José Luis Farías, autor en Runrun

José Luis Farias

La otra cara | Lo que el viento se llevó. Las cenizas del legado
Las fechas de las presidenciales 2024 es una estrategia endeble, profundamente manipuladora e irrespetuosa, que busca engañar a las bases chavistas sobre su autenticidad en la preservación del legado de Chávez

 

@fariasjoseluis

En una sombría conferencia de prensa, cargada de una saña subyacente que no revela poder sino abuso del mismo para ocultar la desesperación y el miedo del gobierno autoritario en sus ansias de perdurar, el Consejo Nacional Electoral, representado por su presidente Elvis Amoroso, anunció al país el cronograma para las elecciones presidenciales de 2024. La fecha crucial, fijada para el 28 de julio, se convierte en un hito ominoso en medio de una maquinación urdida desde las sombras de la vileza.

El anuncio, aunque previsible en el ámbito político, no deja de ser impactante. La unanimidad en la decisión, con votos provenientes incluso de representantes de Henry Ramos y Manuel Rosales, revela una estrategia meticulosamente planeada con antelación. La falta de preparación de la oposición democrática ante este embate demuestra su vulnerabilidad frente a las artimañas del gobierno autoritario.

Pero más allá de las fechas seleccionadas, lo verdaderamente significativo radica en la elección deliberada de conmemorar el día de la muerte de Hugo Chávez para dar la noticia y el día de su nacimiento para las elecciones. Esta estratagema pretende enmascarar la deteriorada imagen de Nicolás Maduro tras la figura venerada de Chávez, presentándolo como un héroe legendario al estilo del Cid Campeador para infundir temor en sus adversarios y engañar a un pueblo chavista desencantado.

Estas fechas, marcadas por la astucia maquiavélica del gobierno en su estrategia de campaña, revelan la farsa urdida en torno al «legado» del «Comandante eterno», como un velo que intenta ocultar la desgastada figura de Maduro, anhelando cohesionar a las filas chavistas y recuperar el terreno perdido desde el fatídico 2015 en el lodazal de su desenfreno por arruinar la nación.

La crisis del chavismo

La crisis del chavismo

Sin embargo, el sector del pueblo al que se intenta manipular al ver la instrumentalización de su líder histórico, bien pudiera decir con desencanto las palabras de los burgaleses al ver al Mio Cid entrar a Burgos desterrado por el rey: «¡Dios, qué buen vasallo, si tuviese buen señor!». Añorando un liderazgo perdido y la decepción ante un gobierno que ha sumido al país en la desolación y la corrupción. De modo que por esas ironías de la vida el día del nacimiento de Chávez puede ser el día final del madurismo.

Es una estrategia endeble, profundamente manipuladora e irrespetuosa, que busca engañar a las bases chavistas sobre su autenticidad en la preservación del legado de Chávez. Un cimiento despreciable con su propia gente, que le ha retirado su respaldo tras vivir la fe en el chavismo con angustia y desesperación, como lo experimentó Graham Greene con la fe católica.

Desde el fatídico 2013, Nicolás Maduro ha sumido al país en la más espantosa crisis de su historia, devastando la economía, aniquilando los servicios públicos, arruinando la industria petrolera y sumiendo a la mayoría de los venezolanos en la pobreza y el éxodo.

El pueblo chavista ha padecido el hambre, soportado la diáspora, consciente de que bajo su mandato el bolívar se ha devaluado y la inflación ha diezmado la calidad de vida. La urgencia de un cambio político es irrefutable y encontrará su voz en las urnas el día de las elecciones, inclinándose hacia la candidatura con mayores posibilidades de éxito. Por tanto, como dice la gente de CENTRADOS en su reciente documento al preguntarse: ¿Seis años más de Maduro?: ¡NI DE VAINA, CAMBIO Y MÁS NA’! ¡SOLO LA ABSTENCIÓN LO SALVA!

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

 
La otra cara | Del miedo de Mary Pili al terror de Maduro
El tweet de Mary Pili, que se convierte en objeto de burla de los resentidos extremistas en las redes, apunta directamente hacia ese oscuro abismo del bárbaro abuso de poder

 

@fariasjoseluis

Mary Pili Hernández se convirtió recientemente en figura destacada en las redes sociales, un ámbito donde confluyen todas las facetas de la humanidad como el egoísmo, la hipocresía y la ignorancia, signos perturbadores que se entrelazan con la nobleza y la sensatez que alimentan la esperanza.

Es un espacio donde un tweet inteligente puede elevarse rápidamente y convertirse en tendencia. Fue precisamente esto último lo que logró Mary Pili al soltar, sin titubeos, el siguiente mensaje en la red social X: «Tengo 40 años trabajando en los medios de comunicación y nunca antes había tenido temor de expresarme. Pero que quede claro: el silencio es por miedo, no por falta de indignación o de vergüenza ante los hechos.«

El dilema de Mary Pili

Este audaz comentario de alguien con un alto perfil público y una historia polémica como la suya no pasó desapercibido. Ha sido objeto de ataques y elogios, recordando su pasado vinculado al chavismo, pero también recibiendo reconocimientos y hasta admiraciones por su valentía. El portal el-politico.com convirtió el breve pero contundente mensaje en una noticia, y dos destacados usuarios de Twitter de la oposición expresaron opiniones, entre otras miles, notablemente divergentes.

El lamento de Héctor Manrique resonó así: «Si Mary Pili, quien tiene un historial de confrontaciones con opositores —¡incluso burlándose de mí cuando sufrí un infarto!—, expresa temor, ¿qué podemos esperar los demás? Pero también es cierto que los malos suelen ser cobardes

Por otro lado, el comentario de Elías Pino Iturrieta se posicionó de esta manera: «La declaración de Mary Pili Hernández sobre las presiones de la dictadura a los comunicadores es sumamente relevante, y, sobre todo, valiente. Los perseguidores de CONATEL deben estar reflexionando sobre cómo proceder sin provocar reacciones que los expongan de manera seria

Mientras navegaba por los comentarios, una sensación de incertidumbre debe haberse apoderado de ella. ¿Ha sido demasiado arriesgada al revelar su miedo públicamente? ¿Podrá enfrentar las posibles represalias del régimen? A pesar de las dudas, Mary Pili sabe que no puede dar marcha atrás. La verdad ha sido dicha, y ahora …

La sombra del poder

En el escenario desgarrador y frío que envuelve al país, un país en el que, diría Quevedo, donde por haber “poca justicia es un peligro tener razón», pues el gobierno de Maduro recurre constantemente al terror para intimidar a los ciudadanos, despojándolos de su deseo de vivir en paz y libertad. Se han presentado recientes escenas de personajes imponiendo su voluntad con el bastón del abuso de poder a quien les plazca. Las recientes escenas de abuso de poder, desde la injusta condena del profesor Rafael Venegas, la detención del ingeniero Carlos Salazar hasta la grotesca detención de la doctora Rocío San Miguel y su familia dejan en claro que la sombra del autoritarismo se cierne sobre todos los ciudadanos.

