Fernando Mires, autor en Runrun

La trampa antielectoral de Nicolás Maduro, por Fernando Mires

NicolásMaduro.

Nunca dos personas relatan un mismo hecho de un modo exactamente igual. Uno acentúa lo uno, el otro lo otro. De ahí que me atreva a formular la siguiente frase: el relato de un hecho dice más sobre la persona que relata el hecho que sobre el hecho relatado. Con mayor razón ocurre así en los procesos colectivos en donde priman visiones ideológicas, experiencias contrapuestas, distintas biografías. Así se explica por qué las deducciones que surgen del relato del hecho no solamente son diferentes, sino, además, antagónicas entre sí. Esa es la razón por la cual el colosal fraude perpetrado por la CNE el 30 de Julio (30/J) ha sido interpretado de modo muy diferente por los diversos sectores que conforman la oposición, dentro y fuera de la MUD.

Resumo: hay tres grupos de opinión.

Según el primer grupo, el megafraude cometido por la dictadura el 30/J ha enterrado la vía electoral asumida por la mayoría de la oposición desde el 2006 (candidatura de Rosales) y el 2007 (plebiscito de Chávez), vía que interrumpió las alternativas voluntaristas (carmonismo, paro petrolero, abstencionismo) asumiendo la defensa de la Constitución liberal y chavista de 1999.

Según el segundo grupo, el grotesco fraude, evidenciado y probado por las revelaciones de Smartmatic, ha puesto de manifiesto que las elecciones son imposibles de ser realizadas bajo la tutela de la CNE dirigida por Tibisay Lucena (después de Diosdado y Maduro, la persona más detestada de Venezuela). El tenor predominante de ese grupo es: yo votaría, pero no con ese CNE.

Un tercer grupo considera necesario participar en las elecciones regionales que eventualmente tendrían lugar en diciembre, pues no hacerlo significaría regalar a Maduro 23 gobernaciones y, además, facilitar el cumplimiento de la utopía de todas las dictaduras, a saber: elecciones sí, pero sin participación de la oposición (al estilo cubano)
En el primer grupo hay muy débil comunicación con el segundo y casi ninguna con el tercero. Se trata de sectores más culturales que políticos, muy emocionales, reacios al debate, seguidores de líderes mesiánicos cuya retórica basada en códigos de honor los encandila. La presencia medial de este grupo es muy superior a su inserción real en la sociedad, razón por la cual logran en determinadas ocasiones ejercer una fuerte presión dentro de la MUD. Son los de La Salida, los del Maduro vete ya, los de la marcha sin retorno, los de la Hora Cero, los de con mis muertos no te metas, los de votar es traición, y los del gobierno de transición con embajadas en el exilio (¡!).

La discusión principal tiene lugar entonces entre el grupo dos y el tres. Aunque los del grupo dos coinciden con los del uno en que después del fraude del 30/J es imposible asistir a los comicios sin legitimar al régimen, muchos estarían de acuerdo con votar, siempre y cuando tenga lugar una reestructuración de la CNE (algo difícil que ocurra durante Maduro) Las revelaciones de Smartmatic confirmarían, aparentemente, esa posición. Los del grupo tres, sin embargo, han realizado una distinta lectura con respecto a los mismos hechos.

De acuerdo al grupo tres, esa CNE es exactamente la misma del 6D del 2015. Según los del dos es la misma pero bajo condiciones diferentes a las del 2015 pues hoy la dictadura es abierta y confesa. Los del grupo tres afirman que justamente por eso es necesario participar en las elecciones pues lo contrario significaría legitimar a la dictadura. Los del dos afirman que participar electoralmente significaría legitimar a la dictadura. Los del tres que participar significaría relegitimar la vía electoral en contra de una dictadura que intenta dinamitarla. La discusión parece no tener fin. No obstante, podría ser resuelta con una sola pregunta: ¿a quién interesa que la oposición no participe en las elecciones? La respuesta solo puede ser una: A Maduro y su mafia.

