortem de resucitar a Lido, lanza una pieza publicitaria en la que los jóvenes Jorge Citino y Herminia Martínez bailan al ritmo de música moderna. La alusión al producto era más indirecta y no se fumaba delante de la cámara, una innovación que rompía con la regla clásica del mercadeo, que entonces exigía el uso del producto en la pantalla. De allí en adelante los mecanismos de persuasión utilizados serían menos agresivos con el consumidor.

La juventud, los deportes y los lugares abiertos como la playa, pasarían a desempeñar el papel de protagonistas en las campañas de tabaco durante las décadas de los setenta y principios de los ochenta, años en los que la paz, nunca lo suficientemente bien apreciada en Venezuela, está presente. Gracias a ella y a la democracia, cualquier persona tiene la posibilidad de ejercer libremente unos derechos que le permiten desde encender un simple cigarrillo y fumárselo con placer en el sofá de su casa y esperar, a la manera de Sara Montiel, a su esposa o amante, hasta algunos más complejos como establecer una fábrica exitosa de condones, dirigir una película que según Rómulo Betancourt glorificaba la guerrilla, o competir en las elecciones de 1998, después de que un teniente coronel como Hugo Chávez Frías intentara un fallido golpe de Estado para apoderarse de la presidencia de la república.

Astor, también de CATANA, pasa a sustituir al fallecido Lido y hereda casi todo el porcentaje de mercado que tenía su predecesor. El rojo de su empaque lo emparenta simbólicamente con los comunistas. «Los rojos ni se crean ni se destruyen, simplemente se transforman». Gran verdad del novelista español Manuel Vázquez Montalbán. Se impone el azul, más ecológico y natural, y CATANA lanza en el 74 Astor Baby Blue. A principios de esa década se discute en el Congreso de Estados Unidos la eliminación de la publicidad sobre cigarrillos, un campanazo que anuncia lo que décadas más tarde sería una cruzada antitabáquica que defiende los espacios libres de humo y acosa por contaminadores a los fumadores. A los comunistas nadie los persigue. Permanecerán por largo rato en un limbo político, invernando y despertando en cada elección, a la espera de una nueva y perversa mutación que se hará sentir con la llegada del nuevo siglo.

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Sebastián de la Nuez Dic 31, 2020 | Actualizado hace 1 mes
2021, ¿el año de Interpol?
2021, ¿el año de Interpol? La fiscal Fatou Bensouda lo establece así en el documento fechado en septiembre de 2020: en torno al caso de Venezuela, su oficina procurará «examinar la presunta responsabilidad de aquellos que parezcan ser los máximos responsables» por los crímenes de lesa humanidad que la Corte Penal Internacional investigará en 2021.
Habrá un resultado antes de que la actual fiscal deje su cargo, en junio. Al gobierno de Nicolás Maduro podría ponérsele el mundo más chiquito todavía.
En este artículo, una conversación con el especialista en DD. HH. venezolano que más de cerca sigue el proceso en La Haya.

 

@sdelanuez

¿Será el año en que Nicolás Maduro vivirá más peligrosamente que hasta ahora, quizá buscado y asediado por Interpol? La Corte Penal Internacional tiene facultades para expedir órdenes de captura. ¿Dos mil veintiuno será el año de captura para Nicolás Maduro y sus secuaces?

Todo es posible. La investigación que hasta ahora ha sido de la Fiscalía pasará, en firme, a manos de la Corte propiamente dicha.

Desde luego, llegan con retraso, la fiscal Bensouda y la Corte. En realidad, la deuda del Derecho internacional con los crímenes atroces (entendiéndolos así bajo la luz del Estatuto de Roma) no es solo con Venezuela sino con el mundo. Al día de hoy, luego de todo lo que ha pasado, la comunidad internacional nunca ha podido prevenir un genocidio. Siempre se llega demasiado tarde. Justamente en el párrafo quinto, artículo 25, del estatuto que rige a la Corte Penal Internacional se habla de su carácter preventivo. Pero ocurren cosas como esta: se ocupa de los crímenes que hubo en Yugoslavia durante la década de los 90, y está muy bien que eso se haga; pero otra cosa es obrar ante crímenes que se están cometiendo en este momento, y es en este sentido que la Corte ha fallado y sigue fallando. Hay un caso aun peor que el de Venezuela y es Myanmar, la antigua Birmania que limita con la India, donde está ocurriendo en estos momentos un proceso de limpieza étnica.

Hay gente que desde Caracas ha estado enviando, durante los últimos tres años, información a la Corte sobre delitos de genocidio, lesa humanidad, crímenes de guerra y agresión. Ya era hora de que la señora Fatou Bom Bensouda dedicase sus horas y sus recursos humanos a estudiar el problema venezolano. Lo ha hecho. Ha producido un primer documento, bastante fuerte, bastante atemorizador para la cúpula madurista, que acusó el golpe. El expoeta y hoy cómplice Tarek W. Saab ha mostrado, en sus declaraciones últimas, que la estrategia del gobierno será decir que sí, que pudiera haber crímenes de lesa humanidad, pero que ya el propio gobierno (que los ha promovido y los tiene como herramienta de represión a la disidencia) adelanta procesos judiciales para ventilar tales excesos. Nunca apuntarán a los autores principales, los jefes, los que dan las órdenes o permiten los crímenes. Es probable que en un acto de maquillaje el temible FAES cambie de nombre pronto.

Por otra parte, la hermana del activista El-Aissami, Haifa El Aissami Maddah, como representante permanente de la misión de Venezuela ante la Corte desde 2016, según fuentes desarrolla cierto trabajo de vigilancia e intimidación sobre sus pares en La Haya. Periodistas de investigación podrían hacerle un bonito trabajo de seguimiento a esta señora.

Como quiera que sea, el año 2021 luce crucial para que el mundo democrático afine sus represalias, de manera orgánica, sobre el régimen de Nicolás Maduro.

Aunque un especialista en derecho humanitario, el profesor Alí Daniels, se muestra escéptico ante esta posibilidad, por la lentitud de este tipo de procesos, lo cierto es que a la vuelta de los primeros seis mes de la fase de investigación que se desarrollará desde enero, podrían dictarse, en teoría, órdenes de detención a través de Interpol contra personajes emblemáticos de la cúpula madurista.

Entrevista a un experto

Alí Daniels es graduado en Derecho por la Universidad Católica Andrés Bello (1991), da seminarios allí sobre Derechos Humanos y ha fundado, junto con su compañera Laura Louza, Acceso a la Justicia (accesoalajusticia.org), una ONG que funciona como observatorio del Poder Judicial. Esta conversación con Daniels se desarrolló a propósito de su experiencia en el propio lugar de los acontecimientos, pues ha estado en La Haya, y de sus estudios sobre el Estatuto de Roma y el proceso en marcha en la CPI.