Mary Pili ha reflexionado sobre el papel que le corresponde en este panorama desolador. Sabe que no puede permanecer en silencio ante la injusticia. Y también comprende los riesgos que implica alzar la voz en un régimen tan represivo.

Entre el deseo de hacer lo correcto y el miedo a las posibles represalias, Mary Pili se debatió ante ese dilema y fijó contundente posición para no dejarse consumir por completo.

El tweet de Mary Pili, que se convierte en objeto de burla de los resentidos extremistas en las redes (ya alcanza más de un millón de visualizaciones en Twitter), apunta directamente hacia ese oscuro abismo del bárbaro abuso de poder que desgarra el Estado de derecho. Vislumbra el rostro feo de la represión que se avecina. Nos advierte que nos espera el lado más horrendo del autoritarismo, que aún no hemos presenciado.

El embate desde Miraflores contra la oposición se ha convertido en un calvario, una travesía tortuosa que no solo amenaza, sino que agrede. Se siente la hostilidad del abuso de poder, el menosprecio por las normas, la arbitrariedad de hacer lo que se quiere simplemente porque se puede.

La verdad en la oscuridad

En medio del torbellino político y la atmósfera opresiva que domina el país, la verdad parece esconderse en las sombras, acechando entre los recovecos del poder. Detrás del despliegue brutal de represión se oculta un cúmulo de miedos y ambiciones, tejido por la sensibilidad exacerbada de aquellos que gobiernan con mano de hierro.

La desesperación imperante en Miraflores, alimentada por el temor a la derrota electoral, se manifiesta en cada acción represiva, en cada intento por acallar las voces disidentes. Sin embargo, su estrategia de sembrar el miedo en la población parece estar condenada al fracaso. La gente, lejos de sucumbir ante la intimidación, se prepara para enfrentarla con valentía en las urnas.

Las conductas autoritarias del gobierno, desde la prohibición de hablar sobre desapariciones forzadas hasta la expulsión de organismos internacionales de derechos humanos, revelan la desesperación de quienes se aferrarán al poder con uñas y dientes. Pero, ante tales embates, la oposición democrática no debe ceder a la tentación de la violencia o la abstención.

En medio del caos político, la única esperanza reside en la unidad y la determinación de aquellos que anhelamos un cambio verdadero. Solo mediante una candidatura de consenso respaldada por un plan sólido se podrá enfrentar los desafíos que se avecinan.

En las tinieblas del autoritarismo, la verdad brilla con una luz tenue pero firme. Y aunque el camino hacia la libertad parece arduo y lleno de obstáculos, la voluntad del pueblo está decidida a abrirse paso hacia un futuro más justo y democrático.

Y así, entre la incertidumbre y la esperanza, la historia del país se escribirá con la determinación de aquellos que se niegan a doblegarse ante la tiranía. Solo la abstención salva al Gobierno, eso lo sabe la gente.

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad. Y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

 
José Luis Farias Feb 06, 2024 | Actualizado hace 2 meses
Dos consignas para blindar el cambio
La fortaleza del Gobierno se nutre de nuestra debilidad, una fragilidad que tiene su raíz principal en la constante tentación de la abstención

 

@fariasjoseluis

En el errático rumbo de la acción política opositora, se vislumbra una peligrosa tendencia a repetir los gruesos errores del pasado, como aquel inexplicable tropiezo en la abstención electoral de 2005, cuyas consecuencias fueron desastrosas para el país, al entregar el poder absoluto a un Gobierno que ansiosamente lo perseguía hasta mantenerse en modo hegemónico por veinticinco años consecutivos.

Las declaraciones de «seguimos en la ruta electoral», «nada nos apartará del camino electoral», se agradecen como buenas intenciones, pero no suenan como garantías efectivas de que en efecto así será. Los rasgos caudillistas, avalados en declaraciones del tenor de «sin mí no habrá elecciones», sumados a la historia personal, estimulan la desconfianza en la palabra ofrecida.

La falta de conciencia colectiva, tanto en la sociedad como, más preocupante aun, en el liderazgo político, acerca de la magnitud del impacto de aquel fatídico suceso es alarmante. Con la cara convenientemente lavada, los principales responsables de esa decisión han evitado asumir sus culpas, algunos de los cuales, con cinismo desproporcionado, culpan al resto para expiar sus propios pecados.

En esa entrega que persistió hasta el hartazgo estaba, no de manera deliberada pero sí implícita, la cesión del país a una jauría de desalmados cuyo propósito final era el asalto al erario público y su perpetuación en el poder.

No busco endilgar las culpas de la tragedia que azota al país únicamente a aquella locura extremista que cantaba victoria con la supuesta deslegitimación del Gobierno, sino alertar sobre el riesgo de la repetición del error que nuevamente entregó el poder absoluto en 2018 y 2019. Este mismo yerro no puede replicarse ahora en 2024, cuando la oportunidad de erradicar esa peste es gigantesca por la dura aversión, mayor al 90 %, que experimenta el nombre de Nicolás Maduro.

Mi recorrido reciente por el oriente venezolano, hasta los confines de la península de Paria, por montañas y llanos orientales y luego por el centro del país, me dejó la sensación de una tierra devastada en la que el tiempo parece haberse detenido o, peor aun, retrocedido.

De veinticinco años perdidos, resumidos en pueblos fantasmas, pobladores acurrucados en algún rincón, retorciéndose de hambre, carreteras plagadas de intransitables baches, aterradoras historias de bandas armadas de jóvenes nacidos en los años de esta barbarie revolucionaria que, armados hasta los dientes, impiden el libre tránsito. Kilómetros de cementerios de redes ferroviarias nunca concluidas, decenas de gimnasios verticales, prueba incontrovertible del robo descarado a la nación, pueblos y ciudades padeciendo seis y ocho horas sin luz, estaciones de servicio sin gasolina, servicios públicos que nada tienen de públicos ni de servicios, relatos insólitos de abusos de autoridad, plantaciones arrasadas y antiguos galpones industriales transformados en escombros conforman un paisaje geográfico penoso que explica y atestigua la vergüenza del hambre y la miseria sembradas por un régimen autoritario atrincherado en la delincuencia, la incapacidad y la corrupción.