Si la oposición no participa en elecciones, Maduro no se vería impulsado a suprimirlas. Entonces, preguntarán lo del grupo dos ¿para qué participar en elecciones si Maduro las va a suprimir y si no es así las va a desconocer? Supongamos que sea así. En ese caso Maduro chocaría una vez más con la legalidad y con ello agregaría varios puntos más a su deslegitimación interna y externa. Sin embargo, en ese punto, el profesor Juan Carlos Soza Azpurúa apunta con buenas razones que a la dictadura de Maduro no le interesa tener legitimidad pues le basta con el uso de la fuerza.

El señor Soza Azpurúa tiene razón. Pero solo en parte. A ninguna dictadura, ni siquiera a la de Maduro, le conviene aumentar su grado de deslegitimación, mucho más si esa deslegitimación amenaza trizar sus filas. Gracias a esa desligitimación progresiva el chavismo se encuentra internamente deteriorado. Si ese proceso sigue aumentando –y un nuevo robo de elecciones lo aumentaría de modo considerable– puede consumarse el golpe de gracia que necesita la dictadura para irse de este mundo. Es una hipótesis. Tómese como tal. Lo importante es que Maduro no quiere que la oposición participe en las elecciones. Y bien, en este punto hay que recordar una de las premisas básicas de la política. Ella dice: Nunca hagas lo que tu enemigo quiere que hagas. Pero los del grupo uno y en parte los del dos, se empecinan en hacer lo que Maduro quiere que hagas. Están pisando la trampa. Esa es la trampa.

¿Dónde está la trampa?

Precisamente en el fraude del 30/J, reconfirmado por Smartmatic/Reuters.

¿Quién no sabía que después de los 7 millones y medio de votos obtenidos por la oposición, Maduro iba a ordenar a Lucena que inventara por lo menos ocho millones? La vara se la pusieron muy alta, pero igual la saltó haciendo un horroroso fraude. Al respecto hay dos lecturas. Una alegre y otra no tanto.

La lectura alegre dice: el fraude fue tan increíblemente obsceno que la dictadura se desligitimó definitivamente frente a la opinión mundial. En ese punto, y aunque parezca insólito, comparto mi opinión con la del profesor Soza Azpurúa. A la dictadura le interesa un carajo la opinión mundial. Lo importante para ella era sobrepasar la votación de la oposición fuera como fuera. Desde un punto de vista dictatorial no podía hacer otra cosa. Si yo hubiera sido dictador habría hecho lo mismo.

Pero hay otra lectura que no es tan alegre. Esa lectura dice: a la dictadura le interesaba mostrar abiertamente que es fraudulenta. Solo así la oposición no se atreverá a medirse. Pues bien; ahí yace precisamente la trampa. Mediante la amenaza del fraude, Maduro intenta desmoralizar a la oposición y con ello alejarla de todos los procesos electorales, justamente los únicos en los cuales esa oposición puede ganar. O en otras palabras: mientras más visible sea el fraude, mayor será el escepticismo de la ciudadanía para participar en procesos electorales. Así el dictador gana por partida doble. Por una parte, hace elecciones y se queda con todos los votos. Por otra, desprestigia al máximo la vía electoral sin que la oposición tenga otra alternativa de lucha. Negocio redondo.

La dictadura de Maduro y su mafia es, como toda dictadura, antielectoral. Pero entre suprimir las elecciones y hacer elecciones tipo Cuba, es decir, sin oposición, prefiere, obviamente, la segunda posibilidad. El problema es que realmente lo puede lograr gracias a la ayuda que le presta una parte de la propia oposición (primer y segundo grupo).

La tarea política de la oposición -si no quiere pisar la trampa tendida por la dictadura- es ir directamente a las elecciones regionales, ocupar sus espacios y dar ahí otra batalla. Pero ir a ganarlas como fueron ganadas las del 6-D. Los del grupo dos dirán: el tiempo es otro que el del 6D. No es cierto. Es la misma dictadura, es el mismo Maduro, es la misma CNE y es la misma oposición (aún más amplia todavía que durante el 2015).

La posición del grupo tres se encuentra avalada por tres razones. Una práctica, otra histórica y otra política. La lógica de la razón práctica enseña que cada vez que la oposición va a elecciones, haciéndose presente en las mesas, cotejando voto tras voto desde la primera hasta la última hora, logra resultados favorables. La lógica de la razón histórica enseña que los más grandes éxitos de la oposición han sido obtenidos en el área electoral y en ninguna otra. La lógica de la razón política enseña que nunca las movilizaciones populares han sido más intensas que cuando aparecen articuladas en torno a un objetivo electoral. Sí, electoral.