—Uno tiene la percepción de que en La Haya llegan tarde respecto a Venezuela, que la fiscal se ha hecho la remolona.

—En efecto, hay cosas que no se han hecho a tiempo, pero que la fiscal haya dicho, delante de Tarek W. Saab (fue a visitarla, ella tiene la obligación de recibirlo), «el gobierno que usted representa ha cometido crímenes de lesa humanidad…», mira, la gente no ha visto la importancia que eso tiene. Se han tardado, pero al final han llegado a la conclusión a la cual debían llegar.

—Ya tenemos un primer informe que parece ir por el buen camino, pero ¿cuál es la parte negativa?

—La parte negativa es que los delitos que hasta ahora ha señalado la Fiscalía no contemplan el asesinato. Para un venezolano, lo normal es que se pregunte cómo queda allí el asesinato. Por un lado, está bien que la fiscal haya dicho lo que dijo y que haya hecho el informe donde señala delitos graves, pero es cierto: no incluye el delito que para nosotros es más obvio; y en segundo lugar, señala que los delitos se cometieron desde abril de 2017 para acá, cuando cualquiera que haya estado en Venezuela sabe que en 2014 hubo ataques armados contra urbanizaciones, en muchas ciudades. Que esos ataques armados no hayan sido considerados crímenes de lesa humanidad, nos preocupa.

—¿A qué cree que se ha debido su retardo y estas omisiones tan evidentes?

—A esta fiscal en particular (Fatou Bom Bensouda) le han dado, como se dice popularmente, mucho palo. Ha perdido casos graves. El de Bemba (Jean Pierre Bemba Gombo), por ejemplo, un señor que fue vicepresidente del Congo, condenado por crímenes de lesa humanidad. Pero, al apelar, fue absuelto, y parte de la culpa se la echaron a la Fiscalía por no haber presentado el caso como debía. Probablemente ella no se postuló a la reelección, ahora, por ese caso. De modo que es probable que no se sienta segura de tener suficientes pruebas… El balance no es negativo, pero faltan crímenes que deberían estar en el informe preliminar sobre Venezuela.

—¿Qué le toca hacer a esa Fiscalía, exactamente, a partir de enero?

—Está la Fiscalía y está la Corte. La Corte tiene unas reglas muy diferentes a un tribunal ordinario. La fiscal habla de que va a terminar el Examen Preliminar, que va a ir a investigación. Esas palabras parecen muy coloquiales pero en realidad son muy técnicas. El Examen Preliminar es una fase de simple investigación de la Fiscalía. Punto. Ella tiene una oficina donde hay tres o cuatro personas dedicadas al caso venezolano. Allí recaban información. El Examen Preliminar tiene cuatro fases. El caso Venezuela acaba de pasar a la tercera fase; la segunda terminó con el punto al que ella se refirió: si se cometieron o no crímenes que son competencia de la Corte. Ese es el cometido de la fase 2, determinar eso, y ella ha dicho que sí, se pueden considerar como tales. Eso no quiere decir que la investigación esté cerrada.

¿Qué pueden hacer los venezolanos para presionar, para aportar material a esa Fiscalía y allá tengan mayores elementos, y amplíen sus límites de investigación?

—Cualquiera se puede comunicarse con la Corte a través del correo electrónico, está en su página web. Las víctimas o los familiares de las víctimas, a través de las ONG, pueden comunicar sus casos, dar su testimonio documentado. Deben organizarse para hacer llegar sus denuncias. Se acepta información documental, no tiene por qué ser necesariamente vídeos. Es informar de que hay tal y tal víctima y este es el testimonio del familiar.

¿Puede describir la fase 3 en que ahora entra la Corte?

—Debido a la fase 3, precisamente, el fiscal Tarek se ha puesto muy activo, diciendo que en Venezuela hay un montón de policías que están siendo enjuiciados. ¿Por qué? Porque en la fase 3 del Examen Preliminar se debe responder a la pregunta de si esos crímenes que se han señalado han sido sancionados en el propio país donde han sucedido. Esa tercera fase se llama de Complementariedad. Se le dice así porque, dado el caso, la Corte interviene complementariamente si los tribunales nacionales no actúan. Por eso Tarek anda diciendo que sí hay juicios, que se han levantado no sé cuántos expedientes… En el propio informe ya se habla de que deben ser señalados los máximos responsables de esos casos. Ahí se le cae el caso a Tarek, porque en Venezuela los juicios son contra funcionarios subalternos.

¿Hay ejemplos donde eso se vuelve evidente?

—Si usted ve el último caso (de los contemplados en el informe de Determinación de Hechos), el número 48 trata de una violación a un muchacho en un centro de detención en Maracaibo; en el acto de la violación estuvieron cinco policías y un supervisor. Cuando finalmente se lleva el caso a la Fiscalía venezolana, la imputación es contra los subalternos, no contra el supervisor, a pesar de que estuvo presente. Es importante porque demuestra que ni siquiera en casos en que un superior de bajo rango es cómplice del delito, se le sigue juicio. Y está otro caso, el de Acosta Arévalo: se enjuicia a quienes materialmente lo torturaron, pero los que tenían un papel de supervisión y vigilancia, los que debían haber evitado eso, ni siquiera son mencionados. No hay expedientes sobre los superiores jerárquicos o sobre quienes deciden las políticas.

El tiempo también se les hace chiquito

El Examen Preliminar se cierra durante la primera parte de 2021. Fatou se va en junio y ella se ha comprometido a dejarlo listo. Eso implica que se pasará a la siguiente fase, cuando el nuevo fiscal debe presentar el caso ante la Sala de Cuestiones Preliminares, conformada por tres jueces de la Corte, para la siguiente fase de investigación, propiamente de la Corte. Antes era la fiscal la que investigaba, pero a partir de entonces lo hará la Corte. Allí se sabrán nombres de imputados, y entonces los jueces sí pueden dictar autos de detención y ordenar congelamientos de activos, y además ordenar que los testigos declaren… Y las víctimas, claro, podrán ir a la Corte y rendir su testimonio.

¿Estamos hablando, entonces, del segundo semestre de 2021?

—En efecto, en el segundo semestre del 2021 tendríamos un caso ante la Corte. Por primera vez en muchos años la CPI va a conocer un caso no africano y eso es el significado de la tercera fase que viene ahora. Será histórico.

¿Habrá castigo para los crímenes del chavismo?