El país anhela decisiones serenas, de amplitud, consensuales en torno a una opción electoral que permita recobrar paz y libertad, justicia y democracia, bienestar y modernidad. Pero se encuentra con un Nicolás Maduro que se dirige a los venezolanos con un cinismo brutal, como si su conciencia estuviera blindada ante la destrucción que asola el país.

Su desvergüenza al hablar, sin un ápice de rubor, no conoce límites.

Al atribuir exclusivamente a las sanciones la culpa de la espantosa crisis que ha sumido a la nación en un pozo séptico, donde la miseria flagela a más del noventa por ciento de la población, pretende que obviemos que la principal responsabilidad del desastre recae sobre sus hombros. No es que justifiquemos las sanciones, sino que estas son apenas una fracción ínfima de la causa del oprobio en el que vivimos.

El repudio que ha cosechado Maduro se extiende incluso a la inmensa masa de chavistas que disfrutaron de cierto bienestar bajo el populismo descontrolado de su predecesor. El saqueo de las arcas nacionales ha ocurrido descaradamente ante sus ojos, mientras su entorno personal es señalado por la opinión pública como los arquitectos principales de este latrocinio. Maduro camina indiferente ante las pillerías de su Gobierno, se desentiende del delito de Tarek El Aissami, acusado de desfalcar al menos 23 000 millones de dólares, quien, impune, pasea despreocupado, derrochando el dinero mal habido a manos llenas. La grotesca farsa de la honestidad se perpetúa en cada palabra pronunciada por el mandatario.

No resulta exagerado afirmar que la rosca gobernante encuentra su salvación únicamente en los brazos de la abstención; un hecho que conocemos bien y que se ha evidenciado en desentendimiento masivas en justas electorales. Que ha tenido su contundente contraparte en los procesos de 2007 y 2015, así como en numerosos eventos locales y regionales, en los cuales ha quedado inequívoca constancia de dónde yace la mayoría.

Ahora bien, la cuestión de la fuerza es distinta. La fortaleza del Gobierno se nutre de nuestra debilidad, una fragilidad que tiene su raíz principal en la constante tentación de la abstención. Esta tentación emana del cesarismo que impregna a la dirección política opositora, una debilidad que parece contaminada por el ADN chavista, resumida en la fórmula ceresoleana: líder, ejército, pueblo. Este mal se desanuda del interés colectivo al anteponer intereses individuales, al sostener liderazgos en falsas expectativas, diciendo lo que la gente quiere escuchar, por más irrealizable que sea.

No obstante, existen señales claras de una voluntad general de cambio, palpable en cada calle, en cada esquina, en cada hogar y en cada ciudadano. La intención popular de superar esta tragedia resulta innegable, se percibe en cada conversación, y hasta Maduro lo registra expresando su miedo con ira cuando amenaza con ganar las elecciones presidenciales «por las buenas o por las malas», palabras que entrañan la intención malévola de alejar el voto, por miedo a sentir esa suerte de estaca de la libertad en el pecho del monstruo autoritario. A sus aviesas palabras hay que responderle convirtiendo en consignas generales las frases siguientes: «Solo la abstención lo salva» y «Con mi voto ni ofendo ni temo» para blindar este abrumador sentimiento de cambio.

Levántate, no temas

Levántate, no temas

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José Luis Farias Dic 05, 2023 | Actualizado hace 2 meses
Entre percepciones te veas
Al Gobierno le interesa sembrar el descrédito en el órgano comicial y en la institución del voto como instrumento de cambio político para fomentar la abstención electoral

 

@fariasjoseluis

Siempre hay alguien sobrado, dispuesto a desestimar la comparación entre la primaria y el referéndum del Esequibo, argumentando que son procesos «totalmente» diferentes. Sin embargo, me atrevo a hacerlo. Aunque distintos, ambos se oponen y compiten, especialmente en el ánimo del radicalismo. El discurso del «yo triunfé y tú fracasaste» resuena como un estribillo constante.

El juez del Gobierno es el CNE, con Amoroso en el papel de una Tibisay cualquiera, proclamando sus diez y medio millones de votos; mientras que el del radicalismo se encuentra en las redes sociales, plagadas de imágenes de centros electorales vacíos: ¡No fue nadie! ¡No hay colas! En política, la percepción suele ser determinante, una realidad comprendida tanto por la oposición como por el Gobierno.

En las primarias, la nucleación de centros no fue simplemente una respuesta a la incapacidad logística; fue un acto deliberado para crear la sensación abrumadora de una alta participación. La Plataforma Unitaria, a través de SÚMATE, ejecutó una jugada política magistral. La producción de fotos y videos, su difusión en las redes y la creación de una narrativa del inmenso éxito de la primaria fueron elementos clave.

El triunfo político fue innegable, a pesar de los intentos del Gobierno y sus aliados por menospreciar los resultados. Sin embargo, el Gobierno, siendo consciente del peso de las percepciones en política, no replicó la estrategia de la oposición. En lugar de nucleación, optó por la dispersión, creando cerca de mil seiscientos nuevos centros electorales y extendiendo el horario de votación hasta las 8 de la noche, sin soporte gráfico.

La intención parecía ser crear una percepción diferente, donde la falta de imágenes de colas en los centros contrastara con los resultados electorales, estimulando así el anuncio del fracaso por parte del radicalismo desaforado. ¿La razón? Simple: al Gobierno le interesa sembrar el descrédito en el órgano comicial y en la institución del voto como instrumento de cambio político para fomentar la abstención electoral. Como he dicho antes y repito: ¡solo la abstención salva a Maduro!

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Acción Democrática, el “Partido del Pueblo” y la vocación de poder
Betancourt, ese forjador del destino adeco, comprendió con una clarividencia singular que el poder no podía limitarse meramente a la conquista del gobierno

 

@fariasjoseluis

La filosofía del poder que Rómulo Betancourt, el visionario fundador de Acción Democrática, abrazó y encarnó, emerge como un faro luminoso en la vastedad del panorama político venezolano. Para él, el poder no era un mero ejercicio de administración estatal, sino una fuerza motriz con el potencial de moldear la sociedad en su esencia. Y, para materializar esta encomiable misión, concebía la necesidad imperiosa de un partido político con la habilidad de traducir las aspiraciones de las masas populares en una realidad palpable.

