Brian Fincheltub, autor en Runrun

Brian Fincheltub

Migración, sanciones y democratización en Venezuela
Quienes afirman que las sanciones son responsables del éxodo de millones de venezolanos no solo mienten, sino que tratan de exculpar de responsabilidad a los verdaderos responsables del desastre

 

@BrianFincheltub

De acuerdo con cifras del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), en los últimos años, más de 7,7 millones de personas han huido de Venezuela buscando protección y una mejor vida. Se trata del mayor éxodo registrado en nuestra región en la época moderna y uno de los más grandes del mundo, superando incluso a los masivos desplazamientos de Siria y Ucrania, ambos ocasionados por la guerra.

Pero ¿cómo se explica que un país sin conflicto armado declarado se haya quedado sin el 27 % de su población en menos de diez años? Aunque hay quienes intentan instalar una falsa narrativa tratando de convencer a la comunidad internacional, y fundamentalmente a los Estados Unidos, de que la migración venezolana es consecuencia de las sanciones, la verdad es que nuestro éxodo tiene sus raíces en los propios orígenes del proyecto chavista y en ese modelo económico de ruina, devastación y saqueo que significó el llamado «socialismo del siglo XXI».

El socialismo salvaje

El socialismo salvaje

La economía venezolana estaba muy enferma antes de comenzar a manifestar sus primeros síntomas en 2014. El autoritarismo de Chávez tuvo su expresión más clara en la economía, donde imperaban las soluciones rápidas, muchas veces tomadas en vivo en su programa Aló, presidente, bajo el calor de la permanente campaña electoral en la que vivió Venezuela de 1998 a 2013.

A pesar de registrar el ingreso petrolero más grande de nuestra historia republicana, Chávez endeudó el país, devaluó la moneda en innumerables ocasiones y destruyó el sistema productivo nacional sosteniendo un tipo de cambio artificial que propiciaba la corrupción y desestimulaba la producción nacional, expropió tierras y empresas privadas productivas para convertirlas en cascarones vacíos y tomó decisiones de alto impacto en la inflación, como aumentar el gasto público a niveles estratosféricos, edificando una poderosa maquinaria de control social.

Fue precisamente Chávez quien también destruyó nuestra principal industria petrolera, despidiendo al 40 % del personal calificado y poniendo a Petróleos de Venezuela (PDVSA), una empresa modelo hasta ese momento, al servicio de su partido y su proyecto hegemónico. De hecho, el colapso de nuestra industria petrolera no comenzó ni con Maduro ni a partir de las sanciones, sino desde el momento en que Chávez decidió que los inmensos recursos que PDVSA generaba no los invertiría más en aumentar la producción, sino en financiar su modelo clientelar.

Así fue cómo en nuestra época de mayor bonanza, no hubo grandes obras de infraestructura, solo vestigios de una inmensa corrupción, hoy visibles en los pilares inconclusos del Metro hacia Guarenas-Guatire o el sistema ferroviario Este-Oeste, obras millonarias que son el retrato de una época robada.

¿Qué era lo peor que le podía pasar a Venezuela con esta tormenta perfecta? Caer en manos de unos incompetentes y de eso también es responsable Chávez. Designando a Maduro como sucesor, Chávez sabía a lo que se enfrentaría, frente a la previsibilidad de bajos precios de petróleo, los síntomas de una economía gravemente enferma comenzarían a hacerse visibles.

Para desdicha de todo un país, la escasez y la hiperinflación pasaron a formar parte del paisaje nacional. Con sueldos que no alcanzaban para nada, la migración, tan temprano como en 2014, se convirtió en un proyecto de vida para muchas familias que podían planificar un poco más su partida al contar con ahorros y propiedades. Pero esto cambió radicalmente entre 2016 y 2019, cuando millones de venezolanos, de todos los sectores sociales y estratos socioeconómicos, vieron en la migración no una elección, sino una obligación de supervivencia. Todo esto, mucho antes de las primeras sanciones contra el régimen de Maduro.