—No quiero emocionarme, pero está esa posibilidad. Y no quiero emocionarme porque el gobierno (de Nicolás Maduro) hace su tarea, ahorita por ejemplo se ve que está cambiando de estrategia. El caso de Tarek W. Saab. Primero, ellos negaban que aquí se cometieran delitos de lesa humanidad, ahora, ante la declaración de la fiscal, sacó Saab unos comentarios diciendo que no sabía qué estaba pasando con las FAES…

Ahí se nota un cambio de estrategia. Está haciendo ver que él es proactivo. Otros fiscales me han hecho ver algunos casos que estaban congelados pero que se están moviendo ahora. Obviamente eso no es más que una pantomima para hacer creer que se está haciendo algo. Volvemos a lo mismo: ninguno de esos casos va a llegar a los superiores jerárquicos.

¿Cuándo se podrían dictar autos de detención?

—Ya en la fase de investigación, a solicitud de la fiscal, la Sala respectiva podrá dictar auto de detención si se dan unas causas que se estipulan en el artículo 58 de la normativa de la CPI. Bajo unos determinados supuestos, es posible que se dicten actos muy importantes. Allí Interpol será clave. Para las órdenes de detención emitidas para la Corte, la inmunidad diplomática no aplica. Eso quiere decir que ningún funcionario de Venezuela, si está bajo esa condición, podrá ir ni siquiera a Naciones Unidas, como ha hecho Nicolás Maduro a pesar de los rollos que tiene con Estados Unidos.

Es decir, que ya ahí, aun sin una condena, podría haber algunas consecuencias de la acción de la CPI. Por eso es que el gobierno le tiene tanto respeto: primero, no puede acusar a la Corte de imperialista porque justamente Fatou Bensouda sufre sanciones por parte de EE. UU. por un caso que ella presentó sobre Afganistán, en el cual involucraba a Estados Unidos precisamente. No se puede acusar de imperialista a alguien que tiene una sanción por parte del imperio.

*****

Hay algo más: los chavistas enquistados en el poder saben que las posibilidades de que algún alto funcionario sea imputado son reales. Como dice Alí Daniels, «a lo mejor no lo ponen preso, pero el mundo se le pone más chiquito».

Deberá tenerse en cuenta que en esa bella ciudad que es La Haya, en este 2021 tan esperado, podrá escribirse un nuevo capítulo en la tragedia venezolana del siglo XXI con mayor protagonismo de las grandes instituciones occidentales.

Deben alinearse, trabajar más cohesionadas. La Corte Interamericana de Derechos Humanos debería enviar ya, pues no lo ha hecho, a la CPI todas las sentencias que Venezuela no ha cumplido en los últimos años y que son mandato por pacto entre naciones y ley del país, empezando por el caso del Caracazo (o sea, una sentencia contra un gobierno ajeno al chavismo); enviar ipso facto desde la CIDH, en valija diplomática vía expresa, a sus señorías en Europa esa lista, la lista negra de lo que Venezuela no ha cumplido ni en democracia ni en dictadura bolivariana. Claro, hay un tema de intereses políticos atravesado, no de índole jurídica. Por política, del lado americano, no se hacen cosas que deberían hacerse. A la Corte no se la presiona ni se le ordena nada, pero sí se la puede nutrir de elementos de juicio. Es colaboración, no presión.

La entidad que sí ha cumplido es la Misión de Determinación de Hechos, de la ONU, primer clavo en la urna del gobierno madurista al señalar la existencia de 48 casos documentados, con nombres de perpetradores (hay una lista reservada de más de cuarenta funcionarios como probables responsables).

Los integrantes de esta Misión exhortaron en su informe a la Fiscalía de Bensouda a adelantar el caso venezolano. De modo que Naciones Unidas utiliza esa Misión como vía  de comunicación con la Corte Penal Internacional, cosa que ya ocurrió con el caso de Myanmar pues fue a los 9 meses de haber presentado un informa alertando del genocidio en ese país que la Corte se movió, al fin.

En cambio, la alta comisionada Michelle Bachelet no ha exhortado para nada a la CPI ni a su Fiscalía. Michelle Bachelet quizás ha vuelto a pistones últimamente, ojalá recargue sus pilas.

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad. Y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

Sebastián de la Nuez Oct 19, 2020 | Actualizado hace 4 semanas
La voz aflautada de El Cuarteto
Se acerca la Navidad de un año terrible para el mundo, y más terrible aun para un país desmigajado como Venezuela, con casi cinco millones en la diáspora y una pandemia que apenas es otro problema en el menú trágico de su cotidianidad. En una época así, la mejor medicina es revolver hasta el fondo el baúl de las querencias que cada quien lleva por dentro. La música, por ejemplo. El Cuarteto, que ha cumplido cuarenta años en la brega, en democracia y dictadura, es un buen ejemplo de arte sanador, del que inyecta esperanza.

 

@sdelanuez

No se trata del lagrimeo tradicional con el Alma llanera o la angustia existencial y apurada con uvas atragantadas mientras Néstor Zavarce canta con su vozarrón Faltan cinco pa’ las doce… Hay mucho más en la cultura musical de un país acongojado.

Aquí, la síntesis de una conversación por wasap con el alma de El Cuarteto, Miguel Delgado Estévez.

El Cuarteto es un disco de acetato sonando a 33 revoluciones por minuto en un patio colonial con una mata de mango en el centro y los muchachitos de la cuadra patinando allá afuera porque es Navidad y andan alborotados. O una reunión en la explanada de La Estancia —hace años— o un gentío en el Centro Cultural Chacao escuchando a Toñito (flauta), Telésforo (contrabajo), Raúl (cuatro) y Miguel (guitarra) cuando interpretan su propia versión de El diablo suelto.

Video El Cuarteto – Diablo Suelto, en el canal Youtube de arsnovarevolution

El Cuarteto le puso un fino silbido a la tradición musical venezolana, le dio tono a madera en sus graves y color al rasgueo de las cuerdas. Uno los escuchaba y tenía la sensación de hallarse en un salón de la Quinta Anauco o algo parecido, con helechos colgantes en las esquinas, un tinajero como adorno y parejas mantuanas, elegantemente trajeadas, bailando un vals de Evencio Castellanos. Aquellos primeros discos, seguro, huelen todavía a cacao de Chuao o al café Imperial recién colado que seguramente ya ni existe.

Hay dos hechos sin vuelta atrás para El Cuarteto: ha cumplido cuarenta años de vida y ha muerto uno de sus fundadores, Raúl Delgado Estévez, en 2019, en Ciudad de México.

Ahora su hermano mayor, Miguel, se empeña en mantener el proyecto a flote, desde su casa en San Antonio de los Altos, ante una PC y a través de ese artilugio llamado Zoom. Está desarrollando una serie de conferencias por esa vía para trasladarle a la gente por qué un vals zuliano es diferente al de los Andes o al larense. O cómo es que un joropo oriental es diferente al llanero. Lo hará entusiasmado, como es él desde siempre, entre sus compromisos en radio con la exploradora Valentina Quintero («Cuentos de camino») y el periodista Raúl Lozinski (en la emisora FM 99.9).