Esta «filosofía del poder» halla su refugio en este parafraseo que hace Manuel Caballero de unas elocuentes palabras de Rómulo: «Mi mayor orgullo no reposa en haber sido presidente de la República en dos ocasiones; esa silla la han ocupado unos cuantos personajes insustanciales. En cambio, mi genuino orgullo reside en haber dado vida a un partido como Acción Democrática» (1).

Un partido que ha perdurado a lo largo de 82 años, manteniendo su relevancia como una fuerza política inquebrantable en el turbulento paisaje venezolano. Un partido que se metamorfoseó en una auténtica potencia política, capaz de movilizar a las masas y de desafiar con éxito a las fuerzas más conservadoras y reaccionarias de la nación. Un partido que, con tenacidad, ha resistido los embates de los regímenes autoritarios y ha mantenido encendida la antorcha de la democracia en los momentos más oscuros. Aunque en la actualidad languidece, atormentado por la degradación ideológica y la fractura que socava sus fundamentos organizativos y su capacidad de seducción hacia el pueblo.

La vocación por el poder en Acción Democrática (AD) siempre se ha manifestado de manera cristalina e irrefutable en su historia.

Las palabras de Betancourt delinean una frontera nítida entre el ejercicio del gobierno y el papel del partido como instrumento supremo para concebir y llevar a cabo un proyecto histórico para la nación. La determinación de conquistar el poder iba más allá de simplemente gobernar; implicaba la forja de los cimientos de la sociedad deseada. Betancourt otorgó al partido político la preeminencia sobre cualquier otro fundamento, una premisa política que, lamentablemente, parece haberse desviado en el presente, con líderes obsesionados por el gobierno que descuidan el poder.

El legado de Betancourt y la perspicaz filosofía del poder que inspiró continúan vigentes en el devenir político de Venezuela, un país que anhela recuperar el rumbo hacia un futuro de estabilidad y progreso.

Nacido para hacer historia

En el seno del que en otro tiempo fuera un partido de considerable influencia, la lucha por el poder se erigía como el cimiento fundamental de su acción política, un motor implacable destinado a la transformación de la nación. Para aprehender la intrincada historia de esta organización política, es imperativo sopesar su arraigada vocación por el poder, una vocación que resplandecía con meridiana claridad tanto en su ilustre fundador como en sus veteranos líderes. Esta característica crucial distinguía a Acción Democrática (AD) de otras agrupaciones que, a lo largo de su trayectoria, se alzaron como adversarias notables, tal es el caso del Partido Comunista de Venezuela, siempre acomodado a ejercer como un apéndice sumiso de la Internacional Comunista regida desde los confines de la Unión Soviética.

Este aprecio singular por el poder fue una semilla que Rómulo Betancourt plantó desde los albores de la «prehistoria» (2) de AD, un término acuñado por el perspicaz historiador Fredy Rincón para abarcar todos los esfuerzos previos a la gestación oficial del partido (ARDI, ORVE, PDV y PDN), una gestación que tuvo lugar la tarde del sábado 13 de septiembre de 1941.

En ese momento fundacional, Rómulo consolidó esa vocación con un énfasis categórico al afirmar: «Mi convicción es que este partido ha nacido para hacer historia.» (3) En esa pasión ardiente por forjar la historia se halla la clave misma, pues hacer historia es trascender, es dejar una obra perdurable, una huella que la posteridad reconoce y recoge en los anales. Betancourt lo concebía con vividez, como lo manifestó al describir una escena en la que un niño venezolano de generaciones venideras, quizás su propio nieto o el de cualquiera de los presentes en aquel mitin, recitaría con voz titubeante, como todo niño que se adentra en el conocimiento, un pasaje del manual de historia de Venezuela. Diría algo así: «El 13 de septiembre de 1941 es una fecha gloriosa en los anales de Venezuela, porque en ese día comenzó a actuar públicamente el partido Acción Democrática. Porque en ese día comenzó a actuar públicamente el Partido que inició la segunda independencia nacional, y contribuyó, decisivamente, al avance, prosperidad y dignificación de la República.» (4) Tales palabras provocaron una clamorosa ovación entre sus seguidores.

En ese contexto, se revela la esencia misma de Betancourt y su fervor por el poder como instrumento de cambio y progreso, una esencia que perdura en la memoria colectiva de Venezuela y que continúa influenciando el curso de su historia.

La imaginación del poder

Betancourt, ese forjador del destino adeco y en frente medida del país, comprendió con una clarividencia singular que el poder no podía limitarse meramente a la conquista del gobierno; su propósito trascendía esa dimensión. Él anhelaba moldear una sociedad más justa y equitativa, un sueño que, con orgullo en su voz, compartió en aquel día histórico cuando el partido Acción Democrática nacía a la vida pública. Con su mente colmada de visiones, se permitió imaginar una fracción de la sociedad que anhelaba erigir, y que, en gran medida, lograría cuando tuvo el timón del poder.

Me «imagino la escena,» proclamó con entusiasmo, «que tendrá lugar dentro de cincuenta años en una población agraria de los Andes, cimentada junto a una imponente planta hidroeléctrica. En lugar de los garajes repletos de lujosos autos que proliferan en Caracas, veremos garajes para tractores. O quizás, una ciudad industrial en la Gran Sabana, erigida en las proximidades de las chimeneas de altos hornos, donde los obreros venezolanos transformarán en materia prima para las fábricas de máquinas esos mil millones de toneladas de hierro que, en sus profundidades, guarda la Sierra del Imataca, hoy inexplorada.» (5)

Sin embargo, Betancourt sabía que la vocación de poder, aunque fundamental, no era suficiente. El partido requería una identidad distintiva que le otorgara un perfil propio, una dirección política compuesta por una pléyade de hombres y mujeres notables, además de una concepción organizativa que asegurara la consecución del poder y un programa político con bases sólidas, un plan con los pies firmemente plantados en la realidad, diseñado para guiar a los venezolanos en el uso de su riqueza petrolera.