¿No fue la lucha por el revocatorio una lucha electoral? ¿No fue la lucha por las regionales, antes de que Maduro las robara, una lucha electoral? ¿Nadie se acuerda de los grandes peregrinajes de recolección de firmas a los que sometió la sádica Lucena a la ciudadanía ansiosa de votar? ¿No fue el estallido popular que comenzó en abril de 2017 una demostración de que la ciudadanía estaba dispuesta a darlo todo para defender a la AN, elegida con sus votos? ¿No surgieron las grandes protestas callejeras en defensa del sufragio universal avasallado por una constituyente que inventaron los secuaces de Maduro con el único objetivo de evitar las elecciones regionales? ¿No diseñó la oposición su línea política como democrática, pacífica, constitucional y ELECTORAL? Y después de todo eso, ahora, cuando se abren las perspectivas para inundar a Venezuela con votos antidictatoriales, los de siempre, los del grupo uno y dos, intentan echar pie atrás, pisando la trampa tendida por la dictadura.
No. Desde una perspectiva histórica no se trata de cambiar de ruta como arguyen los del grupo uno y dos. Todo lo contrario, se trata de reafirmarla. La oposición –o su gran mayoría- es constitucional porque es electoral y es electoral porque es constitucional. Quienes intentan cambiar de ruta son los que quieren cerrar la vía electoral sin ofrecer ninguna otra, pisando así la trampa que Maduro les tendió.

Seamos francos de una vez por todas. La oposición tiene solo tres alternativas: 1) La lucha armada, para lo cual no está preparada 2) Soñar con un general divino, o con una invasión de marines comandados por Trump 3) La línea electoral, la que mejor conoce, la que más preocupa a Maduro.

Hay quizás una cuarta alternativa: ir a twitter y desde ahí insultar a los parlamentarios y candidatos de la MUD y a todos los que los apoyamos. No la recomiendo.

Nov 16, 2015 | Actualizado hace 8 años
La guerra ha comenzado por Fernando Mires

isis

El silencio ha sido roto. La palabra jamás pronunciada ha sido dicha. Ya no hay vuelta atrás. François Hollande ha violado el tabú pero también ha dicho lo que todo el mundo sabía: la lucha en contra del ISIS no es en contra de un terrorismo internacional abstracto.

Francia ha declarado la guerra al ISIS, organización islamista supranacional que a su vez ya había declarado la guerra a Francia y a toda Europa.

Los horrendos atentados, otra vez cometidos en París, no fueron actos de fanáticos sin control. Hollande lo expresó muy bien: son partes de un plan sistemático de guerra, organizado desde fuera y con ramificaciones múltiples al interior de Europa. Dijo: guerra.

Guerra: palabra que espanta a electores, que escandaliza a los bien pensantes, que asusta a los redactores de periódicos, que no deben escuchar los niños. Pero también es la palabra que mejor corresponde con el significado de los hechos que están sucediendo.

El atentado de París del 13-N será el Pearl Harbor de los franceses. Pronto lo será para toda Europa y aunque Angela Merkel todavía no se atreva a pronunciar la terrible palabra, ya no podrá silenciarla más.

Tal vez los gobiernos europeos que aceptaron formar parte de la gran coalición internacional en contra del ISIS, imaginaron que solo se trataba de un frente político simbólico.

Como siempre creyeron que EE UU realizaría algunos ataques aéreos sobre posiciones estratégicas y ellos después se limitarían a enviar medicamentos y alimentos. Que las tropas del ISIS ya eran dueñas de Irak y de casi toda Siria, nadie quería saberlo. Mucho menos querían saber que nosotros (Occidente) estamos en guerra y que esa guerra la estamos perdiendo.

Pero Francia no es un país aislado. Francia es el corazón histórico de la Europa moderna. Las palabras bélicas de Hollande involucran a todos los europeos. Los gobiernos deberán revisar sus posiciones frente a la declaración de guerra hecha sin rodeos por el presidente francés. Más todavía, la que ya estamos viviendo, será una guerra asumida por todo el Occidente político y sus aliados del mundo islámico.