Tras el fallecimiento de Raúl, está empeñado en que El Cuarteto no desaparezca, y para las próximas presentaciones, cuando quiera que sean, presenciales o por la virtualidad de las redes, cuenta con dos cuatristas invitados: Ángel Fernández, esposo de su hija Claudia, especialista en Pedagogía Musical y excelente ejecutante del instrumento; y Eduardo Ramírez, quien fue vicepresidente de la Orquesta Típica (por cierto que eran compadres, Raúl y Eduardo).

Mantendrá la llama viva de El Cuarteto; es su orgullo y su proyecto de vida.

A Miguel no hay quien lo pare cuando comienza a hablar de las virtudes de José Antonio Toñito Naranjo, el flautista. «La primera vez que dieron en Venezuela el premio al músico en Docencia, se lo dan a Toñito Naranjo», dice. La flauta es la marca fundamental del conjunto, la voz cantante. Toñito puede tocar igual a Debussy que un joropo o merengue, con la misma calidad.

También se explaya sobre Telésforo y aquella vez que le hizo un arreglo para la canción «Un poco de luz», de Efraín Arteaga, basada en un poema de Otilio Galíndez.

—Es la primera canción —dice por wasap— donde el contrabajo es la voz cantante, hasta donde tenemos noticia, al menos (no vaya a ser que salga alguien por ahí…). Telésforo fue el primer contrabajo de la Sinfónica de Venezuela y el primero también de la Orquesta Filarmónica Nacional.

Raúl fue su partner entre una pieza y otra, en cada concierto durante todos estos años, con quien echaba broma y el público se divertía. Sobre todo, cuando salía a flote el tema de quién era el mayor (porque todo el mundo creía que era Raúl, y no era así). Un día, al ser inquirida por sus propio hijos desde el escenario para que dilucidara la situación, se levantó la madre y zanjó el tema: son gemelos, le dijo al auditorio en pleno.

El Cuarteto tiene como veinte discos en su haber y ahora está en las grandes plataformas digitales: Spotify, iTunes y lo que venga. Fue fundado en Caracas por dos parejas de hermanos: Pedro Naranjo (que hace 28 años fue sustituido por su hermano Telésforo, de modo que el esquema de las dos parejas fraternas siguió), Toñito, Miguel en la guitarra y Raúl con el cuatro.

Miguel opina que con El Cuarteto se generó una matriz de opinión y muchos grupos de música instrumental comenzaron a salir gracias a su influencia.

—¿Y antes cómo era?

—Por supuesto que antes de El Cuarteto existían grupos de música instrumental pero en todos esos casos la mandolina era el instrumento cantante, bajo el formato de las estudiantinas o tunas universitarias. Cuando aparece la flauta como instrumento solista en la música venezolana, lo hace por primera vez con El Cuarteto. También hubo agrupaciones con el clarinete…

—Pero, ¿qué sucede tras el éxito de El Cuarteto?

—Con El Cuarteto se destapa la olla: una sonoridad que el país no conocía. Y a los cinco años sale el Ensamble Gurrufío, y después otros grupos fuera de Caracas, inspirados en el formato de El Cuarteto.

—¿Qué sucedió con Raúl?

—Raúl se había ido con su esposa y los hijos para México. Era diabético e hipertenso. El hijo mayor de Raúl, músico también, se había ido a México hacía algún tiempo, de modo que allá tenía adonde llegar. En las condiciones en que está nuestro país no podía garantizarse ni tratamiento ni medicamentos. Creíamos que iba a estar mejor en México, pero duró un año y trece días.

Cuando se enteró de la noticia, Miguel se hallaba de gira con Valentina Quintero por siete ciudades de Estados Unidos, presentando una versión de su programa de radio. No quiso suspenderla. También tenía, por su parte, conciertos pautados en Tampa, Orlando y Miami, acompañado por su esposa Alicia Sergent; en cada presentación, recuerda, de algún modo estaba presente Raúl.

—No quise ir a México, no quise ver a mi hermano vuelto cenizas.

Alicia es licenciada en Letras con postgrado en Literatura Venezolana.

Todo esto de la Covid-19 por supuesto que le ha afectado. Para celebrar los cuarenta años habían preparado un concierto con la Coral Simón Bolívar y otros amigos; estaba ya la escenografía y el guion; se pospuso para el domingo 19 de abril pero la cuarentena lo impidió. Lo reprogramó este 18 de octubre pero, desde luego, fue imposible. ¿Dos mil personas encerradas en el Aula Magna? No.

—¿Y ahora cuál es el plan?

—Toñito y Telésforo siguen conmigo, están en esto. El plan es hacer un gran concierto por las redes, un concierto virtual. Ya tenemos el repertorio. Y estarán Ángel y Eduardo.

_¿Cómo ves el movimiento actual de la música tradicional venezolana hoy?

—Creo que ha habido un repunte. El hecho de que músicos de formación académica hayan tenido éxito con una propuesta que ha calado en el medio cultural venezolano, empujó a los jóvenes a interesarse por la música popular venezolana. Antes, el violinista tocaba como bis un Capricho de Paganini pero ahora no, ahora un violinista criollo prefiere tocar como bis una pieza venezolana. Lo mismo pasa con el pianista: antes se decantaba por uno de esos estudios bien complicados de Federico Chopin o algo de Rachmaninoff, pero ahora puede que toque «El diablo suelto» o un merengue o un vals.

—¿Cuál ha sido la llave del éxito, aparte de la innovación en el instrumento que lleva la voz cantante?

—La pianista Clara Rodríguez, con quien hicimos, durante una gira por Europa, el único concierto en vivo para un disco en la carrera de El Cuarteto, decía algo muy simple y claro: «Me encanta El Cuarteto porque a ellos no les importa más nada sino que la música suene bien».

Miguel es una enciclopedia musical latinoamericana, una Biblia en solfeo con apuntes historicistas, costumbristas. Afirma que en Venezuela la gente se olvidó de la guitarra como instrumento acompañante. Todos los guitarristas querían ser Alirio Díaz. Por eso, quiso contribuir a rescatar la guitarra como instrumento acompañante y difundió todo lo que pudo esto: los boleros de diferentes países y compositores no se tocan igual. Cada cual lleva lo suyo, no se puede tocar igual un bolero cubano de la vieja época, pues es distinto el sonido de la era del fílin de un bolero compuesto por Agustín Lara o por Aldemaro Romero. De hecho, Miguel hizo una serie de conciertos dedicados a enaltecer la guitarra como acompañante en la canción popular latinoamericana. Llegó hasta la Patagonia con esa gira.