Estos aspectos cruciales, meticulosamente estudiados por los historiadores, configuraron el andamiaje del partido Acción Democrática, una organización que, bajo el liderazgo visionario de Betancourt y la colaboración de destacados nombres como Rómulo Gallegos, Andrés Eloy Blanco, Raúl Leoni, Luis Beltrán Prieto Figueroa, Gonzalo Barrios, Valmore Rodríguez, Juan Pablo Pérez Alfonso, Leonardo Ruiz Pineda, Alberto Carnevalli, Alberto Pinto Salinas y Carlos Andrés Pérez, trascendió como un faro en la política venezolana, guiando a la nación en su travesía hacia un horizonte de justicia y prosperidad.

El Partido del Pueblo

Ahora bien, permítame adentrarme en el corazón de su identidad, un elemento cardinal que arroja luz sobre la intrincada historia de Acción Democrática (AD) y que constituye un testimonio inmutable del legado de Betancourt. En el epicentro de esta identidad se encuentra la noción de pueblo, una noción que abraza con magnanimidad a todas las clases sociales oprimidas y que aspira a la creación de una sociedad justa y equitativa.

La identidad de Acción Democrática se erige como una manifestación palpable de su ideología, un nacionalismo policlasista que da la bienvenida a todas las clases sociales marginadas de la nación. Esta concepción encuentra su expresión más precisa en la noción de pueblo, que actúa como el pilar fundamental de la definición de Acción Democrática como el «Partido del Pueblo». Aquí, el pueblo no se limita a una fracción de la sociedad; abarca a toda su gente, a aquellos que han sido víctimas de la explotación y que, a pesar de su sufrimiento, constituyen la columna vertebral de la nación.

Esta idea, elemental para comprender el pensamiento y el proyecto político de Betancourt y sus colegas líderes, responde a una realidad innegable. Como expresó de manera elocuente Diego Bautista Urbaneja: «No hay nada más importante para comprender un pensamiento y un proyecto político que el concepto y el planteamiento que ambos tienen con respecto a la idea del pueblo.» (6) La visión que Betancourt y los otros líderes de AD mantuvieron respecto a este concepto se revela extraordinariamente realista: el pueblo venezolano es exactamente lo que tenemos ante nuestros ojos, una diversidad abrumadora que abarca desde campesinos hasta estudiantes, desde profesionales hasta obreros, desde amas de casa hasta empresarios. En este mosaico humano coexisten analfabetos y letrados, enfermos y saludables, aquellos con vestimenta modesta y aquellos con techos resistentes. Esta riqueza de diversidad es la base de la identidad de Acción Democrática, una manifestación de la Venezuela auténtica y una promesa de justicia y equidad para todos los venezolanos.

Partido del pueblo y revolución

En cuanto a la génesis de la emblemática consigna «Partido del Pueblo,» el misterio de su origen se mantiene envuelto en las brumas del tiempo. ¿Quién fue el artífice de esta genial síntesis que ha identificado a Acción Democrática a lo largo de su tumultuosa historia? Nadie puede afirmarlo con certeza, pero lo cierto es que esta máxima conceptual, incluso en estos días de profunda crisis histórica, continúa siendo un faro que guía a sus seguidores. Las pasiones y aspiraciones del pueblo adeco no se han desvanecido, persisten con fuerza, a pesar de los enfrentamientos internos.

Mis investigaciones en los archivos de la historia de AD me condujeron a la referencia más antigua que pude hallar, aunque sin negar la posibilidad de que existiera una anterior. Fue en el «Acta Constitutiva de la Junta Revolucionaria de Gobierno de los Estados Unidos de Venezuela» (7) que encontré una pista relevante. El primer párrafo de dicho documento, fechado el 19 de octubre de 1945, narra la reunión en el Palacio de Miraflores en Caracas, donde destacados ciudadanos y oficiales militares se congregaron, representando tanto al Comité Militar de la revolución como al partido Acción Democrática que emergió en ese contexto. Este pasaje histórico relata la génesis de la consigna «Partido del Pueblo,» en conjunción con la del «Ejército del Pueblo,» una simbiosis que surgió en los días de la unidad cívico-militar, un tiempo en que se otorgó a los venezolanos el voto universal, directo y secreto.

Sin embargo, hoy en día, esta dualidad de «Partido del Pueblo» y «Ejército del Pueblo» parece haber resucitado bajo una nueva capa, bajo el estandarte de una revolución socialista que, como una farsa, amenaza con despojarnos del ejercicio libre de nuestros derechos ciudadanos. La superación de la tragedia que asola a Venezuela se cierne en gran medida sobre el camino que escojan los dirigentes y militantes del Partido del Pueblo. Si bien es complicado afirmar que Acción Democrática ostente el título de partido mayoritario en la oposición venezolana en la actualidad, no albergo la menor duda de que el pueblo adeco continúa siendo la principal fuerza opositora en Venezuela. No obstante, se encuentra dividido en los dos campos en disputa por el control legal del nombre y los símbolos del partido, o seducido por los encantos de discursos radicales. En esta encrucijada, el destino del país pende de un hilo, y solo el tiempo y la determinación del pueblo adeco revelarán el rumbo que tomará la nación.

La moral del Partido del Pueblo

Sin duda, la génesis de Acción Democrática llevó consigo la innegable conexión entre el partido y el pueblo, una identidad que debía ir de la mano con una moral pública inquebrantable para la administración y el ejercicio del poder. La materialización de un proyecto nacional debía considerarse en función del beneficio del pueblo en lugar de favorecer a quienes detentaban el gobierno y el poder. La Junta Revolucionaria de Gobierno, bajo el liderazgo de Rómulo Betancourt, no solo alzó la bandera de lucha contra la corrupción, sino que tomó medidas concretas al respecto, especialmente en la gestión de los recursos públicos.