Quienes afirman, erradamente o confundidos por poderosos lobbys, que las sanciones son responsables del éxodo de millones de venezolanos no solo mienten, sino que tratan de exculpar de responsabilidad a los verdaderos responsables del desastre en el que se convirtió Venezuela hace más de veinticinco años. Más grave aun es que sostengan que el camino para detener la migración no es el cambio político en Venezuela, sino el fin de las sanciones. Un absurdo que no soporta análisis lógico.

Desde aquí no somos defensores a ultranza de las sanciones, pero consideramos que este tipo de acciones coercitivas, sobre todo cuando están dirigidas a individualidades cuya responsabilidad en la crisis venezolana está demostrada, son de los pocos incentivos que tiene la dictadura para negociar. De hecho, fue a partir de las primeras sanciones que el régimen de Maduro cedió a la dolarización, desreguló las importaciones y los anaqueles de las farmacias y los supermercados comenzaron a llenarse de nuevo.

Solo la democratización de Venezuela, a través de un proceso electoral creíble, donde se respeta la voluntad de la gente y el compromiso de aceptar una transición pacífica del poder, detendrá la migración de los venezolanos. Cualquier escenario que implique que Maduro continúe en Miraflores tendrá el efecto contrario; toda América, desde Tierra del Fuego hasta Canadá, sufrirá las consecuencias de seis años más de madurismo en el poder.

La crisis del chavismo

La crisis del chavismo

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad.Y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

Cuando la información y la solidaridad estorban
Que periodistas independientes le den voz a los afectados, recojan las denuncias de la comunidad y se hagan eco del doloroso testimonio de los familiares de los desaparecidos es un “estorbo” para cualquier dictadura

 

@BrianFincheltub

La tragedia de Las Tejerías ha conmovido y movilizado a todo el país. Frente a la contingencia, lo que uno espera como venezolano es que el Estado deje de ser, al menos momentáneamente, una estructura represiva al servicio de unos pocos y pase a coordinar la ayuda hacia la población que ha sufrido la fuerza arrasadora de la naturaleza, sin importar de donde venga la misma. Lamentablemente, en la Venezuela de nuestros días las cosas no suelen funcionar como uno desea. 

El accionar del régimen madurista de las últimas horas es prueba de ello. Antes de ocuparse de las toneladas de lodo, rocas y escombros que cubren gran parte de la población aragüeña, primero se ocuparon de sacar a los periodistas, acusándolos de ser un “estorbo” para las labores de rescate y reconstrucción. A decir verdad, nunca han sido tan sinceros, pues que periodistas independientes le den voz a los afectados, recojan las denuncias de la comunidad y se hagan eco del doloroso testimonio de los familiares de los desaparecidos es un “estorbo” para cualquier dictadura.

No les importa que en medio de una catástrofe natural la información también puede salvar vidas y que los medios de comunicación pasan a ser empresas de servicio público. Aunque era muy niño, recuerdo claramente el valioso rol que cumplieron todos los canales de televisión y radios del país tras la tragedia de Vargas de 1999. Los medios ayudaron a replicar el sentimiento de solidaridad con los varguenses y a mostrarle al mundo cómo los venezolanos éramos capaces de levantarnos frente a la tragedia.

Hoy, la mayoría de la información sobre Las Tejerías nos llega por las redes sociales. De hecho, las imágenes comenzaron a circular desde la propia noche del sábado, cuando pobladores alertaban sobre el desbordamiento de varias quebradas, sin que el llamado “sistema de prevención temprana de desastres” que tanto cacarean los representantes de la dictadura hiciera nada por evacuar a las miles de familias que allí pernoctaron al propio riesgo de sus vidas.

A pesar de la censura, los venezolanos se han movilizado en todo el país habilitando centros de acopio. La empresa privada, la iglesia y hasta organismos internacionales han mostrado su disposición de colaborar con las familias afectadas. La respuesta del régimen madurista ha sido instalar una nueva alcabala, de esas que abundan en todo el territorio nacional, pero está vez a la entrada de Las Tejerías. ¿Con qué intención? Monopolizar la ayuda y criminalizar la solidaridad.