Estaba prevista para mayo 2020 una gira, otra vez con Valentina, por España, Francia e Italia, pero llegó la pandemia y mandó a parar. Había concertado con Laureano Márquez, que ahora vive en Tenerife, para hacer también varias presentaciones con él. Quedó pendiente el asunto.

Miguel dice que la gente que ha salido de Venezuela son los heraldos que le informan al mundo qué es lo que está pasando en el país y algún día les tocará regresar, Dios mediante, «…y nada, que podamos reconstruir el país que nos guste, donde nos abracemos sin miedo a puyarnos como si fuéramos un puercoespín».

Los méritos de cada uno de los miembros de El Cuarteto son amplios; se está haciendo un libro sobre su historia. Al Cuarteto los conocen y reconocen en España, Portugal, Dinamarca, Italia, Inglaterra, Francia y Rusia. En todos estos países han tocado. En la Royal Academy of Music (Londres, 2006) dieron una clase magistral y cuando a MDE le tocó, pidió una pizarra y les enseñó a los ingleses que allí se habían reunido cómo es una gaita zuliana y un bambuco playero, o cómo tocar un merengue caraqueño.

—¿Y cómo hiciste eso?

—Son esquemas de los que me he alimentado gracias al roce con los cultores populares. Les mostré [a los ingleses] cómo es que acompaño un merengue, una habanera o una contradanza. O una danza zuliana, que también tengo escritos unos esquemas rítmicos.

En esta Navidad que va a nacer angustiada y triste quedará, el contrapeso de la música de El Cuarteto podrá escucharse  en La Guaira o en Luxemburgo o en China: discos como El Cuarteto en Nochebuena, donde aparecen Simón Díaz, Laureano Márquez y Pedro León Zapata con el retablillo de Aquiles Nazoa (seis décimas que ellos intercalaron); o De Pascuas con El Cuarteto, con María Teresa Chacín, Gualberto Ibarreto y el nativo de Cabimas Neguito Borjas: eso y más se consigue en las plataformas digitales con excelente sonido.

En el segundo disco de los nombrados están incluidos dos aguinaldos originales de Miguel. Por otra parte, el trabajo y los alcances de la obra de Raúl Delgado Estévez al frente del Orfeón Universitario, fundado por su tío Antonio Estévez, ya merecería páginas aparte.

Sebastián de la Nuez Sep 05, 2020 | Actualizado hace 4 semanas
Bailar hasta que llueva

«La nación no puede ser una manga de veletas criticonas. ‘La danza de la lluvia funciona porque los indios danzan hasta que llueva'». Ilustración en medium.com

@sdelanuez

En el documental de Carlos Oteyza, El pueblo soy yo: Venezuela en populismo, aparece el historiador y ensayista mexicano Enrique Krauze explicando, desde sus análisis, el desarrollo del fenómeno de Hugo Chávez y sus consecuencias. Casi al final tiene una expresión que ilustra el por qué le sucedió lo que le sucedió al país: dice algo así como «en cierto momento, el pueblo venezolano desesperó de su democracia».

Esa frase, dicha por alguien que, por encima (o por debajo) de sus haberes académicos, habla con el sentido común que dan la distancia y la experiencia de escuchar los latidos históricos de los pueblos latinoamericanos, es aplicable a la actitud del venezolano hacia sus líderes democráticos. El verbo desesperar puede ser perfectamente equivalente, en este caso, al reflexivo exasperarse.

He allí un problema: el pueblo venezolano se exaspera fácilmente en asuntos de los que no debería exasperarse tan precipitadamente, mientras que en otros es como muy laxo y comprensivo. Por ejemplo, en el caso de Chávez debió haberse exasperado mucho antes y no lo hizo. Le tuvo una infinita paciencia y votó por él y por sus secuaces una y otra vez.

De Guaidó, quien gracias al respaldo de la AN y de operadores políticos en el exterior, ha conseguido un respaldo creciente de la comunidad internacional a la causa venezolana (al menos en el hemisferio occidental), de ese sí ha desesperado. Porque no ha logrado el cese de la usurpación como prometió o porque se asoció a una incursión chimba penetrada de madurismo (o algo parecido), razones que pueden ser válidas pero que no deberían ser determinantes.

En las RRSS, la gente vuelve a desesperar de Henrique Capriles Radowsky (ya lo ha hecho varias veces antes, es un ritornello) porque, luego de mantenerse en la penumbra quizá demasiado tiempo, reaparece con una iniciativa que contradice a su propio partido, Primero Justicia, y cuestiona la inercia en que ha caído Guaidó. Le están diciendo «traidor», a HCR.

De María Corina Machado la gente desespera porque es María Corina Machado; o sea, lo que ella quiere es una invasión de marines aun cuando la disfrace de «operación de paz». Seguramente es una radical que actuó de forma poco ética respecto a su encuentro con Guaidó. Pero tiene su itinerario, ha llevado sus golpes, insultos por VTV, vejaciones y amenazas. Lo que no puede hacerse es desechar su fuerza y desestimar sus argumentos. Lo que habría que hacer es sumarla a una hoja de ruta, insistir con ella una y otra vez.

Por las redes le están diciendo, algunos intelectuales desde dentro o desde fuera del país, a Capriles, cursi e hipócrita. A lo mejor es que desean a un tipo que hable con refinamiento académico, usando un lenguaje recio y de altura, pues. Los intelectuales venezolanos, los académicos y escritores y filósofos, han amado a Teodoro Petkoff. Teodoro es, ciertamente, una de las personas más brillantes que yo haya conocido, la más inteligente con quien haya trabajado. Y sin embargo, durante demasiado tiempo podía decir, y lo dijo, «Pancho es un gran tipo». ¿Y quién era Pancho? ¡Arias Cárdenas, carajo!

Los que se meten en política no están exentos de lanzar burradas al aire y equivocarse. Pero el norte lo tiene que tener claro, sobre todo, el pueblo, o los segmentos de pueblo o de país que cada dirigente representa.

La nación no puede ser una manga de veletas criticonas. La gente debería desesperar menos.

Que se desespere por la falta de luz y de democracia, o porque no hay unidad estratégica en la oposición, no que desespere hoy de este y mañana de aquel otro. Los primeros que deben imponerse unidad son los gatillos alegres de la clase media en las RRSS. En Venezuela es más fácil que en España. En el Congreso de los Diputados español hay un montón de escogidos (o sea, están allí por haber sido votados) que lo que desean es abrirle un boquete a España, partir el país en tres pedazos (al menos). Trabajan en eso, todo el tiempo. Con los votos de la gente.