En su primer comunicado a la nación dio a conocer que tanto «Este gobierno constituido hoy hará enjuiciar ante los Tribunales, como reos de peculado a las a los personeros más destacados de las administraciones padecidas por la República desde fines del pasado siglo. Están presos, y deberán comparecer ante los Tribunales a explicar el origen de sus fortunas, la mayor parte de esos reos contra la cosa pública» (8). El uso del poder debía estar sustentado en principios que aseguraran el respeto de los derechos humanos, a tal efecto se informaba a la nación que «El General López Contreras y el General Medina Angarita, se encuentran entre los detenidos. Ninguno de ellos ha sufrido ni sufrirá vejamen en su persona, ni atropello de ninguna naturaleza. Pero deberán devolver a la Nación y al pueblo lo que le usurparon mediante el deshonesto manejo de los dineros públicos. Severo, implacablemente severo será el Gobierno Provisional contra los incursos en el delito de enriquecimiento ilícito, al amparo del poder»(9)

Este enfoque incluía el concepto de alternabilidad en el poder, y se manifestó claramente en el Decreto No. 11, que prohibía la reelección y establecía que «Los miembros de la Junta Revolucionaria de Gobierno de los Estados Unidos de Venezuela, creada la misma noche en que triunfó definitivamente la insurrección del Ejército y pueblo unidos, quedan inhabilitados para postular sus nombres como candidatos a la Presidencia de la República, y para ejercer este alto cargo cuando en fecha próxima elija el pueblo venezolano su Primer Magistrado.» (10)

Es importante destacar que, no obstante, algunos dirigentes y militantes del Partido del Pueblo puedan haberse desviado de estos principios a lo largo de las décadas posteriores, ello no implica que estos no estuvieran previstos por sus fundadores y que no se convirtieran en norma para su actuación. La historia de Acción Democrática, con sus altibajos y desafíos, refleja el constante debate en torno a estos ideales y su aplicación en la compleja realidad política venezolana.

Notas bibliográficas

  1. Manuel Caballero, Rómulo Betancourt, político de nación, p. 343
  2. Fredy Rincón, Vigencia política de Acción Democrática, p. 16
  3. Naudy Suárez, Programas políticos venezolanos de la primera mitad del siglo XX, p. 21
  4. Ibídem, pp. 20-21
  5. Ibídem, p.20
  6. Citado por Fredy Rincón en Vigencia política de Acción Democrática, p. 56. Una excelente tesis de maestría que aguarda por su publicación
  7. Congreso de la República, Pensamiento político venezolano del siglo XX, T. X Vol. XXXIV, No 50, p. 7
  8. Ibídem, p. 9
  9. Idem
  10. Ibídem, p. 29

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José Luis Farias Jul 02, 2023 | Actualizado hace 2 meses
¡Hasta el final!
¿Por qué el régimen inhabilita a María Corina Machado en este momento? Maduro y su gobierno saben que María Corina representa una amenaza real para su permanencia en el poder

 

@fariasjoseluis

Es la oferta electoral de María Corina Machado. Una frase simple que como la sábila sirve para todo; tanto que, si usted es un extremista de los más hastiados de Maduro, puede servirle para hacer un poco de fantasía cada vez que se oiga el grito: ¡HASTA EL FINAL!

Pero más allá de esa oferta engañosa, el caso es que Maduro, vía la oficina de Amoroso, ha decidido adelantar el final de la señora Machado con una cruel inhabilitación política que a troche y moche le mete 15 años consecutivos sin derecho a postularse a nada.

Porque me da la gana. Así actúan los autócratas. La situación de María Corina Machado es una muestra clara de cómo el gobierno de Maduro utiliza la inhabilitación política como una herramienta para silenciar a sus opositores y mantenerse en el poder. ¿Quién lo duda? Es un acto de violencia política que atenta contra los derechos civiles y políticos de los ciudadanos. Es una clara violación de la Constitución. En el pasado los adversarios políticos eran llevados al paredón para callarlos por siempre, ahora se les inhabilita que es la nueva forma de acabarlos.

En medio de la tormenta política que azota a Venezuela, la inhabilitación de María Corina Machado por parte del gobierno de Maduro es solo un capítulo más de una historia de abusos y violaciones a los derechos humanos. Pero más allá de la lluvia de críticas y denuncias que ya han sido expresadas, es necesario analizar las implicaciones políticas detrás de este acto inconstitucional.

¿Por qué el gobierno decide inhabilitar a María Corina Machado en este momento? La respuesta es clara: no podían permitir que una líder política con tanto apoyo y esperanza en parte de la población pudiera competir electoralmente. Era necesario silenciar su voz y despojarla de su capacidad para movilizar a las masas. Maduro y su gobierno sabían que María Corina representaba una amenaza real para su permanencia en el poder.

Pero ¿por qué ahora y no más adelante? Aquí entran en juego diversas consideraciones estratégicas. Por un lado, el gobierno quería acabar con ella antes de que pudiera consolidar aun más su liderazgo y con ella llevarse por el medio a la primaria como vía para la elección del candidato presidencial opositor. Por otro lado, inhabilitarla después de su victoria en las primarias de la Plataforma Unitaria (antigua MUD) hubiera significado permitirle alcanzar una legitimidad social y política que el gobierno no estaba dispuesto a tolerar.

Entonces, ¿qué busca el gobierno con esta inhabilitación? Su objetivo es claro: promover la abstención y dividir aun más a la oposición. María Corina Machado ha sido, entre otros, una de las principales impulsoras del llamado a no participar en elecciones bajo un régimen que considera ilegítimo. Sus seguidores han abrazado esta postura y al verla inhabilitada, es probable que se sientan desamparados y regresen a un estado de frustración y desesperanza. Pero no se desesperen, eso solo beneficia al gobierno, que busca debilitar a la oposición y mantenerse en el poder.

¿Qué pasos dará el gobierno de Maduro a continuación? Sin duda, seguirá utilizando tácticas para promover la abstención y dividir a la oposición. Sabe que enfrenta una dura batalla en las elecciones de 2024, donde más del 80 % de la población desea su salida del poder. Por lo tanto, no escatimará esfuerzos y cometerá fechorías de todo tipo para perpetuarse en el cargo. Entre otras cosas, hará todo lo posible porque se vaya del país.

En este contexto, ¿qué deben hacer María Corina y sus seguidores? La respuesta es clara: resistir y seguir adelante. Aguantar la pela.

Pero resistir no es endurecer posiciones sino jugar caribe, con audacia. A sus seguidores no les sirve una María Corina inhabilitada y al país no le sirve tampoco una María Corina presa o en el exilio. Necesitamos una María Corina haciendo política, avanzando en iniciativas que propicien un cambio en paz, tendiendo la mano para crecer en acuerdos, no importa que se tenga que llevar un pañuelo a la nariz. No queremos una mujer con los ovarios bien puestos, pues ya sabemos de su coraje. La queremos más hábil, más política, más capaz de propiciar el entendimiento que el odio.