No hay palabras para describir tanta indolencia y falta de humanidad. Quienes aún tenemos pequeños espacios para denunciar y dejar registro escrito de lo que el madurismo ha representado para Venezuela, no debemos parar. Aunque a veces la realidad venezolana sea agotadora. Los habitantes de Las Tejerías necesitan de todos ahora, pero sobre todo en las semanas, meses y años por venir; cuando quienes han ido a hacer propaganda apropiándose de su tragedia, no cumplan la palabra prometida. Si algo hemos demostrado como pueblo es ser mucho más que la dictadura mediocre que nos gobierna desde hace más de veintitrés años. Que triunfe la solidaridad sobre el egoísmo.

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Brian Fincheltub Sep 30, 2022 | Actualizado hace 2 meses
Cadena de mando criminal
En medio de tanta cosmetología, nada ha cambiado en materia de derechos humanos. Solo hace falta que la población despierte de su largo letargo para que el aparato de represión se active

 

@BrianFincheltub

El pasado 20 de septiembre, la Misión Internacional Independiente de Determinación de los Hechos sobre Venezuela presentó su tercer informe. Cumpliendo el mandato que le otorgó el Consejo de Derechos Humanos de la Organización de las Naciones Unidas en 2019, el rol de la Misión se centra en investigar “ejecuciones extrajudiciales, desapariciones forzadas, detenciones arbitrarias y tortura y otros tratos crueles, inhumanos o degradantes cometidos desde 2014” con miras a “asegurar la plena rendición de cuentas de los autores y la justicia para las víctimas”.

En su primer informe, presentado en 2020, la Misión no dejaba lugar a dudas sobre la situación de los derechos humanos en el país: en Venezuela se habían cometido crímenes de lesa humanidad como “asesinato, encarcelamiento, tortura, violaciones y desaparición forzada”. El informe concluía afirmando que “autoridades de alto nivel tenían conocimiento de esos delitos” y que “jefes y superiores sabían o debían haber sabido de esos delitos y […] no tomaron medidas para impedirlos o reprimirlos”.

Aunque la Misión denunciaba la participación directa del Estado y reiteraba en su segundo informe publicado en septiembre 2021 un clima de total impunidad y ausencia de independencia judicial que animaba a los agentes estatales a seguir cometiendo posibles crímenes contra la humanidad, no fue hasta hace unos días que la Misión señaló con nombres y apellidos a quienes forman parte de la cadena de mando criminal que ha causado tanto dolor y sufrimiento entre los venezolanos.

Dichos nombres, algunos conocidos y otros protegidos bajo el anonimato que les da la impunidad, ahora figurarán junto a los peores criminales de la humanidad tras ser señalados de ser partícipes de uno de los crímenes –junto al genocidio, los crímenes de guerra y el crimen de agresión– de “más graves trascendencia para la comunidad internacional en su conjunto”. Dada su gravedad, no es de extrañar que sean precisamente estos cuatro crímenes los que integren la jurisdicción de la Corte Penal Internacional.

Quizás sea por esta razón que la dictadura se ha encargado de desaparecer del espectro mediático nacional el último informe de la Misión. Ningún canal de televisión ni emisora de radio osa informar sobre el tema. Quienes no lo hacen por complicidad y autocensura, reciben serias advertencias para que mejor no se atrevan. En la Venezuela donde ha desaparecido el interés por la política, lo que verdaderamente desapareció fue la información. La urgencia del día a día y la ausencia del debate público ponen a las grandes mayorías a merced de lo que los censores decidan que miren y escuchen.

Usted, por ejemplo, no verá en ninguna televisión ni escuchará en ninguna radio nacional que los funcionarios de la DGCIM y del SEBIN recurrían métodos de tortura, como palizas, descargas eléctricas, asfixia con bolsas de plástico y posturas de tensión contra sus detenidos. Tampoco que agentes pertenecientes a dichos entes represores perpetraron actos de violencia sexual o de género contra militares y civiles detenidos durante los interrogatorios para obtener información, degradarlos, humillarlos o castigarlos.