En Venezuela eso es impensable, ¿cierto? A un líder maracucho no se le ocurriría proponer la independencia del Zulia como objetivo tras el cese de la usurpación. Y si lo hiciese es probable que no consiguiera sino los votos de su familia.

Hay unos fundamentos en el liderazgo venezolano, por mucho que unos quieran ir (o no) a las elecciones del 6D y otros sueñen con un improbable apoyo militar internacional para entrar a fuego y sangre en Miraflores. Todos quieren salir de la pesadilla madurista, todos están de acuerdo en que la unidad de la oposición es el camino y en que el único régimen posible es la democracia de libre mercado con garantías de alternabilidad, ¿no?

Como le dijo el recién excarcelado Roberto Marrero a César Miguel Rondón, «este país se liberó con grandes divisiones internas entre Simón Bolívar y los otros próceres. La danza de la lluvia funciona porque los indios danzan hasta que llueva».

 

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Sebastián de la Nuez Ago 31, 2020 | Actualizado hace 4 semanas
Nostalgia

@sdelanuez

La nostalgia está en la diáspora, vive con ella, sobre todo durante las noches. Es la morriña por una ciudad o un país que ya no existen. Si no se convierte en una fiebre crónica, es energía pura que cataliza y mueve hacia la creación. Muchas novelas, ensayos, cuentos y poemarios en plena ejecución desde Europa, Norteamérica o Suramérica van a dar testimonio, lo están dando ya, del otro país. Uno más consciente de sus errores y menos bolivariano.

Es un país disperso, sufriente, desasosegado. Hay un montón de sus ciudadanos que en diversas partes del mundo hacen periodismo, prospección política, investigación histórica y literatura por y para Venezuela.

El disparador es esa energía vital que necesita una espita de desahogo. Puede que la llama alcance solo a Facebook, puede que pase a Amazon o se asome en alguna otra plataforma digital. Puede que sea tomada en cuenta por alguna editorial o quede, apenas, engavetada junto a la esperanza.

La nostalgia es buena porque es esa energía. Los materiales que pueden producirse a partir de ella construyen un testimonio de la nación de estos últimos veinte años. La memoria colectiva tendrá matices, aristas y modos de tanteo. Al conjunto de esos materiales se le puede llamar, de una manera arbitraria, «literatura de la diáspora». Es la que nace de quienes, habiendo asimilado la tragedia, analizan, reflexionan o simplemente vierten lo que llevan por dentro. Es una manera inteligente de enfrentar la tragedia, ese No-País al que se refiere el amigo Golcar Rojas. Escribir es, sobre todo en este caso, administrar el debe y el haber, repasar las facturas acumuladas, construir una posibilidad colectiva sin que nos lo propongamos (hay cosas que deben ir saliendo sin plan preconcebido que condicione sus resultados).

Los venezolanos están escribiendo desde la periferia, desde el subsuelo, desde la duermevela. Ojo: construir una posibilidad colectiva también pasa por el ejercicio de ordenar la memoria. Escritores como Elías Pino Iturrieta, Inés Quintero, Federico Vegas (sobre todo con Falke y Sumario) y Francisco Suniaga (en especial por El pasajero de Truman) saben de esto, miran por el espejo retrovisor pero, al hacerlo, iluminan la carretera.

La pulsión de la nostalgia adopta formas variadas. Puedo nombrar este caso: la poeta venezolana Ángela Molina, con un entusiasmo capaz de escalar el Everest en esta temporada de incertidumbres, planifica un homenaje para septiembre, en la isla de Gran Canaria, a su referencia del alma Armando Rojas Guardia. Será un acto real, o sea, en vivo y directo, probablemente en un parque al aire libre. Con Ángela he estado en Canarias tomándonos unos vinos. Yo le hablaba de cualquier tema y ella me hablaba de Caracas. Llegados a cierto punto, al menos en una ocasión, ella sacó su móvil y puso a todo volumen a Simón Díaz cantando lo de la vaca mariposa que tuvo un terné. Estábamos en la cafetería del Casino de Gran Canaria. Ella no lloró ni yo tampoco, pero perfectamente hubiera podido suceder. Seguro que ese homenaje a Rojas Guardia será un éxito.

Dicho sea de paso, esta catarata de encuentros por Zoom es un fastidio. Los intercambios de ideas sufren.

No hay nada como ir a un foro de verdad, a una charla o mesa redonda o conferencia en un sitio tangible, asistiendo al antes y al después, a los entretelones que puedan otearse y a las reacciones espontáneas sin la mediación de las redes. Con Zoom no hay matices. Visualmente siempre es una toma impertérrita del participante o entrevistado bajo una luz clínica, sujeto a un enfoque amateur, anodino, gélido. Ves una cara que le habla (generalmente de forma entrecortada) a una pantalla. Esa maquinización debería estudiarse como barrera, ¿no produce un distanciamiento psicológico perverso?

En cualquier caso, tiene mérito lo que está haciendo la Fundación para la Cultura Urbana convocando a unos encuentros virtuales entre creadores sobre narrativas urbanas. Así celebra la fundación los veinte años de premios, ediciones y actividades.

Un dato adicional: la «literatura de la diáspora» comienza a recoger frutos espontáneos por parte de los extraños, los que se asoman a ella desde afuera. El poemario de Carmelo Chillida, «Rojo como la cabeza de un fósforo», es la palabra común hecha herramienta para oponerse ante la barbarie chavista, he allí su mérito y su encanto. He aquí un trozo: «Definitivamente no me gusta el color verde oliva / y menos cuando quiere extenderse sobre todo un país. / Míralos, ahí van. Míralos cómo marchan acompasados / como robots con la cabeza hueca (…)».

Habrá confinamiento, pero la nostalgia con su correspondiente pulsión por decir o narrar algo y que ese algo signifique una parte del todo, una entrega cargada de sentido, es un buen augurio.

Por ahí están la filóloga Laura Cracco a punto de ser editada por Bartleby. Ahí está la talentosa periodista Mirtha Rivero finiquitando su investigación política para su próximo libro, que será tan o más exitoso que La rebelión de los náufragos. También el economista Humberto García Larralde está a punto de ser editado. Hay otros, en España, trabajando cada quien en lo suyo. Seguramente en distintos asentamientos de la migración venezolana en el exterior habrá mucho que contar.

 

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Sebastián de la Nuez Ago 22, 2020 | Actualizado hace 4 semanas
La muerte ronda

@sdelanuez

El virus que afecta a millones de personas en todo el mundo ha significado depresión, aislamiento, soledad, angustia, martirio, crisis económica, mortandad. En Venezuela, por la tragedia que ya venía padeciendo, la covid-19 alcanza las dimensiones del espanto. Un país castigado por la hambruna, la corrupción del narcoestado y la caída de todos los servicios públicos, ahora lidia con la peste del siglo XXI. Mejor dicho, la segunda peste del siglo XXI. La primera, ya saben cuál fue.