Es fundamental evitar caer en la trampa de la abstención, deponer actitudes personalistas y buscar la unidad con el resto de la oposición. Aprovechar el liderazgo de María Corina para tender puentes y construir alianzas que fortalezcan la lucha por la democracia. El tiempo puede usarlo de su lado ya que la rueda de la política seguirá girando. No hay que perder la esperanza ni dejarse vencer por las adversidades.

La inhabilitación política de María Corina Machado es solo una muestra más de las violaciones a los derechos humanos que ocurren en Venezuela. Es hora de decir basta y trabajar juntos por un futuro mejor. Un futuro donde se respeten los derechos de todos los ciudadanos, sin importar su posición política. No podemos permitir que el gobierno continúe utilizando estas prácticas para mantenerse en el poder. Debemos ser firmes en nuestra lucha por la democracia y exigir el respeto a nuestros derechos civiles y políticos. Es momento de unirnos y demostrarle al mundo que los venezolanos estamos dispuestos a luchar por nuestra libertad. Como diría el mismísimo Nicolás Maduro: «no hay que volverse loco». Pero sí hay que mantenernos firmes en nuestra convicción de que lo podemos derrotar y que un futuro mejor es posible.

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

José Luis Farias Mar 07, 2023 | Actualizado hace 2 meses
A 40 años del Viernes Negro (I)
Aquel Viernes Negro la nación pareció haber llegado a un punto de no retorno en el que la abundancia comenzaba a disiparse y la ruina fue tomando cuerpo en la sociedad con la crisis que sobrevino

 

@fariasjoseluis

El viernes 18 de febrero de 1983 Venezuela perdió el rumbo del crecimiento, el bienestar y el progreso en el que anduvo durante más de seis décadas. Una dirección que no ha podido retomar en los siguientes cuarenta años. A partir de esa fecha el sistema democrático también comenzó a dar tumbos hasta derrumbarse empujado por el autoritarismo.

Aquel día la nación pareció haber llegado a un punto de no retorno en el que la abundancia comenzaba a disiparse y la ruina fue tomando cuerpo en la sociedad con la crisis que sobrevino.

Decretar el fin del «sueño petrolero» se hizo moda entre analistas y opinadores. El economista y experto petrolero Francisco Mieres, en un ensayo escrito para una conferencia dictada en mayo de 1985 en la UCV, titulado Autopsia del rentismo petrolero, en el que «corriendo el riesgo» de que la historia lo desmintiera, según dijo y como en efecto sucedió, sentenció que «el modelo de sociedad dependiente de la producción de petróleo para su exportación al mercado capitalista ha llegado en el caso nuestro a su final histórico a su fase de decadencia irreversible» (negritas del autor) (1).

Ciertamente, el país cambió y en mucho, pero el llamado «rentismo» siguió vivito y coleando.

La nueva realidad que deparó el destino fue sombría en contraste con el brillo de los tiempos precedentes. Se apagó el jolgorio del dólar barato para viajes a Miami y la compra de baratijas con el penoso «ta’ barato, dame dos».

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Un año después, la escritora Elisa Lerner anotó que «El venezolano ido de rumba –que se había alejado de sus necesidades primordiales y de las necesidades primordiales del país: la abrupta marginalidad, por ejemplo– al presente se encuentra con una vistosa –pero inservible- lentejuela mayamera para adornar el solitario corazón». (2).

Fin de fiesta

Ese viernes los venezolanos fueron estremecidos por la amarga noticia de la conclusión del dólar a 4,30 bolívares.

Entonces finalizó el sistema de cambio libre. Días después se estableció un régimen de control de cambios diferencial: «copiado del que existió entre 1960 y 1964, estableció inicialmente tres tipos de cambio: el preferencial a Bs 4,30 por dólar; un cambio intermedio a Bs. 6; y un tipo fluctuante que comenzó en Bs. 7 y fue aumentando hasta llegar a Bs. 15 a principios de 1984. Durante cierto tiempo, en 1983, el Banco Central vendió dólares a la banca privada a Bs. 9,95, pero este fue posteriormente eliminado cuando el cambio libre superó los 10 bolívares, prestándose para operaciones de intermediación» (3).

El sistema creado, llamado oficialmente RECADI, se convirtió en un desaguadero de divisas para alimentar por años la más grotesca corrupción.

El país más rico del continente latinoamericano conoció los rigores de los cambios económicos durante los ochenta, la conocida «Década perdida». 

El «milagro venezolano», nombre dado al impresionante ritmo de crecimiento de la economía nacional entre 1920 y 1976, a una tasa interanual de 3,9 %, muy superior al 2,1 % de las economías industrializadas y aun mayor que el 1,7 % de las economías latinoamericanas (4) detuvo súbitamente su ascenso que en los últimos 23 años había aumentado su ritmo «al 7 por ciento anual», mayor que el crecimiento «entre 4 y 5 por ciento cada año» (5) registrado por el famoso «milagro alemán» después de la Segunda Guerra Mundial.

El impacto de «El llamado viernes negro en 1983 –apunta Ramón J. Velásquez– fue el final de un tiempo (1936-1983) durante el cual sucesivas generaciones vivieron al margen de los sobresaltos a que a lo largo del siglo XX habían estado sometidos la mayoría de los países latinoamericanos, cercados por los vaivenes de una moneda débil, el vil precio pagado por sus materias primas y la necesidad imperiosa de apelar al endeudamiento para atender a necesidades primarias». Destaca el historiador que empezaba «una nueva etapa de la vida venezolana con la presencia resucitada de la deuda externa ya conocida en sus efectos altamente negativos con ocasión del bloqueo de 1902”. (6).

Cuesta abajo tras el Viernes Negro

El fin de la opulencia devino en cargas ominosas que cayeron repentinamente sobre las espaldas de la sociedad venezolana cuando las arcas se fueron vaciando. Las calles de las grandes ciudades se convirtieron en escenario diario de múltiples protestas que ya no podían ser aplacadas a realazos petroleros, sino con la represión o con la oferta demagógica en las temporadas comiciales.

Los problemas sociales, atendidos con éxito en el país que había nacido en 1936, cuando la democracia salió por vez primera a la calle en forma de multitud a pelear por la libertad de prensa y los derechos a una vida digna, y especialmente a partir de 1958, cuando esa misma democracia cobró forma de instituciones, se hicieron fuente de insatisfacción que derivaron en crecientes movilizaciones de protestas. Los ingresos no eran los mismos. Entre 1981 y 1982 los proventos petroleros disminuyeron en 7000 millones de dólares (7). No había cómo sostener la moneda fuerte y satisfacer las exigencias reivindicativas de las grandes masas de trabajadores.