Mucho menos que la Misión ha documentado casos de pérdida de funciones sensoriales o motrices, lesiones reproductivas y al menos un aborto espontáneo, como resultado de los actos de tortura infligidos por los agentes al servicio de la dictadura.

Dichos crímenes siguen ocurriendo. En medio de tanta cosmetología, nada ha cambiado en materia de derechos humanos. Solo hace falta que la población despierte de su largo letargo para que el aparato de represión se active nuevamente de manera masiva. De allí que Venezuela necesita que la Misión continúe su trabajo y que en consecuencia su mandato sea renovado por el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas. En medio de tanta impunidad, hoy más que nunca la Misión es la voz de quienes no tienen justicia.

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Brian Fincheltub Sep 03, 2022 | Actualizado hace 2 meses
El negacionismo del siglo XXI
Negar la evidencia histórica del Holocausto no es algo nuevo en el chavismo, ha sido una de sus prácticas predilectas desde que llegaron al poder

 

@BrianFincheltub

La Real Academia Española define el negacionismo como la “actitud que consiste en la negación de determinadas realidades y hechos históricos o naturales relevantes, especialmente el Holocausto”. Al día siguiente de la Segunda Guerra Mundial, Europa se levantaba en medio de los escombros y la desolación que habían dejado seis años de confrontación bélica en su territorio, pero también siendo testigo de uno de los mayores crímenes cometidos contra la humanidad: el asesinato de más de seis millones de judíos a manos del régimen nazi de Adolfo Hitler.

La mayor maquinaria de exterminio que haya conocido el mundo no nació unos pocos días antes de la caída de las potencias del Eje. Todo lo contrario, el primer campo de concentración para prisioneros políticos fue creado en marzo de 1933, en la ciudad alemana de Dachau, unos doce años antes del fin de la guerra. Los nazis comenzaron recluyendo allí a los criminales comunes, le siguieron los comunistas y los socialdemócratas, luego los gitanos, los homosexuales, los testigos de jehová y los judíos. Dachau fue solo el comienzo. Durante la existencia del nazismo, se contabilizan al menos veinticinco mil campos de concentración en Alemania y territorios ocupados.

Con semejante infraestructura al servicio de la muerte, era prácticamente imposible ignorar lo que pasaba: los trenes transportando miles de inocentes, el incesante ruido de los fusiles y el olor a carne humana incinerada. Aun así, fue solo con el fin de la guerra, entre desmayos y la consternación producida por las escenas dantescas de los campos liberados, que muchos pobladores aledaños a los campos de concentración decían darse por enterados de lo que allí ocurría.

En los tiempos que vivimos es cada vez más común leer o escuchar todo tipo de teorías conspirativas y negacionistas sobre los grandes acontecimientos que han marcado la historia de nuestra civilización. Hay quienes lo hacen por ignorancia, pero otros impulsados por el odio, absolutamente conscientes del tenor de sus palabras.

De allí que sean cada vez más los gobiernos que penalicen a los negacionistas y a quienes hagan apología al nazismo, haciendo frente a lo que podría convertirse en una peligrosa tendencia que pueda poner en riesgo los avances en materia de resguardo a la dignidad humana y no-discriminación alcanzadas en las últimas décadas. Y es que el primer crimen que cometió el nazismo fue el crimen de odio, estigmatizando, persiguiendo, para finalmente degradar como “seres inferiores” a quienes posteriormente se encargaron de exterminar.

Que veamos este tipo de manifestaciones en la Venezuela actual no nos sorprende. Negar la evidencia histórica no es algo nuevo en el chavismo, ha sido una de sus prácticas predilectas desde que llegaron al poder. Se han empeñado no solo en borrar de dónde venimos, sino que han intentado con todo tipo de recursos reescribir una nueva versión de nuestra historia común. No nos queda otra que ser tercos y aferrarnos a ese pasado que nos une y a la esperanza de un futuro que nos reencontrará.