Este mismo portal informa de que Nicolás Maduro bloquea los recursos para que el equipo de Juan Guaidó no pueda recibir, administrar y repartir el bono «Héroes de la salud» (hasta esta hora no se sabe, al menos fuera de Venezuela, si esto ha sido solventado por la gestión de Juan Guaidó o no); la estigmatización feroz de quienes regresan por la frontera del Táchira continúa; la gente se está muriendo frente a los hospitales o centros de salud porque allí no los atienden, no hay con qué, vuelva otro día.

En el mundo la covid-19 es una tragedia; en Venezuela es una tragedia superpuesta a otra que ya estaba.

Murió Pedro Suárez Laguna, de 53 años, por causa del virus. El problema es que murió dentro de su carro frente a un hospital de Punto Fijo donde no quisieron atenderlo. Había estado buscando atención en varios sitios, incluyendo los CDI. Pero esto nunca saldrá por la boquita de Jorge Rodríguez; él dirá que bajan los casos nuevos  y se quedará tan fresco, como si estuviera diciendo la más irrefutable de las verdades.

El cirujano pediatra Freddy Pachano anuncia que el médico Jesús Clavero, intensivista de Maracaibo, contrajo covid-19 y estuvo hospitalizado hasta que falleció. Y con él, contabilizó Pachano, al menos son 28 los profesionales de la salud fallecidos solo en Zulia. Venezuela tiene la tasa más alta, en términos relativos, de muertes de profesionales de la salud durante esta pandemia.

El alcalde de Chacao, Eduardo Duque, acaba de anunciar a la comunidad del municipio el fallecimiento de un vecino de Los Palos Grandes de 44 años de edad. Murió en su residencia, luego de recorrer infructuosamente en ambulancia varios hospitales. Intentaba ingresar en cualquier centro asistencial y no pudo. Duque pide a los vecinos, encarecidamente, extremar las medidas «de bioseguridad» y pide, sobre todo, entender lo grave de esta situación.

Porque parece que el país no ha entendido. Que la gente, en Caracas y en el interior, no ve con nitidez la amenaza de la covid-19. No ve el peligro. Es como si estuvieran bajo las bombas del enemigo que invade un país inerme y siguieran allí, sin moverse, sin correr al refugio.

El gobierno de Nicolás Maduro no va a cuidar del pueblo, no sabe hacerlo ni está en su naturaleza. Actuará, antes bien, a favor del empeoramiento.

Ya se ha visto, ha bloqueado a través de Sudeban el flujo de recursos para el plan de Guaidó y su equipo, el del programa «Héroes de la Salud». No hay escrúpulos ni piedad ni mucho menos empatía con nadie.

La cúpula chavista no ha salido airosa del trance, le ha tocado lo suyo. Ahí está la muerte de Darío Vivas. Los otros capitostes del entorno madurista que han sufrido síntomas más o menos severos también son un indicador de la situación. Pero incluso esa circunstancia individualizada de sujetos con todos los recursos a su disposición para solventarla, de algún modo, es utilizada para la manipulación o para ocultar algo. Siempre hay una piedrita que esconden en la mano, aun en sus lechos de enfermo.

Lo que diga oficialmente Miraflores en cifras no podrá ser creíble. Lo creíble será escuchar a los doctores Julio Castro y Jesús Oletta. Creíble será el vecino que te echa el cuento del familiar que no pudo más y sucumbió. En Venezuela, hoy, la fuente de fake-news es el poder. Aunque las redes sociales arrastren mucha basura, allí habrá más verdad que en Miraflores.

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Hoy (ayer, en estos días) se ha cometido otro crimen de Estado, dice el periodista Luis Carlos Díaz en su cuenta de Twitter, al cerrarse la frontera del Táchira con el norte de Santander para impedir el acceso de migrantes que pugnan por regresar. Tiene razón LCD.

«El derrumbe es sistémico», me dice otro amigo periodista, Gregorio Salazar, vía wasap. Se refiere al sistema de salud, un campo yermo donde los fallos de electricidad y la falta de agua, comunes en cualquier ámbito venezolano, se convierten aquí en factores letales.

Hasta lo último que hemos visto, van 317 fallecidos… ¿Serán el doble, el triple? ¿Qué le importa eso a Nicolás Maduro? Podrá ponerse a bailar una tarde de estas, como lo hizo luego de varios asesinatos de muchachos que protestaban en las calles en 2014 y 2017.

Quizás esté celebrando el anuncio de una vacuna made in Cuba. En las redes dijeron que podía ser una combinación de malojillo con esencia de Abrecamino, solución intravenosa desarrollada desde la tradición de las siete potencias africanas en unión de la flamante ciencia revolucionaria.

La encuesta Crisis Venezuela 2020 (Asamblea Nacional) que acaba de ser dada a conocer tiene un indicador sobre capacidad de resistir según ingresos / ahorros de los venezolanos, y da como resultado que 87,4 % de los encuestados no tiene ningún tipo de ahorro o ingreso; 10,3 por ciento tiene para cubrir entre una semana y un mes y solo 2,3 % tiene para cubrir más de un mes. Por eso es que resulta muy cuesta arriba exigir a la mayoría de los venezolanos un confinamiento total; cada quien tiene que salir a buscarse su pan de cada día.

Esa misma encuesta determina que, a excepción del abastecimiento de alimentos y el suministro de gas doméstico, todos los servicios públicos reportan más de 90 % de irregularidad. Los niveles de falla de los insumos médicos básicos en los hospitales del país se mantienen elevados. Todos reportaron más de 70 % de escasez.

¿Qué dirá Maduro, que eso es culpa de las medidas de bloqueo impuestas por el imperialismo? Como dijo la revista peruana Caretas cierta vez en su portada, sobre Chávez: «¡Payaso!».

Así lo definió, al padre de todo esto.

«Venezuela enfrenta el coronavirus con la fuerza de sus agentes de seguridad», dice el New York Times en un titular. No, no es cierto. Es cierto solo en el sentido de que el gobierno de Venezuela enfrenta al país, completo, como su enemigo, y utiliza a sus agentes de represión, no de seguridad, también en este caso.

Es una respuesta refleja. Pero la verdad es que el coronavirus no es enfrentado por Maduro. En todo caso, es utilizado como otra herramienta de control social más. Para vigilar, reprimir, encarcelar y, si es el caso, matar. Como noticia distractora mientras la cúpula se reinventa para quedarse un ratico más en el poder, aunque sus propios miembros vayan cayendo, también, como moscas. Como dice el amigo Salazar, no están graves, pero sí encunetados.