No hay tiempo para preocuparse demasiado con las razones de la guerra. Si la culpa la tuvo Bush o Bin Laden, Husein o Asad, el colonialismo europeo del siglo 19 o el imperialismo norteamericano del siglo 20, Obama o Putin, Adán o Eva, no es en este momento lo más importante. Nadie piensa demasiado en las causas de un incendio cuando se le está quemando la casa.

La guerra que presenciamos es, para que nadie se engañe, una guerra mundial. No hay ningún motivo para designarla de otro modo. Ya de hecho hay más países involucrados que durante la Primera Guerra Mundial. Estamos viviendo, efectivamente, los primeros capítulos de la Tercera Guerra Mundial. El Papa Francisco, quien no es precisamente un belicista, ya la bautizó así.

La palabra guerra cambia todo el espectro gramatical. Por de pronto, las alianzas internacionales deberán adquirir un nuevo carácter. Las alianzas militares –hay que remarcarlo- no son lo mismo que las alianzas políticas. Steinmeier, ministro del exterior alemán, ya habló de re-estudiar las relaciones con Asad y con Putin.

Probablemente pensaba en Churchill y Stalin. Los ejércitos kurdos, hasta ahora los únicos que luchan cuerpo a cuerpo en contra del ISIS, deberán ser considerados aliados de Occidente, guste o no al gobierno turco. Lo mismo Irán. Los califatos petroleros, Arabia Saudita antes que nada, deberán someterse a un sistema de vigilancia que controle las remesas destinadas a financiar al ISIS. Y si Hamas y Hezbollah ya se han distanciado de ISIS, deberán ser aceptados como aliados temporales.

La que ya ha llegado no será una guerra como las anteriores. Es una guerra donde un enemigo no usa uniforme ni es identificable a simple vista. Los aparatos de inteligencia y toda la modernidad digital deberán ser reactivados en su máxima intensidad. Los aeropuertos se parecerán en algunos momentos a las cárceles.

En otros momentos parecerán hospitales. Hoteles ultramarinos con piscinas y campos de golf, serán convertidos en trincheras. La vida cotidiana será cada vez más restrictiva. Las mentalidades paranoicas reverdecerán entre las autoridades administrativas y en su celo, cometerán absurdos desmanes. Como dijo Joschka Fischer, Europa ingresa a la “normalidad” del mundo.

Las palabra guerra cambiará, además, otras palabras. Los fugitivos que huyen de los bombardeos en Irak y en Siria deberán ser designados -y por lo mismo tratados- como lo que son: refugiados de guerra. O población evacuada. Solo así podrán ser protegidos de las garras de los neofascistas que erigen alambradas y queman lugares de refugio.

Los neo-fascismos que abogan por la fragmentación de Europa y de sus naciones, también deberán ser vistos como lo que son: agentes objetivos de enemigos extra-continentales. Europa estará obligada a unirse más que nunca antes, ya sea consigo misma ya sea dentro de sus naciones. En el marco determinado por una guerra mundial no hay lugar para secesionismos étnicos.

Nadie se engañe; hay que decirlo con todas sus letras: La que ha comenzado será una guerra irregular, prolongada, y sobre todo, como todas las guerras, cruel; muy cruel. Para el enemigo de hoy, al igual que para los nazis de ayer, una guerra si no es total no es guerra. Eso hay que saberlo desde el primer momento. A la realidad hay que mirarla de frente aunque su rostro sea horrible. La otra alternativa es la locura.

Estoy escribiendo al lado de una radio encendida. No tengo tiempo para redactar frases impecables. Quizás en estos momentos, desde un hotel en Berlín, escribo como la persona en la que me convertiré sin desearlo ni saberlo: en un simple corresponsal de guerra.

Nov 02, 2015 | Actualizado hace 8 años
Cuba: se busca a un Gorbachov por Fernando Mires

HermanosCastros

 

Creo que aquí se equivocaron por lado y lado.