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Brian Fincheltub Ago 24, 2022 | Actualizado hace 2 meses
Los nuevos terratenientes de Irán
Mientras el mundo reacciona, los nuevos terratenientes en Venezuela hablan farsi

 

@BrianFincheltub

Entre las innumerables promesas que catapultaron al difunto Hugo Chávez Frías al poder, la redistribución de la tierra ocupó un lugar central. De hecho, fue precisamente la llamada “Ley de Tierras” una de las primeras y más polémicas medidas que marcaron el inicio de la era chavista. Pese a que en el preámbulo de la ley se podía leer que su objetivo era “incrementar la productividad, a través de una distribución más equitativa y justa de la tierra”, veinte años después de su promulgación, las consecuencias de aquel instrumento legal están a la vista.

A la Ley de Tierras le siguió la “guerra contra el latifundio”. El saldo fue absolutamente devastador: más de cinco millones de hectáreas confiscadas y/o invadidas durante los regímenes de Hugo Chávez y Nicolás Maduro. Entre ellas, las 290 hectáreas por las que Franklin Brito, mártir de la democracia, emprendió una lucha de años por la que dio su vida.

Cuando se trata de ganar apoyos, la promesa de quitarle a las “minorías privilegiadas” para darle a las “mayorías desposeídas” nunca falla.

En sociedades desiguales, alimentar el resentimiento a veces resulta más fácil que alimentar la esperanza. Chávez lo entendió así y fueron millones quienes aplaudieron que se despojara a miles de familias no solo del patrimonio que durante años habían traspasado de generación en generación, sino también de la única forma que conocían de ganarse la vida: producir la tierra.

Quienes vinieron a ocupar lo robado, creían que producir era tan fácil como gritar “uh, ah, Chávez no se va…”. En poco tiempo, cientos de miles de hectáreas productivas se convirtieron en tierra arrasada. El país comenzó a depender cada vez más de las importaciones, cosa que a nadie le importaba, pues transitando la mayor bonanza petrolera de nuestra historia y con un bolívar sobrevaluado, importar salía más barato que producir en Venezuela. Fue cuando la época de las vacas flacas llegó que los venezolanos comenzaron a notar en los anaqueles vacíos lo que había significado para Venezuela la política expropiatoria chavista, sin saber aún la magnitud de la crisis humanitaria que se avecinaba.

Hoy, los padres del desastre, los artífices de aquel pillaje pretenden, en lugar de devolverle sus tierras a quienes se las robaron, entregarle el equivalente a la extensión territorial del estado Táchira, un millón de hectáreas, al régimen fundamentalista iraní. Pisotean así, una vez más, la Constitución que ellos mismos escribieron y que reza en su artículo 13 que « el territorio nacional no podrá jamás ser cedido, traspasado, arrendado, ni en forma alguna, enajenado, ni aún temporal o parcialmente a Estado extranjero ». ¿Se puede ser más apátrida? Lo dudo.

Aunque los representantes de la dictadura madurista aseguran que dichas tierras serían usadas para el cultivo, queda claro el peligro que significa para la región y particularmente para los Estados Unidos que un régimen patrocinador del terrorismo controle tamaña extensión de territorio en una ubicación tan estratégica como la que tiene Venezuela. Mientras el mundo reacciona, los nuevos terratenientes en Venezuela hablan farsi.

Relaciones peligrosas

Relaciones peligrosas

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Brian Fincheltub Ago 09, 2022 | Actualizado hace 2 meses
No han cambiado nada
El fallido intento de aparentar moderación ha sido sepultado esta semana y no podría ser de otra manera. El madurismo es por naturaleza autoritarismo, persecución y represión

 

@BrianFincheltub

En los últimos meses el madurismo ha tratado de venderse como la etapa más moderada del chavismo. A la mal llamada “apertura” económica, debía seguirle un proceso de reformas políticas destinadas a hacer del Estado autoritario una estructura más “democrática”, al menos eso quisieron aparentar ante la comunidad internacional. Hasta ahora, dichas reformas se limitan fundamentalmente a permitir una mínima participación de sectores opositores en el reparto del poder político, sin que la anunciada “democratización” se exprese en mayor libertad política, una justicia independiente, fin de la censura y de la criminalización de la disidencia.