 

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Sebastián de la Nuez Ago 08, 2020 | Actualizado hace 4 semanas
Un premio se prostituye
Ahora hay una gran polémica por el Premio Internacional de Novela Rómulo Gallegos 2020, que el régimen de Nicolás Maduro desea perpetuar poniendo como cebo una jugosa fortuna en dólares. ¿Los inventores de la neolengua para el escarnecimiento, los desarrolladores del eufemismo para ocultar sus crímenes, dan el premio que se han ganado antes Vargas Llosa y García Márquez, en tiempos de democracia? Oh, qué maravilla.

 

 @sdelanuez

Una vez asistí a una ceremonia de premiación del «Rómulo Gallegos» en la casa que lo honra en Altamira. Había, en el hall del primer piso, un bello mosaico, una serie de figuras en la estética de los petroglifos de Guri, obra del querido Víctor Hugo Irazábal. Uno pasaba jornadas fabulosas en ese edificio, con cualquier excusa: una exposición, una obra de teatro, la presentación de un libro, una película de Buñuel o una conferencia del peruano Bryce Echenique, borracho y lúcido como él solo podía estarlo. En el auditorio de aquel primer piso se bautizó el partido Factor Democrático, fracasado proyecto de 1997. Apoyaban a Irene Sáez y solo Dios podía saberlo en ese momento, porque ni sus mismos promotores, intelectuales venidos de otro fracaso, estaban en capacidad de suponer cuánta razón llevaban, cuán vital era que aquella Barbie sifrina le ganara la partida al golpista de Sabaneta. Pero Factor Democrático, caramba, como parte del país, llevaba marcado el suicidio colectivo en su frente.

Supongo que todavía existe ese sitio en Altamira, que aún está en pie la sede del Celarg. Sobrevivirá llena de ratas. Alguien se habrá robado el cuadro de Víctor Hugo para venderlo por trozos o cambiarlo por un cartón de huevos.

Lo que le haya sucedido al edificio de Altamira, igual ha debido sucederle al premio que lleva el nombre de Gallegos. El símil perfecto.

Todo lo que toca el chavismo se llena de ratas y de cucarachas, quizás es que no conocen el uso del DDT. Si lo que tocan los chavistas huele a civilización, a cultura, a escritura, peor todavía. La cultura va con el enaltecimiento humano, remite a la reflexión, sube una empinada cuesta o baja a las oquedades buscando el alma o los dioses imaginados.

La intensidad del arte, que es policromía y enloquecida pluralidad, asusta y pone en fuga a la especie chavista.

El chavismo, mixtura de arrogancia brutal, kitsch del más burdo, decrepitud cerebral e histérico dogmatismo, es también una cultura… una cultura al revés, necrosada, panza arriba. Los artistas que se pliegan al chavismo, si abrazaron alguna forma de arte alguna vez, se quedan paralíticos, les da una apoplejía: ahí tienen al poeta Luis Alberto Crespo, al novelista Luis Britto García, al cuentista Earle Herrera. Despojos de sí mismos. Deberían ser los jueces del Premio, es lo que les toca.

El chavismo sabe crear destrucción, en eso sí hay destreza (al menos). Si sigue por el camino que va, el madurismo llegará a parecerse a una obra de arte, o al menos a una escena de una gran obra de arte, lo cual no deja de comportar cierto mérito: la escena de los mazazos entre orangutanes que describe Stanley Kubrick en la película 2001, una odisea del espacio.

¿Qué premio que enaltezca el lenguaje pueden dar los maduristas, o sus jueces, inevitablemente amaestrados?

Quizás puedan darlo, pero entonces deberán cambiarle el nombre. Pónganle «Hugo Chávez Frías». Al fin y al cabo, no se puede negar que el golpista era tremendo fabulador, un echador de historias nato.

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Supe que el chavismo se había adueñado con todas las de la ley de la casa de don Rómulo Gallegos el día en que estaba viendo una película y me cayó lluvia encima. No les importaba que el techo goteara. Lo confirmé cuando el aire acondicionado dejó de funcionar. Eso sí, te lo advertían con un papel colgado en la taquilla, incluyendo errores de acentuación y puntuación.

El símil entre edificio y galardón literario es, de nuevo, perfecto.

El diario Granma, que al parecer todavía sigue saliendo en papel, perpetra una nota firmada por el cagatintas Pedro de la Hoz. Conclusión de la nota: hay una maniobra «orquestada desde medios de comunicación de orientación pronorteamericana» que se cierne, aviesa, malévola, contra el «Rómulo Gallegos» 2020.

El régimen del insigne literato Nicolás Maduro insiste en otorgarlo para gloria de las letras en idioma español, pero el imperialismo, ¡ay, ese imperialismo de las sanciones y sus secuaces…!

Dice el señor De la Hoz que un grupo de escritores, algunos con fama y otros simplemente ávidos de protagonismo, han puesto el grito en el cielo y tratan de desacreditar la convocatoria porque, malditos ellos, les duele que hayan respondido doscientos autores de 17 países de Iberoamérica. Los que están en contra de la premiación, alega, son enemigos de la democracia y se han dedicado a «demonizar éticamente el certamen», enviando misivas a novelistas concursantes y a las casas editoriales para que retiren las obras.

No solo misivas, señor De la Hoz. Incluso artículos en portales de información y opinión como este también son utilizados, fíjese usted, para dirigirse a quienes aún no se han retirado. Esos articulistas les piden encarecidamente a los autores, sobre todo a ellos, que echen marcha atrás. Que todavía están a tiempo. Que lo piensen. Que busquen la película Mephisto. No podrán decir después que nadie les advirtió. Los artistas que han cohonestado regímenes criminales luego han pagado su falta de responsabilidad o de ética. Su  nombre y el de sus hijos han quedado manchados por la vergüenza. Retírense. Están a tiempo. No les sigan el juego a las editoriales. El reino de las editoriales es sucio y tiene como héroes a dos bellacos: la autoayuda y Paulo Coelho, imagínense ustedes.

Por cierto, señor De la Hoz, ¿sabe que el mismo Fidel Castro, el mismísimo Caballo de sus sueños húmedos, decía que Granma es una porquería que nadie en su sano juicio puede leer? Lo dejo, voy a seguir leyendo a Eduardo Sánchez Rugeles, que me tiene atrapado con El síndrome de Lisboa. Supongo que a él no lo han nominado al Rómulo Gallegos de este año. Escribe de maravilla y tiene más futuro que usted, que no puede imaginar una muletilla porque se le echa encima con avidez. Debería colaborar con las letras de Ricardo Arjona.

 

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