Se equivocaron unos cuando creyeron que con la reanudación de relaciones entre Cuba y los EE UU sería sepultado el régimen de los Castro.

Se equivocaron otros cuando creyeron que Obama daba su bendición a los hermanos para que erigieran una dictadura sobre la base de un capitalismo de Estado al estilo chino.

Lo que ambos lados no entendieron fue que el destino de la isla no puede ser medido en plazos inmediatos. Es cierto que los Castro han debido enterrar –aunque solo sea por un tiempo- la que hasta ahora había sido su legitimación ideológica: el anti- norteamericanismo. Gracias a ello Obama ha logrado un acercamiento a diversos gobiernos latinoamericanos ante los cuales Cuba todavía operaba en los registros de lo simbólico. Así Obama está terminando con la imagen de “vanguardia continental” que tanto cuidó Fidel Castro.

Raúl, un tecnócrata, ha cambiado su aislamiento económico por un mayor aislamiento político. Aparentemente no pareciera ser así. Pero si se tiene en cuenta que a Raúl nadie lo aplaude fuera de Cuba -nadie lo cita, nadie quiere seguirlo, no es un conductor heroico para ninguna juventud- se entiende mejor lo dicho. Ni Maduro se atreve a nombrarlo. Cuba no es un ejemplo para nadie en América Latina. Y si el gobierno dictatorial venezolano es derrotado en las parlamentarias del 6-D, ese aislamiento será todavía mayor.

¿Se verá entonces obligado el castrismo a abrir vías de transición hacia la democracia? Para que eso ocurra se necesitan dos condiciones: Un régimen en crisis por una parte, y una oposición ascendente, por otra. El problema es que cada una de esas condiciones depende de la otra.

Uno de los grandes éxitos del castrismo fue la destrucción de todo lo que se pareciera a una oposición. Cárceles, torturas, asesinatos y exilio fueron medios de los que se valió para crear una dictadura de neto signo totalitario. Pero con el deshielo, el castrismo ha devaluado, por lo menos en parte, a ese signo, es decir, hoy es algo menos totalitario aunque continúa siendo dictatorial y militar. Ello se ha traducido en el aparecimiento de nuevas iniciativas opositoras. Diferentes entre sí pero con un objetivo común: alcanzar las tres libertades básicas: 1) de pensamiento 2) de expresión y 3) de asociación.

En esa dirección, la incipiente oposición cubana ha sabido crear sus espacios. Cada día aparecen nuevos medios de difusión, ya no solo digitales. Cada día hay encuentros entre organizaciones civiles, dentro y fuera de Cuba. La libertad de religión ya ha sido lograda gracias a tres papas visitantes. Intelectuales que en otro tiempo iban al cadalso, han obtenido cierta autonomía.

Si un Leonardo Padura, una Yoani Sánchez o un Pablo Milanés dicen hoy lo que piensan, no es un obsequio de los Castro; es un logro de la disidencia. Esa oportunidad no la tuvieron Heberto Padilla ni Reinaldo Arenas. Por nombrar solo a dos entre cientos.

La mayoría de esas iniciativas no agotan sus esfuerzos en el martirologio. De lo que se trata es de continuar abriendo espacios y buscar, si es posible, una cierta resonancia al interior del régimen, aunque eso pase –estamos hablando de política- por algunos consentimientos.

En síntesis, la formación orgánica de la oposición, aunque no reconocida por la dictadura, ya parece haber sido alcanzada. ¿Ocurrirá en Cuba entonces una transición? O en otras palabras: ¿Aparecerá alguna vez un Gorbachov cubano?

Gorbachov fue para muchos, un milagro. Pero Gorbachov no llegó desde la nada. Él fue representante de una fracción al interior de la nomenclatura soviética la que, cuando llegó el momento, conectó con la disidencia democrática. Sin esa disidencia, Gorbachov habría caído al vacío.

Gorbachov, para usar la expresión de Hans Magnus Enzensberger, fue “un héroe de la retirada”. Ese, o esos héroes, no han aparecido todavía en Cuba. Pero la necesidad existe: la isla requiere de un Gorbachov, aunque sea tropical.

La necesidad crea al órgano, dice un postulado biológico. La demanda hace a la oferta, dice un postulado económico. Cada tiempo busca a sus  nombres, dice un postulado histórico.