Ese «viernes negro», como dieron en llamarlo, fue también el comienzo del fin del sistema democrático venezolano, tenido como el más estable de América Latina según se decía. Afirmarlo no resulta exagerado. Las cuentas nacionales se pusieron en rojo y produjeron el desajuste social que se expresó en conflictos y en deterioro de la institucionalidad política.

Los puntos de quiebre se pueden ubicar identificando la profundidad de las caídas de las estadísticas económicas y sociales. Las venezolanas son desastrosas. Además, la conmoción social causada y sus progresivas consecuencias lo pusieron en evidencia. Se detuvo el ascenso abriendo algo más que un período de «vacas flacas». El daño mayor fue que se acabó la concordia que había hecho funcionar la democracia. Los grandes consensos nacionales sobre todos los temas quedaron como lejano recuerdo.

El descrédito de la clase política comenzó a crecer y la conspiración militar a incubarse. El sistema bipartidista se resquebrajó y despertó el monstruo del antipartidismo y la antipolítica, que se devoraría el sistema político destruyendo la confiabilidad en el mismo. No hubo excusas por los errores, los reclamos no tuvieron respuestas, nadie respondió por lo anómalo y las propuestas estuvieron ausentes.

El vacío siguió a la deriva de la desesperanza en la gente. El bienestar general había asegurado la estabilidad política durante veinticinco años, ahora la expiración de la holgura dejaba la puerta franca a los vaivenes de la conflictividad social. El obrar de los gobiernos democráticos comenzó a ser cuestionado severamente, el modelo llamado puntofijista fue haciendo aguas.

El sentimiento de un país fracasado se fue extendiendo. «Toda esta derrota, consecuencia de vivir la democracia como un jovial espejismo. Muchos venezolanos que les tocó sufrir las dos dictaduras de este siglo –alborozados- pensaron en el democrático advenimiento, como un feliz (¡suntuoso!) cuento de hadas. Pueril, envidiable ficción donde la riqueza petrolera habría de hacer las veces de pragmática (¿o más bien demente?) hada». (8)

Notas bibliográficas:

  1. Francisco Mieres, Autopsia del rentismo petrolero en Crisis, responsabilidades y salidas. p.187
  2. Elisa Lerner, Venezolanos de hoy en día: del silencio posgomecista al ruido mayamero, en Ramón Piñango y Moisés Naím, El caso Venezuela, una ilusión de armonía, p. 18
  3. Gustavo Escobar, El Laberinto de la economía, en Ramón Piñango y Moisés Naím, El caso Venezuela, una ilusión de armonía, p. 89
  4. Asdrúbal Batista, Más allá del optimismo y del pesimismo: las transformaciones fundamentales del país, en Ramón Piñango y Moisés Naím, El caso Venezuela, una ilusión de armonía, p. 26
  5. Ramón Piñango y Moisés Naím, El caso Venezuela, una ilusión de armonía, p. 541
  6. Ramón J. Velásquez, «Interrogantes sobre Venezuela», en Cuándo se jodió Venezuela, pp. 18-19
  7. Gustavo Escobar, ibidem, p. 88
  8. Elisa Lerner, ídem.

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México: o hablamos como caballeros o como lo que somos
Sorprende la llorantina de la oposición, diciendo que fueron engañados. Lo que ha sucedido es una capitulación ordenada por sus mentores del norte para desmontar las sanciones

 

@fariasjoseluis

Como para que no quedara dudas acerca de la mediocridad de la actuación de la Plataforma Unitaria en su reunión con los representantes de Maduro y su régimen en México, las agrupaciones políticas de la antigua MUD se han mandado con un comunicado cuyo contenido denota todo lo contrario de lo dicho en su vanidoso título: «FIRMES JUNTO A LOS VENEZOLANOS EN LA DEFENSA DE UN FUTURO MEJOR PARA TODOS».

Así que ni firmes ni en defensa de nadie más que de sus propios intereses por mantener el statu quo que tan lucrativo les ha resultado. Pues la mentada Plataforma Unitaria ni representa a la «inmensa mayoría de los venezolanos», ni cuenta hoy con el apoyo de la comunidad internacional del que presume: el antaño Grupo de Lima es un cadáver; en la OEA perdieron la mayoría y hasta a Almagro; en Europa pregúntenle a Macrón quién es el presidente de Venezuela. Y del apoyo norteamericano solo queda el vergonzoso tutelaje que liberó a los sobrinos, a Erick Malpica, le dio licencia a Chevron y les ordenó descongelar tres mil millones de dólares represados en cuentas extranjeras a cambio de ningún avance en materia política.

Los presos siguen presos y las garantías electorales no aparecen.

En suma, una capitulación ordenada por sus mentores del norte para desmontar sus políticas fracasadas de sanciones, bloqueos, invasiones y conspiraciones que redoblaron la crisis producida por el régimen de Maduro.

De modo que sorprende la llorantina montada diciendo que fueron engañados. Que «el régimen ha activado una serie de acciones que buscan zafarse de los acuerdos producto del mecanismo de negociación de México».

Y lo peor es que lo acusan de infidelidad por haberse reunido con la llamada Alianza Democrática, volviendo «a echar mano de su estrategia de construir y visibilizar a su conveniencia ‘oposiciones’ y activa a una facción de esa ‘oposición leal'». Como si ellos fueran los únicos que tienen derecho a reunirse con Maduro y su gente.

Por cierto, la Alianza Democrática se reúne al descubierto mientras la Plataforma se reúne escondida y después lo hace en público bien lejos, donde sirve de comparsa para legitimar los acuerdos entre Washington y Caracas.

Son una vergüenza, después de haberse reunido sin rubor alguno en México y hacerle ojitos a la presencia de la señora Camila Fabri, esposa de Alex Saab, vienen a calificar como un «despropósito» la decisión de Maduro y su régimen al decidir la incorporación «a su delegación de una ciudadana italiana, casada con un ciudadano colombiano, preso en Estados Unidos, quien, valiéndose del hambre del pueblo venezolano, amasó una incalculable fortuna al servicio del régimen y quien además está solicitada por la justicia de su País». Se cuenta y no se cree.

Para colmo de males, en una oda a la inconsistencia, el señor Tomás Guanipa dijo que lo de México fue un exitazo.

¿Será que preparan un nuevo recule a la ruta electoral? Ese comunicado hiede a abstención.

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