Del capítulo de la criminalización se acaba de escribir otra página vergonzosa de nuestra historia republicana.

La condena de Juan Requesens a ocho años de prisión tras una audiencia celebrada en la madrugada es la prueba más fehaciente de que el madurismo no ha cambiado nada. Todo lo contrario, afianzados en el poder, son peor que nunca. Junto con Requesens, más de doscientos cuarenta presos políticos siguen tras las rejas según cifras de Foro Penal, secuestrados por la dictadura, usados como fichas de canje y muchas veces condenados al olvido.

El fallido intento de aparentar moderación ha sido sepultado esta semana y no podría ser de otra manera. El madurismo es por naturaleza autoritarismo, persecución y represión. No hay posibilidad de convivencia democrática con un régimen que aplasta al que no se le arrodilla y al que se arrodilla lo termina aplastando también. Si Juan Requesens cometió algún “delito” fue el de defender con dignidad una generación a la que la dictadura le arrebató su futuro y con él la posibilidad de crecer, vivir y envejecer en una Venezuela libre y llena de oportunidades.

No es poca cosa lo que vivimos los venezolanos desde hace veinte años. Los perseguidores, todos con prontuario, envían millones de venezolanos al exilio y mantienen en la cárcel a gente inocente que lo único que ha hecho es luchar por Venezuela, sin armas, sin conspiraciones, sin la violencia de la que es hija el madurismo. Definitivamente es el mundo al revés. Quienes deberían estar desde hace muchos años en la cárcel mantienen sus prisiones llenas de inocentes.

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Brian Fincheltub Jul 28, 2022 | Actualizado hace 2 meses
Venezuela ya no da miedo
Los latinoamericanos eligen cada vez más gobiernos de izquierda; y aunque los vínculos entre sus abanderados y el chavismo sean más que evidentes, Venezuela ya no da miedo

 

@BrianFincheltub

En el último decenio, Venezuela fue tema recurrente en las campañas electorales de la región. Frente a cualquier candidato de izquierda o medianamente progresista, el recurso más utilizado de sus contendores era compararlo con el fallecido presidente Hugo Chávez Frías, aunque dicho candidato no formara necesariamente parte del eje bolivariano. La táctica funcionó durante mucho tiempo, pero los recientes procesos electorales en América Latina parecieran mostrar otra tendencia.

Los latinoamericanos eligen cada vez más gobiernos de izquierda y aunque los vínculos entre sus abanderados y el chavismo sean esta vez más que evidentes, Venezuela ya no parece dar miedo. El caso de Colombia es más que gráfico, con casi dos millones de migrantes venezolanos en el país vecino, cualquiera hubiese podido pensar que frente a tamaño testimonio del fracaso socialista, una inmensa mayoría habría hecho frente al arribo de Gustavo Petro al poder. Pero sucedió todo lo contrario. Los colombianos lo llevaron a la Casa de Nariño y con él al primer presidente de izquierda de su historia republicana.  

Pero antes de Colombia lo mismo sucedió en Argentina, Perú y Chile. Con miles de migrantes en la región, el drama venezolano está lejos de ser una simple narrativa mediática o electoralista, es testimonio vivo que se expresa en cada connacional que se ha visto obligado a abandonar nuestro país. Pero no todos lo ven así. Algunos nos tildan simplemente de “cobardes” o “exagerados”, viendo su salvación en la causa de todas las desgracias de una nación entera.

No se trata de que los venezolanos queramos darle lecciones de cómo votar a los demás, tampoco pretendemos que otros países voten como a nosotros nos convenga.

Se trata de dar testimonio de lo que hemos vivido durante los últimos veinte años. Y si evidentemente nuestro testimonio sirve para evitar que otros pasen por lo que nosotros hemos pasado, nuestra presencia esparcida por el mundo encontraría otra razón de ser más allá de nuestra elemental supervivencia y la de los nuestros en Venezuela.