Si esos postulados pudieran hacerse extensivos a la política, Cuba volverá a ese lugar de donde nunca debió haber salido: a la democracia que una vez prometió el joven Fidel. A la misma que él traicionó. Al reencuentro amistoso con el verdadero José Martí.

Tal Cual

¿Es el de Maduro un régimen o un gobierno? por Fernando Mires

presidentMaduro

 

En Venezuela ha surgido un mini-debate acerca de si el gobierno de Maduro es un régimen o un simple gobierno.

Curiosamente a los que más molesta la denominación de régimen sostienen que el gobierno de Maduro no es un simple gobierno, sino un hito en la llamada revolución bolivariana, chavista, bonita, socialista, sigloveintunista o como la llamen. ¿No es acaso todo gobierno revolucionario un régimen o por lo menos parte de un régimen?

Todo régimen nace de una revolución o del intento de implantarla. Luego, los primeros que deberían hablar de régimen son los que son o imaginan ser revolucionarios. Pues, un gobierno revolucionario que no intente cambiar el régimen anterior es un gobierno como cualquier otro y, por lo mismo, no puede ser revolucionario.

Probablemente quienes se sienten irritados con la palabra régimen imaginan –no sin razones- que quienes utilizamos esa palabra y no la de gobierno para designar a la era Maduro la empleamos como sinónimo de dictadura. Sobre ese tema hay que hacer un par de aclaraciones.

Es cierto, toda dictadura es un régimen. Así podemos hablar de régimen comunista, castrista, pinochetista, fascista. Pero por otra parte –este es el punto- no todo régimen es una dictadura.

La democracia también es un régimen de gobierno y dentro de la democracia hay distintas formas de gobierno a las que llamamos regímenes (régimen parlamentario, presidencialista, autoritario).

El concepto de régimen, por lo tanto, no solo puede ser usado como sinónimo de dictadura, sino también como sinónimo de sistema de gobierno. En ese sentido el gobierno de Maduro no es un gobierno cualquiera, es parte de un régimen el que, guste o no, será conocido en la historia como “régimen chavista”. Por lo demás, el primero que lo reconoció fue Chávez. Su gobierno, decía el líder muerto, ha puesto fin a la Cuarta República. ¿Y qué era la Cuarta República sino un régimen? ¿Y cómo poner fin a un régimen si no es con otro régimen?

Un régimen solo puede ser sustituido por otro régimen. Luego, reitero, el de Maduro no solo es un gobierno, es parte de un régimen que lo precede. El mismo gobernante lo dice. Cuando habla de democracia participativa, de concejos comunales, de democracia de calle, y otras metáforas, se está refiriendo a elementos constitutivos no de un gobierno, sino de un régimen. A ese régimen podemos agregar otras características menos positivas: personalismo extremo, recurrencia a una imagen mítica (la de Chávez) situada más allá del bien y del mal, militarización del Estado, Partido único de Estado, desaparición de límites entre el poder ejecutivo y el  judicial, control del aparato electoral y otras lindezas dictatoriales tan conocidas en y fuera de Venezuela.

Entonces, hablemos claro: Una eventual derrota política de Maduro será parte no de un cambio de gobierno sino de un cambio de régimen. Un cambio que seguramente no ocurrirá de un día a otro, como sucede en las películas, sino como resultado de un proceso cuyas formas nadie está en condiciones de anticipar. Visto desde esa perspectiva, un triunfo opositor en las elecciones del 6-D solo sería un hito en ese proceso que deberá culminar con la instauración de un nuevo régimen: más democrático, menos violento y sobre todo más constitucionalista que el actual.

La conclusión es simple: para cambiar al régimen será necesario cambiar de gobierno. La gran mayoría opina por cierto que ese cambio deberá ser realizado de acuerdo a los medios que entrega la propia Constitución. Si un próximo gobierno será democrático su tránsito también deberá ser, evidentemente, democrático.

La gran mayoría –en el caso de que logre imponer el reconocimiento de su victoria electoral- se verá probablementeenfrentada a dos obstáculos. El de fracciones de gobierno que intentarán por todos los medios la continuación del régimen y el de una delgadísima capa de la oposición que, como ya ha sido su costumbre inveterada, llamará a cortar por algún atajo. Esa gran mayoría deberá, en consecuencia, estar preparada para llevar a cabo ese doble enfrentamiento.

@FernandoMiresOl

Analítica.com

 

La lista Putin: ¿Un modelo para Maduro? por Fernando Mires

PutinyMaduro

 

La mayoría de las autocracias del mundo no desean ser visitadas por personalidades críticas. Pero en tanto firmantes de convenciones internacionales no tienen más alternativa que dejarlas entrar, no sin antes poner todo tipo de inconvenientes.

Durante el periodo de la Guerra Fría no dejar entrar a políticos sin invitación oficial era regla y no excepción. Esa es la razón por la cual en círculos políticos occidentales la negativa del gobierno de Putin a permitir la entrada de algunos políticos y militares europeos ha causado gran indignación. Más grande todavía si se suma el hecho de que Putin ha confeccionado una “lista negra” enviada a diversas embajadas en Bruselas, con nombres de políticos -algunos de alto rango como el presidente de la unidad parlamentaria CDU/CSU alemana Michael Fuchs – y expertos militares.

La mayoría de los censurados ha emitido opiniones en contra de la invasión a Crimea. Otros solo han ejercido su derecho a crítica frente a las violaciones a los derechos humanos cometidas en Rusia. Están también los “sancionados” por emitir opiniones que no son del gusto del autócrata ruso.

En general a todo político que haya exigido alguna vez que a las sanciones de la EU sea agregada la de despojar a Rusia del mundial de fútbol de 2018 –una “generosa donación” de Blatter a Putin-  le será prohibida la entrada. Se esperan nuevos nombres en la lista. Ya los hay de todos los partidos, desde socialcristianos, pasando por socialdemócratas y liberales, hasta militantes de los “Verdes”. En la lista –interesante- no figura ningún miembro de la ultraderecha europea.

Desde el punto de vista formal, la extremista reacción rusa ha sido interpretada como respuesta a las sanciones impuestas por la UE. Pero hay, evidentemente, algo más. Al parecer Putin no solo intenta restaurar el poderío de la “Antigua Rusia” sino también las tensiones que en el pasado mantuvo Rusia con Europa. Ello cumple evidentemente un rol en la política interna. Gracias a la nueva tensión, Putin intentará estrechar aún más el espacio político de su país. Así, cada vez que algún opositor levante su voz, será acusado de colaborar con el “enemigo”.

El hecho de que todos los miembros de la lista sean reconocidos representantes de la democracia liberal no deja de ser significante. Sin caer en suspicacias parece obvio que Putin intenta alejarse cada vez más del formato político democrático y erigirse como portador de un modelo de dominación autoritaria que rinda tributo a los valores patrios, a la religión, al “alma nacional” y a la virilidad amenazada por la “Europa decadente”.

La amistad que une a Putin con los gobernantes y partidos más ultraderechistas de Europa muestra de que manera se encuentra interesado en formar un bloque anti-occidental, una suerte de “internacional de dictaduras y autocracias”, bastarda sucesora de la Internacional Comunista. Percibiendo esa amenaza, el parlamentario “verde” en la UE, Daniel Cohn-Bendit, al recibir la noticia de que había sido “sancionado” por Putin, declaró sentirse honrado si “un sistema político totalitario como el de Rusia me estigmatiza como enemigo”. Exageró un poco. Rusia no posee todavía un sistema totalitario, aunque sí, avanza en esa dirección.

El proyecto Putin cuenta con grandes admiradores en América Latina, sobre todo en las naciones del ALBA. No extrañará entonces si un día, un tal Nicolás Maduro, imitando al “hermano mayor”, extienda una lista prohibiendo la entrada de personalidades internacionales a su país. Declarar a Felipe González como persona non grata e intentar boicotear su visita, sometiéndolo a todo tipo de agresiones verbales y acusándolo de intervencionista – precisamente desde un gobierno quien tiene a su país repleto de funcionarios cubanos y no ha dejado país latinoamericano sin intervenir-  fue, de por sí, una actitud muy putinesca.

Polis