Siempre he pensado que el mundo no reparte como debería todas las culpas frente a las peores tragedias de la humanidad. El comunismo es responsable de millones de muertes desde su aparición y lejos de ser una ideología ya prescrita, como lo es otra ideología de muerte llamada el nazismo, sigue promoviendo sus ideas de ruina y destrucción libremente, captando seguidores y posiblemente futuras víctimas.

Nuestra tragedia se debe en parte a la negativa de una generación a no escuchar a quienes nos alertaron. No eran millones de cubanos los que vivían en Venezuela a finales de los noventa, pero un solo testimonio hubiese bastado para que quienes vieron en Chávez una solución a todos los males del país hubiesen reflexionado. Hoy, cuando es muy tarde para nosotros, solo tenemos voz para alertar a los otros; aunque nuestras alertas muchas veces no sean escuchadas y nuestra tragedia aparentemente ya no dé más miedo.

El socialismo salvaje

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Brian Fincheltub Jul 14, 2022 | Actualizado hace 2 meses
Venezuela ahora es de pocos
Estar mejor cuando se sale de la hecatombe puede ser muy relativo, sobre todo cuando dicha “mejoría” la disfrutan solo unos pocos

 

@BrianFincheltub

Desde afuera a muchos les resulta cada vez más difícil seguirle el paso a lo que sucede en Venezuela. El país pareciera perderse en medio de diferentes realidades, para algunos muy alentadoras, para otros no tanto. En medio de todo este panorama, hay quienes pudiesen verse tentados a afirmar que es precisamente la realidad de los bodegones de lujo, de los restaurantes repletos y de los fines de semana de conciertos en la terraza del CCCT la que vive la mayoría de los venezolanos. Nada más lejos de la verdad. Lamentablemente son millones quienes siguen padeciendo la destrucción que ha significado más de dos décadas de hegemonía chavista en Miraflores.

De acuerdo con cifras de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), Venezuela se ubicará en 2022 entre los países de mayor crecimiento en la región, por encima de Chile, Colombia y Perú, paradójicamente los países que reúnen el mayor número de migrantes venezolanos en Latinoamérica. Entonces ¿significa el pronóstico de 5 % de crecimiento para 2022 pone a Venezuela en mejor situación que Chile, Colombia y Perú? La respuesta, aunque puede resultar obvia, no lo es. Estar mejor cuando se sale de la hecatombe puede ser muy relativo, sobre todo cuando dicha “mejoría” la disfrutan solo unos pocos y al resto le toca conformarse con el alivio que significa encontrar de todo en los supermercados, pero sin tener capacidad de compra.

Los salarios, incluso los dolarizados, se transforman en polvo cósmico frente a las crecientes necesidades de una familia promedio en Venezuela.

Ni hablar de la tragedia que significa enfermarse en un país con un sistema público de salud desmantelado. Los jubilados y pensionados no viven, sobreviven con 130 bolívares al mes y aunque algunos cuentan la ayuda que significa las remesas, el presupuesto familiar se sigue quedando corto. Los economistas llaman a este fenómeno “crecimiento desigual”. Lo cierto es que no hace falta haberse graduado de economista para percibir que el surgimiento de una elite económica bajo la sombra de los privilegios del poder no detiene el empobrecimiento de las grandes mayorías resultado de la destrucción del aparato productivo y del empleo formal.

Nuestro país ahora es de unos pocos. Sigue siendo invivible para gran parte de los venezolanos y lo seguirá siendo mientras el poder siga en manos de quienes hoy lo secuestran. Lamento disentir con quienes sostienen que la salida a la crisis que nos aqueja desde hace años no depende de un cambio de régimen, sino de un cambio de ánimo y en la manera de ver la vida. Se puede ser el más optimista y emprendedor del mundo, pero si vive en un país donde el Estado no cree en la iniciativa individual, desprecia el valor del trabajo, desecha el mérito y se aprovecha del esfuerzo ajeno, se está arando en el mar. Pensar así significaría también ir más allá de la resignación y creer que es posible vivir bien cuando se vive sin democracia y libertad.

El socialismo salvaje

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